"Ganamos 0-1 con gol de Cristiano. Él marca el camino"

Lisboa vive con emoción una final que cree cambiará hasta la economía de Portugal. En el recuerdo, la final de la Eurocopa de 2004 perdida ante Grecia.

José A. Espina
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Poco hay que no cure el fútbol cuando éste se receta en sobredosis de alegría como los que vive Lisboa durante los días previos a la final. La ciudad de la eterna melancolía cambia en cada esquina el fado por los sonidos discotequeros del pegadizo himno que David Guetta, un francés, compuso para esta Eurocopa. Es la banda sonora en plazas, callejuelas y hasta alguna taberna destartalada, donde la música contrasta con una clientela rancia pero ahora sonriente. Señores que estos días aparcan las conversaciones sobre la tremenda crisis que aún azota al país, el que más de la UE ha sufrido los rigores de la economía por detrás sólo de Grecia, la más tristemente célebre por sus penurias.


Precisamente Grecia, que en 2004 ganó a los portugueses su final de la Euro y dejó al país con una cara de pasmarote que espera recomponer por fin este domingo, traspasando ese disgusto a la ahora también anfitriona Francia. "Soñar es gratis", anima Cristiano, que aquella vez de recuerdo infausto disputaba con apenas 19 años la primera de sus cuatro Eurocopas. "Él nos marca el camino", suscribe el jubilado Prudencio mientras posa con una bufanda. "Yo estuve en las gradas del estadio de la Luz, que para nosotros fue de las sombras. Entonces, Ronaldo era un niño. Ahora es el mejor jugador del Mundo y lo va a volver a demostrar. Ganamos 0-1 como un gol de falta suyo, ya lo verás".

Subimos al Bairro Alto y encontramos más juventud. Un edificio vetusto lo disfrazan de rojo y verde decenas de banderas de Portugal. Menos concreto, pero igual de optimista que Prudencio se muestra Rui, un estudiante de origen brasileño que ha aplazado las vacaciones porque quiere ver la final junto a sus amigos: "El fútbol no me gusta, la verdad, pero creo que esto es historia. Y soy muy de Pepe, que es portugués y brasileiro, como yo. Ganar cambiaría la perspectiva de tanta gente que en este país cree que las cosas sólo pueden ir a peor. Por favor, por favor...", masculla mientras baja camino del Chiado, donde le espera la estatua del poeta de mil caras, Pessoa, la imagen de un país condenado a la utopía que otra vez, de verdad, saborea la gloria con humildad y esperanza, mientras recita los versos de Tabacaria: "No soy nada, nunca seré nada, no puedo querer ser nada: aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del Mundo...".

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