El regreso del Narco de Narcos abre una guerra de cárteles en México
El legendario Caro Quintero, tras 28 años de prisión, ha reagrupado sus fuerzas y ataca el feudo de El Chapo
Jan Martínez Ahrens
México, El País
En las montañas del norte de México un espectro ha vuelto a la vida. Rafael Caro Quintero, líder del extinto cártel de Guadalajara y jefe de jefes en los años ochenta, ha tomado las armas y está reagrupando sus fuerzas. Su primer objetivo, aprovechando la caída de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, ha sido disputarle el territorio al mismísimo cártel de Sinaloa. A sangre y fuego ha hecho sentir sus pasos e incluso se le atribuye el ataque a la casa de la madre de El Chapo. 31 años después de su detención y a tres de su escandalosa salida de la cárcel, el llamado Narco de Narcos, hace temblar otra vez México. Una nueva guerra de cárteles, según la fiscalía, ha empezado.
Con Caro Quintero, de 63 años, el pasado se ha vuelto presente. El capo más odiado por la agencia antinarcóticos estadounidense (DEA), procede de una época germinal en que el narcotráfico mexicano era un apéndice del colombiano. Una correlación que el Narco de Narcos, junto con Miguel Ángel Félix Gallardo y Ernesto Fonseca Carrillo, se encargó de cambiar. Fundadores del cártel de Guadalajara, establecieron un puente con las grandes organizaciones suramericanas y, aupados por su conocimiento milimétrico de la frontera y su explosiva violencia, crearon las rutas que con el tiempo dominarían el mayor mercado del mundo, Estados Unidos.
El regreso del Narco de Narcos abre una guerra de cárteles en México
Eran tipos salvajes, nacidos de la miseria extrema de la Sierra Madre Occidental. El mismo Caro Quintero, natural de Badiraguato (Sinaloa) como El Chapo, tuvo que hacerse cargo de sus 12 hermanos a la edad de 13 años. Había muerto su padre y para salir adelante cambió el cultivo del frijol por la marihuana. Un negocio que le condujo hasta el ex policía Félix Gallardo y le abrió las puertas del dudoso cielo de los narcos.
La bonaza duró hasta 1985. Ese año, los líderes del cártel de Guadalajara, arrastrados por su pulsión asesina, cometieron el error que acabaría con ellos. Tras descubrir que habían sido infiltrados por la DEA, decidieron acabar con su hombre en la zona, Enrique Kiki Camarena. El 7 de febrero, cuando salía de Consulado de EEUU en Guadalajara, el agente fue secuestrado por policías y entregado a los narcos. En una finca, Camarena y el piloto mexicano Alfredo Zavala Avelar fueron una y otra vez torturados mientras un médico les mantenía con vida. Cuando se hallaron los cadáveres, se comprobó que habían sido castrados y enterrados vivos. La pesadilla desató una de las mayores operaciones de venganza de la DEA. Durante años la agencia estadounidense persiguió, dentro y fuera de la ley, a los autores de la barbarie. Ninguno quedó impune.
Caro Quintero fue de los primeros en ser capturados. La DEA le sorprendió el 4 de abril en su refugio de Costa Rica. En México fue condenado a 40 años de prisión por la muerte de Camarena y Zavala. Pero nunca se concedió su extradición a Estados Unidos.
Sus primeros años entre rejas fueron, como era habitual, un encierro dorado. Documentos desclasificados muestran que para su cumpleaños, en 1985, llevó a su celda a dos bandas de música que tocaron 12 horas seguidas. Aunque a medida que avanzó la guerra contra el narco en México, el régimen carcelario se fue endureciendo, jamás perdió su poder. Desde la prisión controlaba, según la DEA, una trama empresarial que permanecía intacta y alimentaba a una extensa red de abogados. Una fuerza oculta e incansable que en 2013 logró que un tribunal de Jalisco le dejase en libertad por un supuesto defecto de forma en el procedimiento penal. Para cuando la sorprendente sentencia fue invalidada, Caro Quintero ya había desaparecido.
Su rastro ha emergido ahora en el Triángulo de Oro, entre Sinaloa, Chihuahua y Durango. El reagrupamiento de fuerzas en esta zona montañosa y productora de opio ha activado todas las alertas. No sólo ha empezado a reclutar sicarios sino que se ha aliado, según la inteligencia militar, con el cártel de los Beltrán Leyva, enemigos acérrimos de El Chapo. Fortalecido, sus golpes son cada vez más audaces e incluso se le atribuye el ataque contra la casa de la madre de El Chapo, en Badiraguato, la tierra sagrada del cártel de Sinaloa. Toda una declaración de guerra.
Ante este avance, el fiscal general de Chihuahua, Jorge González Nicolás, ha denunciado que el viejo narco, en su lucha con el cártel de Sinaloa pretende hacerse también con el control de Chihuahua y de la misma Ciudad Juárez, la puerta a Estados Unidos. El temor a una nueva vorágine se ha apoderado de las autoridades. Caro Quintero, como una maldición de otro tiempo, ha reaparecido para sembrar el terror. Pero sus enemigos son muchos. La DEA ofrece cinco millones de dólares por su captura. Y seguramente está dispuesta a ir mucho más lejos. Nunca ha olvidado la tortura y muerte de Enrique Camarena.
Jan Martínez Ahrens
México, El País
En las montañas del norte de México un espectro ha vuelto a la vida. Rafael Caro Quintero, líder del extinto cártel de Guadalajara y jefe de jefes en los años ochenta, ha tomado las armas y está reagrupando sus fuerzas. Su primer objetivo, aprovechando la caída de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, ha sido disputarle el territorio al mismísimo cártel de Sinaloa. A sangre y fuego ha hecho sentir sus pasos e incluso se le atribuye el ataque a la casa de la madre de El Chapo. 31 años después de su detención y a tres de su escandalosa salida de la cárcel, el llamado Narco de Narcos, hace temblar otra vez México. Una nueva guerra de cárteles, según la fiscalía, ha empezado.
Con Caro Quintero, de 63 años, el pasado se ha vuelto presente. El capo más odiado por la agencia antinarcóticos estadounidense (DEA), procede de una época germinal en que el narcotráfico mexicano era un apéndice del colombiano. Una correlación que el Narco de Narcos, junto con Miguel Ángel Félix Gallardo y Ernesto Fonseca Carrillo, se encargó de cambiar. Fundadores del cártel de Guadalajara, establecieron un puente con las grandes organizaciones suramericanas y, aupados por su conocimiento milimétrico de la frontera y su explosiva violencia, crearon las rutas que con el tiempo dominarían el mayor mercado del mundo, Estados Unidos.
El regreso del Narco de Narcos abre una guerra de cárteles en México
Eran tipos salvajes, nacidos de la miseria extrema de la Sierra Madre Occidental. El mismo Caro Quintero, natural de Badiraguato (Sinaloa) como El Chapo, tuvo que hacerse cargo de sus 12 hermanos a la edad de 13 años. Había muerto su padre y para salir adelante cambió el cultivo del frijol por la marihuana. Un negocio que le condujo hasta el ex policía Félix Gallardo y le abrió las puertas del dudoso cielo de los narcos.
La bonaza duró hasta 1985. Ese año, los líderes del cártel de Guadalajara, arrastrados por su pulsión asesina, cometieron el error que acabaría con ellos. Tras descubrir que habían sido infiltrados por la DEA, decidieron acabar con su hombre en la zona, Enrique Kiki Camarena. El 7 de febrero, cuando salía de Consulado de EEUU en Guadalajara, el agente fue secuestrado por policías y entregado a los narcos. En una finca, Camarena y el piloto mexicano Alfredo Zavala Avelar fueron una y otra vez torturados mientras un médico les mantenía con vida. Cuando se hallaron los cadáveres, se comprobó que habían sido castrados y enterrados vivos. La pesadilla desató una de las mayores operaciones de venganza de la DEA. Durante años la agencia estadounidense persiguió, dentro y fuera de la ley, a los autores de la barbarie. Ninguno quedó impune.
Caro Quintero fue de los primeros en ser capturados. La DEA le sorprendió el 4 de abril en su refugio de Costa Rica. En México fue condenado a 40 años de prisión por la muerte de Camarena y Zavala. Pero nunca se concedió su extradición a Estados Unidos.
Sus primeros años entre rejas fueron, como era habitual, un encierro dorado. Documentos desclasificados muestran que para su cumpleaños, en 1985, llevó a su celda a dos bandas de música que tocaron 12 horas seguidas. Aunque a medida que avanzó la guerra contra el narco en México, el régimen carcelario se fue endureciendo, jamás perdió su poder. Desde la prisión controlaba, según la DEA, una trama empresarial que permanecía intacta y alimentaba a una extensa red de abogados. Una fuerza oculta e incansable que en 2013 logró que un tribunal de Jalisco le dejase en libertad por un supuesto defecto de forma en el procedimiento penal. Para cuando la sorprendente sentencia fue invalidada, Caro Quintero ya había desaparecido.
Su rastro ha emergido ahora en el Triángulo de Oro, entre Sinaloa, Chihuahua y Durango. El reagrupamiento de fuerzas en esta zona montañosa y productora de opio ha activado todas las alertas. No sólo ha empezado a reclutar sicarios sino que se ha aliado, según la inteligencia militar, con el cártel de los Beltrán Leyva, enemigos acérrimos de El Chapo. Fortalecido, sus golpes son cada vez más audaces e incluso se le atribuye el ataque contra la casa de la madre de El Chapo, en Badiraguato, la tierra sagrada del cártel de Sinaloa. Toda una declaración de guerra.
Ante este avance, el fiscal general de Chihuahua, Jorge González Nicolás, ha denunciado que el viejo narco, en su lucha con el cártel de Sinaloa pretende hacerse también con el control de Chihuahua y de la misma Ciudad Juárez, la puerta a Estados Unidos. El temor a una nueva vorágine se ha apoderado de las autoridades. Caro Quintero, como una maldición de otro tiempo, ha reaparecido para sembrar el terror. Pero sus enemigos son muchos. La DEA ofrece cinco millones de dólares por su captura. Y seguramente está dispuesta a ir mucho más lejos. Nunca ha olvidado la tortura y muerte de Enrique Camarena.