Adiós de oro a la gran dama del atletismo español
Río de Janeiro, EFE
El atletismo le debía una medalla olímpica a la mejor atleta española de todos los tiempos y los Juegos de Río han satisfecho la deuda con generosidad: oro en altura con un salto de 1,97.
A sus 37 años. "A veces los sueños se cumplen". Con este tuit se fue a dormir anoche la atleta cántabra. Al día siguiente ha sucedido. Su imagen y su curiosa forma de concentrarse, moviendo rápidamente los dedos de su mano derecha extendida, ha podido contemplarse en todo el mundo.
Cualquiera que haya contemplado de cerca la secuencia completa de uno de sus saltos podría pensar que no está en sus cabales: la mirada clavada en un punto fijo del horizonte, los ojos desorbitados, la boca que se mueve conversando con un fantasma.
Puede derrumbarse el mundo a su alrededor y ella continuaría absorta en la varilla situada a dos metros del suelo. Son tantos años (26) pegándose con el listón, que Ruth Beitia Vila, lejos de contarlo entre sus enemigos, lo incluye en el grupo de allegados.
"Me divierte hablar con el listón, me sirve como refuerzo positivo para pasarlo. Unas veces le hablo sobre un aspecto técnico, otras como forma de motivación generalizada. Venga, vamos. El listón es mi amigo. Vamos, Ruth, tú puedes. Aguanta un poco el hombro, tira de la (pierna) libre. Siempre refuerzos positivos para saltar", relata a EFE en el libro "A por Más".
Gracias a una mezcla de tesón y calidad, esta chica larguirucha (1,92) está considerada, ya sin la menor discusión -tras la sanción a Marta Domínguez por anormalidades en su pasaporte biológico- la mejor atleta española de todos los tiempos.
Beitia disfruta de la combinación perfecta para triunfar en cualquier deporte: calidad y garra competitiva. Su diccionario no contiene la palabra apocamiento. Ni escurre el bulto, ni se sacude la presión, aunque su currículo presente, también, algunos reveses.
Sábado 11 de agosto de 2012. Estadio Olímpico de Londres. Le había costado dos intentos saltar 1,97 metros, la marca que en Helsinki le había dado, un mes antes, el título europeo, y estaba cuarta en la final olímpica cuando la barra se situó en 2 metros, sólo dos centímetros por debajo de su récord de España.
Lo consiguió en su primer intento y se colocó tercera. Después no pudo con 2,03, pero continuaba en posición de podio. Faltaba un escollo. La estadounidense Brigetta Barrett, que llegaba a los Juegos con un centímetro menos que Ruth como récord personal, falló su primer intento en 2,03. Estaba dos centímetros por encima de su mejor marca, pero lo consiguió a la segunda tentativa. La capitana española perdía la medalla de bronce.
Entre lágrimas, Ruth aseguró a los periodistas que estaba feliz por todo lo vivido en 22 años junto a su entrenador, Ramón Torralbo. Fue un golpe muy duro, pero ambos lo asimilaron en cuestión de horas. "Me llevé la medalla de chocolate, que duele, pero me la comí con alegría".
Beitia trabaja desde los 21 años con la psicóloga Toñi Martos, que le ha enseñado a canalizar los estados de ansiedad y a disfrutar en la pista en pleno estrés competitivo. Le ayudó mucho a tragar la amarga píldora londinense, como lo hizo el resto de su equipo multidisciplinar, del que forman parte también un fisioterapeuta, un masajista, su representante -Julia García- y, por supuesto, su "cincuenta por ciento", Ramón Torralbo, profesor del área de Educación Física en la Universidad de Cantabria, con quien comparte muchas horas al día y con el que lleva ya 27 años.
Hace algún tiempo se encomendó también a un nutricionista, que la enseñó a alimentarse correctamente, porque el peso, por pura ley de la gravedad, es fundamental en una saltadora de altura. Tiene un entrenador personal -"casualmente mi hermano Joaquín"-, con quien trabaja la técnica hipolates para reeducar su postura a través del suelo pélvico.
Su peso corporal se mueve en un margen de tres kilos a lo largo del año. Cuando llega febrero y la época de competición en pista cubierta, baja a su límite ideal que son los 71,5 kilos, después de haber arrojado en báscula 73 y pico desde septiembre.
Entre la elite mundial se ha convertido en "la abuela", lo asume, y no distingue a ninguna saltadora por encima del resto en liderazgo. A diferencia de otras épocas, en las que -apunta- "alguna se sentía la reina del mambo" -alusión directa a Blanka Vlasic-, ahora hay sensación de grupo.
Se lleva muy bien con la lituana Airine Palsythe, con la italiana Alessia Trost, con la polaca Kamila Kicwinko... Con todas excepto con la croata Vlasic. "Sigo sin tragarla. Es una chica que no sabe diferenciar la situación actual, ahora que es más +humana+ y sigue pensado que es una superestrella, nos ignoraba a todas las demás, vivía en su micromundo".
Los años olímpicos ofrecen a los deportistas maduros la tentación de poner broche a su carrera. Ella quería retirarse en la cima, sin esperar a que la competición le obligara a colgar las zapatillas por una lesión o porque ya no obtuviera las marcas que se requieren para manejarse en la elite mundial.
Pero el destino le tenía reservada una prórroga. Después de Londres 2012 anunció su retirada, pero sólo unas semanas después, aburrida en un otoño lluvioso, regresó a la pista cubierta de La Albericia para regalarse una propina que resultó espléndida.
Ramón supo motivarla para reanudar el trabajo y Ruth comprobó enseguida que se lo pasaba en grande, que disfrutaba entrenándose.
Desde entonces ha conseguido los mejores logros de su carrera: tres veces campeona de Europa -una de ellas en pista cubierta-, una medalla de bronce en un Mundial y una Liga de Diamante -la segunda está a punto de rematarla-.
Lleva "18 años durmiendo con Jordi Hurtado" -presentador del programa Saber y Ganar de La2- y se despierta con los documentales de animalitos. Las tardes son para los entrenamientos, desde las 17.00. Es el único momento del día en el que desconecta el móvil.
Se niega a poner fecha al adiós definitivo, para que no le pase lo del 2012. Le hubiese gustado despedirse en unos Juegos en España, pero la candidatura madrileña no prosperó. En Barcelona'92 nació su sueño olímpico y hubiera sido "guay" cerrar el ciclo en su país.
Río era su última oportunidad para conseguir el único sueño que le quedaba por cumplir: la medalla olímpica. Y llegó en un perfecto equilibrio físico y mental. "Ya no me puede la ansiedad", decía.
Torralbo ignora cuando volverá a tener en su grupo a una atleta como ella, con semejante capacidad de trabajo unida a sus condiciones físicas y psíquicas. Ruth siempre quiso hacer más de lo que le pedía. Nunca dijo no a sus propuestas. Siempre se movió entre la constancia, el esfuerzo y el sacrificio, pero, además, ha disfrutado del deporte. "Si no lo llevas bien, al final terminas aburriéndote y dejándolo", asegura Torralbo.
El atletismo le debía una medalla olímpica a la mejor atleta española de todos los tiempos y los Juegos de Río han satisfecho la deuda con generosidad: oro en altura con un salto de 1,97.
A sus 37 años. "A veces los sueños se cumplen". Con este tuit se fue a dormir anoche la atleta cántabra. Al día siguiente ha sucedido. Su imagen y su curiosa forma de concentrarse, moviendo rápidamente los dedos de su mano derecha extendida, ha podido contemplarse en todo el mundo.
Cualquiera que haya contemplado de cerca la secuencia completa de uno de sus saltos podría pensar que no está en sus cabales: la mirada clavada en un punto fijo del horizonte, los ojos desorbitados, la boca que se mueve conversando con un fantasma.
Puede derrumbarse el mundo a su alrededor y ella continuaría absorta en la varilla situada a dos metros del suelo. Son tantos años (26) pegándose con el listón, que Ruth Beitia Vila, lejos de contarlo entre sus enemigos, lo incluye en el grupo de allegados.
"Me divierte hablar con el listón, me sirve como refuerzo positivo para pasarlo. Unas veces le hablo sobre un aspecto técnico, otras como forma de motivación generalizada. Venga, vamos. El listón es mi amigo. Vamos, Ruth, tú puedes. Aguanta un poco el hombro, tira de la (pierna) libre. Siempre refuerzos positivos para saltar", relata a EFE en el libro "A por Más".
Gracias a una mezcla de tesón y calidad, esta chica larguirucha (1,92) está considerada, ya sin la menor discusión -tras la sanción a Marta Domínguez por anormalidades en su pasaporte biológico- la mejor atleta española de todos los tiempos.
Beitia disfruta de la combinación perfecta para triunfar en cualquier deporte: calidad y garra competitiva. Su diccionario no contiene la palabra apocamiento. Ni escurre el bulto, ni se sacude la presión, aunque su currículo presente, también, algunos reveses.
Sábado 11 de agosto de 2012. Estadio Olímpico de Londres. Le había costado dos intentos saltar 1,97 metros, la marca que en Helsinki le había dado, un mes antes, el título europeo, y estaba cuarta en la final olímpica cuando la barra se situó en 2 metros, sólo dos centímetros por debajo de su récord de España.
Lo consiguió en su primer intento y se colocó tercera. Después no pudo con 2,03, pero continuaba en posición de podio. Faltaba un escollo. La estadounidense Brigetta Barrett, que llegaba a los Juegos con un centímetro menos que Ruth como récord personal, falló su primer intento en 2,03. Estaba dos centímetros por encima de su mejor marca, pero lo consiguió a la segunda tentativa. La capitana española perdía la medalla de bronce.
Entre lágrimas, Ruth aseguró a los periodistas que estaba feliz por todo lo vivido en 22 años junto a su entrenador, Ramón Torralbo. Fue un golpe muy duro, pero ambos lo asimilaron en cuestión de horas. "Me llevé la medalla de chocolate, que duele, pero me la comí con alegría".
Beitia trabaja desde los 21 años con la psicóloga Toñi Martos, que le ha enseñado a canalizar los estados de ansiedad y a disfrutar en la pista en pleno estrés competitivo. Le ayudó mucho a tragar la amarga píldora londinense, como lo hizo el resto de su equipo multidisciplinar, del que forman parte también un fisioterapeuta, un masajista, su representante -Julia García- y, por supuesto, su "cincuenta por ciento", Ramón Torralbo, profesor del área de Educación Física en la Universidad de Cantabria, con quien comparte muchas horas al día y con el que lleva ya 27 años.
Hace algún tiempo se encomendó también a un nutricionista, que la enseñó a alimentarse correctamente, porque el peso, por pura ley de la gravedad, es fundamental en una saltadora de altura. Tiene un entrenador personal -"casualmente mi hermano Joaquín"-, con quien trabaja la técnica hipolates para reeducar su postura a través del suelo pélvico.
Su peso corporal se mueve en un margen de tres kilos a lo largo del año. Cuando llega febrero y la época de competición en pista cubierta, baja a su límite ideal que son los 71,5 kilos, después de haber arrojado en báscula 73 y pico desde septiembre.
Entre la elite mundial se ha convertido en "la abuela", lo asume, y no distingue a ninguna saltadora por encima del resto en liderazgo. A diferencia de otras épocas, en las que -apunta- "alguna se sentía la reina del mambo" -alusión directa a Blanka Vlasic-, ahora hay sensación de grupo.
Se lleva muy bien con la lituana Airine Palsythe, con la italiana Alessia Trost, con la polaca Kamila Kicwinko... Con todas excepto con la croata Vlasic. "Sigo sin tragarla. Es una chica que no sabe diferenciar la situación actual, ahora que es más +humana+ y sigue pensado que es una superestrella, nos ignoraba a todas las demás, vivía en su micromundo".
Los años olímpicos ofrecen a los deportistas maduros la tentación de poner broche a su carrera. Ella quería retirarse en la cima, sin esperar a que la competición le obligara a colgar las zapatillas por una lesión o porque ya no obtuviera las marcas que se requieren para manejarse en la elite mundial.
Pero el destino le tenía reservada una prórroga. Después de Londres 2012 anunció su retirada, pero sólo unas semanas después, aburrida en un otoño lluvioso, regresó a la pista cubierta de La Albericia para regalarse una propina que resultó espléndida.
Ramón supo motivarla para reanudar el trabajo y Ruth comprobó enseguida que se lo pasaba en grande, que disfrutaba entrenándose.
Desde entonces ha conseguido los mejores logros de su carrera: tres veces campeona de Europa -una de ellas en pista cubierta-, una medalla de bronce en un Mundial y una Liga de Diamante -la segunda está a punto de rematarla-.
Lleva "18 años durmiendo con Jordi Hurtado" -presentador del programa Saber y Ganar de La2- y se despierta con los documentales de animalitos. Las tardes son para los entrenamientos, desde las 17.00. Es el único momento del día en el que desconecta el móvil.
Se niega a poner fecha al adiós definitivo, para que no le pase lo del 2012. Le hubiese gustado despedirse en unos Juegos en España, pero la candidatura madrileña no prosperó. En Barcelona'92 nació su sueño olímpico y hubiera sido "guay" cerrar el ciclo en su país.
Río era su última oportunidad para conseguir el único sueño que le quedaba por cumplir: la medalla olímpica. Y llegó en un perfecto equilibrio físico y mental. "Ya no me puede la ansiedad", decía.
Torralbo ignora cuando volverá a tener en su grupo a una atleta como ella, con semejante capacidad de trabajo unida a sus condiciones físicas y psíquicas. Ruth siempre quiso hacer más de lo que le pedía. Nunca dijo no a sus propuestas. Siempre se movió entre la constancia, el esfuerzo y el sacrificio, pero, además, ha disfrutado del deporte. "Si no lo llevas bien, al final terminas aburriéndote y dejándolo", asegura Torralbo.