China se alza 632 metros mientras se hunde su suelo

La Torre de Shanghái, el segundo rascacielos más alto del mundo, se suma a los tres colosos del distrito de Pudong



Zigor Aldama
Shanghai, El País
No parecen gran cosa 18 metros por segundo. De hecho, son solo 64,8 kilómetros por hora. Pero una cosa es viajar a esa velocidad en horizontal y otra muy diferente hacerlo en vertical. Y eso es, precisamente, lo que hacen tres de los 106 ascensores que Mitsubishi ha instalado en la recién inaugurada Torre de Shanghái. Son los más rápidos del mundo, y los oídos no tardan en certificarlo. En los 30 segundos que dura el trayecto desde el sótano hasta el piso 118, los sufridos pasajeros tienen que hacer todo tipo de gestos para adaptarse a la presión. Algunos niños ni siquiera logran contener el llanto. No es un cohete, pero lo parece.


A 632 metros sobre el suelo de Shanghái, la obsesión de China por los récords queda en evidencia tanto como el brutal desarrollo que ha protagonizado el país en las últimas dos décadas. Unos cientos de metros al oeste se ve diminuta la Torre de la Perla Oriental, el edificio de telecomunicaciones caracterizado por sus dos bolas rosadas que en 1994 abrió la veda de la construcción en altura en el distrito financiero de Lujiazui. La zona dejó de ser una tranquila planicie de cultivos para convertirse en una jungla de asfalto reflejo de la ambición económica del país más poblado de la Tierra. Y lo hizo tan rápido que el rascacielos Jin Mao, conocido popularmente como la jeringuilla, solo tardó un lustro en arrebatarle el techo de China —sin la antena— con sus 420 metros de altura. Una marca que volvió a superar en 2007 el Centro Financiero Mundial (SWFC), el abrebotellas, con 494 metros.

En cualquier caso, el efecto más pernicioso que tiene este frenesí constructor sobre Shanghái es de difícil solución: los rascacielos pesan tanto que, sumados al efecto que tiene la sobreexplotación de los acuíferos subterráneos, están hundiendo el distrito de Pudong. La subsidencia es actualmente de unos siete centímetros al año y suma 2,6 metros desde 1921. Lo peor es que puede tener efectos devastadores a largo plazo si se combina con otra de las grandes amenazas que se ciernen sobre la megalópolis: el aumento del nivel del mar como consecuencia del cambio climático. Quizá por eso, aunque China no desiste en su ambición por marcar récords, ha proyectado el próximo coloso de acero, un rascacielos de 739 metros, en la sureña ciudad de Shenzhen. Esa todavía no se hunde.

Ni siquiera la crisis económica global ha evitado que esos primeros monstruos de cristal y acero queden pequeños al lado de los 632 metros de altura de la Torre de Shanghái, una estructura diseñada por el estudio estadounidense Gensler que ha costado 2.180 millones de euros y cuya altura únicamente supera los 828 metros del Burj Khalifa de Dubái. Así que ahora estos cuatro gigantes compiten por atraer a los visitantes que buscan dejarse impresionar, cuando la contaminación y las nubes lo permiten, por el espectacular impacto visual de una megalópolis de 24 millones de almas que se pierde en el infinito.
De vértigo

La Torre de la Perla Oriental cuenta con un restaurante giratorio a 263 metros, el SWFC ha instalado a 474 metros una pasarela con el suelo de cristal no apta para quienes sufran vértigo, y el Jin Mao, que estaba perdiendo adeptos entre los turistas, se ha reinventado este verano con una peculiar atracción: el skywalk, que permite caminar a 340 metros de altura por fuera del edificio protegido únicamente por un arnés y un casco. No obstante, las autoridades están revisando las medidas de seguridad que impiden la caída al vacío de los más intrépidos. El resto se puede conformar con un chapuzón en la piscina a 393 metros de altura en la Torre de Shanghái o, si se lo pueden permitir, con una habitación en el hotel más alto del mundo, que la cadena Jin Jiang abrirá en breve.

Aunque es imposible negar la espectacularidad del perfil de Shanghái desde ahí arriba, el combate por acercarse más al cielo provoca también grandes dudas. De momento, los que conocen bien el hotel aseguran que está lejos de alcanzar su ocupación máxima de 30.000 personas, muestra de que quizá sus promotores infravaloraron el impacto de la desaceleración económica de la segunda potencia mundial, cuyo Producto Interior Bruto aumenta ahora al menor ritmo del último cuarto de siglo. También preocupa la seguridad de estos edificios, sobre todo después de varios incendios que han demostrado la dificultad de los bomberos para atajarlos. Y, por si fuese poco, el pasado mayo uno de los 20.000 gigantescos ventanales de la Torre de Shanghái, de más de tres metros cuadrados, se desplomó a la calle desde el piso 76. Afortunadamente, el dueño del coche sobre el que cayó no sufrió heridas de gravedad.

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