Turquía ya no es país para golpes
El rechazo de la calle, la condena de la oposición y el papel de las redes sociales hicieron fracasar la intentona militar
Andrés Mourenza
Mardin, El País
El viernes 12 de septiembre de 1980, multitud de niños turcos se alegraron porque algo que sucedía en televisión había cancelado el inicio del curso escolar. No podían entender el gesto preocupado de sus mayores, que corrían por la casa en busca de libros que quemar en la cocina para evitar ser inculpados, mientras los teléfonos hervían en llamadas para saber si el resto de sus familiares y amigos se encontraban a salvo. Ese día, de madrugada, los tanques habían tomado las calles y se impuso la ley marcial. La Junta Militar se prolongaría durante tres años, tras los cuales —miles de torturados, muertos y encarcelados mediante— Turquía ya jamás volvería a ser la misma.
Esconderse y tratar de pasar desapercibido fue la respuesta de la mayoría de los turcos a los sucesivos golpes de Estado (1960, 1971, 1980 y 1997) vividos por su país desde el inicio de la democracia. Era eso o echarse al monte intentando resistir hasta la captura o la muerte.
Esta vez ha sido diferente. Por primera vez, los militares golpistas se han encontrado con que las masas les hacían frente en defensa del Gobierno democráticamente elegido y, aunque algunos dispararon contra los manifestantes, la mayoría de los soldados terminaron por deponer las armas. “Tomamos una decisión. Nos dijimos: o salimos a la calle, aunque sea arriesgando nuestra vida, o este país perderá otra vez otros 10 o 15 años, que es el retraso que ha supuesto para Turquía cada uno de los golpes de Estado”, explica Ahmet Turan Han, miembro de la asociación antimilitarista Jóvenes Civiles. Este joven informático decidió, ante el llamamiento del presidente Recep Tayyip Erdogan y de varios miembros del Gobierno, caminar hasta el puente del Bósforo en Estambul, donde cientos de personas intentaron frenar a los golpistas: “Había unos 35 soldados, un tanque y varios blindados, primero dispararon al aire para dispersarnos, luego hacia nosotros. Varios cayeron heridos, hubo también algún muerto. Pero los conductores de los autobuses municipales y los de los camiones de basura cruzaron sus vehículos para impedir que llegasen más militares. Y viéndonos allí, todos juntos, hermanados, siendo más que los militares, nos sentimos fuertes y resistimos hasta que llegó la policía y los detuvo”.
El júbilo mostrado por miles de personas que han salido a la calle —el Gobierno ha llamado a “no abandonar las plazas”— contrastaba con la quietud en otros barrios de tendencia contraria al Ejecutivo. Esta mañana del sábado, en un mercado del centro de Estambul abrieron menos puestos de los acostumbrados. Según una testigo, la gente se mostraba “temerosa”. Sin embargo, pronto cambió el ambiente: “El propietario del café invitó a té a la gente y todos empezamos a hablar y a compartir nuestros miedos y a relajarnos”. En medio de la incertidumbre que generan episodios como estos y tras una noche en que el centro de la metrópolis turca estuvo sumido en explosiones, tiroteos y el vuelo rasante de los cazas, el calor humano y la solidaridad son la mejor medicina.
“No ha sido sólo la gente. También el hecho de que los líderes de los principales partidos políticos coincidiesen en denunciar el golpe ha sido muy importante”, puntualiza Mensur Akgün, director del centro de estudios GPoT. Efectivamente, socialdemócratas, pro-kurdos y ultranacionalistas turcos mostraron su apoyo al Gobierno islamista electo y su oposición a la asonada militar. Los cuatro grupos parlamentarios se reunieron este sábado en una sesión extraordinaria de un Parlamento gravemente dañado por los bombardeos de la noche. Por primera vez en mucho tiempo, en el hemiciclo turco se escucharon aplausos de los grupos políticos a los líderes rivales. “Turquía es un país que vive sumido en una gran polarización, y los militares intentaron aprovechar estas divisiones para hacer triunfar el golpe. El que no lo hayan conseguido, da muestra de que la sociedad turca ha madurado y es un hito en la historia de la democracia”, sostiene este experto.
Tampoco contaban los sublevados con que el mundo ha evolucionado. La tradición golpista indica que lo primero que deben hacer los rebeldes es tomar la radiotelevisión pública y desde ahí radiar las órdenes a la nación. Y así lo hicieron, pero no contaron con que en Turquía los restantes canales privados continuarían emitiendo. “Incluso televisiones contrarias al Gobierno como CNN-Türk tomaron una postura de defensa de la democracia y contraria al golpe de Estado”, explica el director de GPoT. No en vano, un grupo de soldados invadió a punta de pistola los estudios de dicha cadena, donde sus periodistas siguieron con la emisión incluso entonces, permitiendo a los espectadores escuchar los disparos y los gritos con los que los golpistas trataban de desalojar el edificio. Si hace unos meses, los medios progubernamentales y los seguidores del AKP habían lanzado campañas de difamación contra los periodistas y medios del emporio Dogan, al que pertenece CNN-Türk, cuyos edificios llegaron a apedrear, hoy muchos simpatizantes del partido islamista agradecen la solidaridad y el empeño mostrado por estos mismos periodistas en defensa de la democracia.
Ni se pararon a pensar los golpistas en la gran penetración que tienen las redes sociales en Turquía que, pese a los sucesivos bloqueos, son ampliamente utilizadas. “Nos organizamos a través de Whatsapp”, explica el miembro de Jóvenes Civiles: “Y al ver las fotos que la gente colgaba en Facebook y Twitter, muchos más decidieron unirse”. Muchos ciudadanos recibieron además SMS del Gobierno en sus teléfonos móviles instándoles a participar en las protestas contra el golpe. El golpe de estado, en la era de la información, ha perdido muchas de la posibilidades de éxito que tenía antes, subrayaba el catálogo de una exposición artística titulada “Darbe” (Golpe) en una galería de Estambul hace ya siete años.
Burak Bekdil, experto en temas de Defensa, tampoco acaba de salir de su asombro respecto al intento golpista: “La doctrina de las Fuerzas Armadas de Turquía siempre había sido la de dar un golpe solamente cuando tenía apoyo para ello. Y esta vez se han levantado contra un Gobierno que tiene una gran popularidad”. También él, pese a ser un crítico mordaz del autoritarismo islamista, cree que la facción que ha perpetrado la sublevación ha errado en la lectura sobre la situación del país: “Antes, los turcos estábamos programados para aceptar lo que dijese el Ejército. Ahora no, ahora la gente está con las Fuerzas Armadas cuando lucha contra el terrorismo pero en contra cuando intenta un golpe de estado. La sociedad turca ha cambiado”.
Andrés Mourenza
Mardin, El País
El viernes 12 de septiembre de 1980, multitud de niños turcos se alegraron porque algo que sucedía en televisión había cancelado el inicio del curso escolar. No podían entender el gesto preocupado de sus mayores, que corrían por la casa en busca de libros que quemar en la cocina para evitar ser inculpados, mientras los teléfonos hervían en llamadas para saber si el resto de sus familiares y amigos se encontraban a salvo. Ese día, de madrugada, los tanques habían tomado las calles y se impuso la ley marcial. La Junta Militar se prolongaría durante tres años, tras los cuales —miles de torturados, muertos y encarcelados mediante— Turquía ya jamás volvería a ser la misma.
Esconderse y tratar de pasar desapercibido fue la respuesta de la mayoría de los turcos a los sucesivos golpes de Estado (1960, 1971, 1980 y 1997) vividos por su país desde el inicio de la democracia. Era eso o echarse al monte intentando resistir hasta la captura o la muerte.
Esta vez ha sido diferente. Por primera vez, los militares golpistas se han encontrado con que las masas les hacían frente en defensa del Gobierno democráticamente elegido y, aunque algunos dispararon contra los manifestantes, la mayoría de los soldados terminaron por deponer las armas. “Tomamos una decisión. Nos dijimos: o salimos a la calle, aunque sea arriesgando nuestra vida, o este país perderá otra vez otros 10 o 15 años, que es el retraso que ha supuesto para Turquía cada uno de los golpes de Estado”, explica Ahmet Turan Han, miembro de la asociación antimilitarista Jóvenes Civiles. Este joven informático decidió, ante el llamamiento del presidente Recep Tayyip Erdogan y de varios miembros del Gobierno, caminar hasta el puente del Bósforo en Estambul, donde cientos de personas intentaron frenar a los golpistas: “Había unos 35 soldados, un tanque y varios blindados, primero dispararon al aire para dispersarnos, luego hacia nosotros. Varios cayeron heridos, hubo también algún muerto. Pero los conductores de los autobuses municipales y los de los camiones de basura cruzaron sus vehículos para impedir que llegasen más militares. Y viéndonos allí, todos juntos, hermanados, siendo más que los militares, nos sentimos fuertes y resistimos hasta que llegó la policía y los detuvo”.
El júbilo mostrado por miles de personas que han salido a la calle —el Gobierno ha llamado a “no abandonar las plazas”— contrastaba con la quietud en otros barrios de tendencia contraria al Ejecutivo. Esta mañana del sábado, en un mercado del centro de Estambul abrieron menos puestos de los acostumbrados. Según una testigo, la gente se mostraba “temerosa”. Sin embargo, pronto cambió el ambiente: “El propietario del café invitó a té a la gente y todos empezamos a hablar y a compartir nuestros miedos y a relajarnos”. En medio de la incertidumbre que generan episodios como estos y tras una noche en que el centro de la metrópolis turca estuvo sumido en explosiones, tiroteos y el vuelo rasante de los cazas, el calor humano y la solidaridad son la mejor medicina.
“No ha sido sólo la gente. También el hecho de que los líderes de los principales partidos políticos coincidiesen en denunciar el golpe ha sido muy importante”, puntualiza Mensur Akgün, director del centro de estudios GPoT. Efectivamente, socialdemócratas, pro-kurdos y ultranacionalistas turcos mostraron su apoyo al Gobierno islamista electo y su oposición a la asonada militar. Los cuatro grupos parlamentarios se reunieron este sábado en una sesión extraordinaria de un Parlamento gravemente dañado por los bombardeos de la noche. Por primera vez en mucho tiempo, en el hemiciclo turco se escucharon aplausos de los grupos políticos a los líderes rivales. “Turquía es un país que vive sumido en una gran polarización, y los militares intentaron aprovechar estas divisiones para hacer triunfar el golpe. El que no lo hayan conseguido, da muestra de que la sociedad turca ha madurado y es un hito en la historia de la democracia”, sostiene este experto.
Tampoco contaban los sublevados con que el mundo ha evolucionado. La tradición golpista indica que lo primero que deben hacer los rebeldes es tomar la radiotelevisión pública y desde ahí radiar las órdenes a la nación. Y así lo hicieron, pero no contaron con que en Turquía los restantes canales privados continuarían emitiendo. “Incluso televisiones contrarias al Gobierno como CNN-Türk tomaron una postura de defensa de la democracia y contraria al golpe de Estado”, explica el director de GPoT. No en vano, un grupo de soldados invadió a punta de pistola los estudios de dicha cadena, donde sus periodistas siguieron con la emisión incluso entonces, permitiendo a los espectadores escuchar los disparos y los gritos con los que los golpistas trataban de desalojar el edificio. Si hace unos meses, los medios progubernamentales y los seguidores del AKP habían lanzado campañas de difamación contra los periodistas y medios del emporio Dogan, al que pertenece CNN-Türk, cuyos edificios llegaron a apedrear, hoy muchos simpatizantes del partido islamista agradecen la solidaridad y el empeño mostrado por estos mismos periodistas en defensa de la democracia.
Ni se pararon a pensar los golpistas en la gran penetración que tienen las redes sociales en Turquía que, pese a los sucesivos bloqueos, son ampliamente utilizadas. “Nos organizamos a través de Whatsapp”, explica el miembro de Jóvenes Civiles: “Y al ver las fotos que la gente colgaba en Facebook y Twitter, muchos más decidieron unirse”. Muchos ciudadanos recibieron además SMS del Gobierno en sus teléfonos móviles instándoles a participar en las protestas contra el golpe. El golpe de estado, en la era de la información, ha perdido muchas de la posibilidades de éxito que tenía antes, subrayaba el catálogo de una exposición artística titulada “Darbe” (Golpe) en una galería de Estambul hace ya siete años.
Burak Bekdil, experto en temas de Defensa, tampoco acaba de salir de su asombro respecto al intento golpista: “La doctrina de las Fuerzas Armadas de Turquía siempre había sido la de dar un golpe solamente cuando tenía apoyo para ello. Y esta vez se han levantado contra un Gobierno que tiene una gran popularidad”. También él, pese a ser un crítico mordaz del autoritarismo islamista, cree que la facción que ha perpetrado la sublevación ha errado en la lectura sobre la situación del país: “Antes, los turcos estábamos programados para aceptar lo que dijese el Ejército. Ahora no, ahora la gente está con las Fuerzas Armadas cuando lucha contra el terrorismo pero en contra cuando intenta un golpe de estado. La sociedad turca ha cambiado”.