El gigante invisible
Brasil es una isla cultural cuya literatura trasciende los estereotipos de fútbol, favela y samba. Sus escritores se enfrentan al reto de reflejar una diversidad inabarcable
ANTONIO JIMÉNEZ BARCA
El País
A mediados de julio, cada año, la preciosa ciudad de Paraty, en el estado de Río de Janeiro, acoge el festival literario más importante de Brasil. Los caserones de hace más de 300 años de la época del comercio del oro y las calles de traza colonial empedradas de forma casi asesina para los tobillos del paseante se transforman en una especie de radiografía no del todo infiel del panorama del libro brasileño. Es el lugar apropiado para tratar de averiguar hacia dónde va la literatura brasileña, si es que va hacia algún lado. También para saber si las novelas y los ensayos de ahora mismo o de pasado mañana reflejan o reflejarán el convulso y depresivo estado que atraviesa el país: a las puertas de los Juegos Olímpicos, con una presidenta, Dilma Rousseff, apartada de su cargo por un proceso aún en marcha de impeachment y semiexiliada en su propio palacio presidencial y otro presidente en funciones, Michel Temer, a la espera de hacerse con las riendas del poder de forma definitiva en unas semanas. Cuando la historia entra por la puerta, ¿la literatura se lanza por la ventana?
Rodrigo Lacerda (Río de Janeiro, 1969), editor, historiador y escritor, es uno de esos novelistas que pasean por Paraty. Es autor, entre otras, de una novela celebrada, Outra vida (otra vida), en la que relata la descomposición de un matrimonio mientras espera un autobús que les va a sacar de São Paulo. Lacerda asegura que la sacudida política y social de Brasil “es muy reciente para que aparezca ya en novelas”. Pero añade: “Aunque hay que tener en cuenta que ahora hay un interés por los tiempos de la dictadura, y eso sí que se puede unir al tema de la crisis que estamos pasando, como si se solaparan”. Y agrega: “Se unirían en esta nueva caída de autoestima que ahora padecemos, la sensación de que estuvimos cerca de llegar, pero que el cielo ha vuelto a abrirse y volvemos a caer en el infierno. Pasó el tren. Deberemos esperar otro. No tenemos remedio”.
Este novelista añade luego otra característica de la actual literatura brasileña: “Hace unos años, una especialista elaboró un censo de personajes de novelas y el 90% eran hombres, universitarios, que vivían en grandes ciudades (Río de Janeiro y aún más São Paulo) y que tenían problemas típicos de esa clase social. Es decir: escribimos sobre nosotros mismos”.
Esto es especialmente sangrante en un país tan diverso social, racial, geográfica y hasta climáticamente como Brasil: una geografía cruzada de mundos y hasta de épocas diferentes que se yuxtaponen y se retroalimentan en un territorio hechizante: la vida de un profesor de universidad de São Paulo no tiene absolutamente nada que ver con la de un labrador sin tierra del estado de Maranhão, ni la de este con la de un indio de uno de los mil ríos amazónicos o con la de un ganadero del Sur o del Oeste del país.
Luiz Ruffato, de 55 años, escritor y articulista de prensa, autor, entre otras, de Eles eran muitos cavalos (ellos eran muchos caballos), una novela experimental que describe, a través de capítulos cortos y electrizantes, la vida en la interminable São Paulo, tiene una explicación triste: “La novela actual brasileña refleja los problemas, la vida y las preocupaciones de la clase social que ha tenido acceso a los estudios en Brasil. Uno trata de escribir de su aldea, de su ciudad, de su entorno, y con eso llegar a ser universal. Pero en Brasil todavía no hay escritores que provengan de otro mundo que el nuestro y eso dice mucho de la desigualdad que impera en el país”.
Algo se mueve, sin embargo, en algunas favelas de Río o de São Paulo. Incipiente aún, carente según algunos, de auténtico aliento literario, un grupo de escritores nacidos y criados allí comienzan a publicar y a viajar por ahí mostrando su obra. Uno de sus exponentes es Reginaldo Ferreira da Silva, Ferrez, de 40 años, habitante del barrio marginal de São Paulo Capão Redondo. Su último libro es un volumen explosivo y combativo de cuentos Os ricos também morren en la que narra las historias de sus vecinos. En una entrevista a este periódico lo explicaba así: “Es un libro pensado para que lo comenten en la calle, para que se rían comentándolo. Yo no poseo nada más que el que la gente lea mis historias y las comente conmigo, que se rían cuando las cuento. No son historias reales, pero el tono y la manera de hablar sí que lo son. Son de aquí”.
El estudiante Victor Caplin lee un libro en las piedas del Arpoador, en la playa de Ipanema. ampliar foto
El estudiante Victor Caplin lee un libro en las piedas del Arpoador, en la playa de Ipanema. Leonardo Wen
La música como modelo
Hay también un elemento que puede intimidar a los escritores brasileños a la hora de abordar un tema más amplio que el de su propia vida y la de los que rodean al escritor: la realidad brasileña suele con frecuencia derrotar a cualquiera que se enfrente a ella desde la ficción. En un reciente libro sobre la vida de un narcotraficante en la Rocinha traducido al portugués, O dono do Morro (el señor de la favela) el periodista británico Misha Glenny, entre otras historias increíbles, narra la de Chico-Bala, el mono-mascota del líder, al que paseaban todos los vecinos vestido de cowboy y que acabó secuestrado por la policía. “O trate de concebir en una novela la votación del Congreso en la que se apartó a Dilma Rousseff del poder, con esos políticos votando por su madre, por su esposa o por su tía. A nadie se le hubiera podido ocurrir”, explica Julia Wähmann, de 35 años, blogueraista y escritora. “En mi primera novela he escrito una historia muy poco brasileña, centrada en la danza contemporánea. Pero, por otro lado, también es la historia de una brasileña que viaja”.
El 90% de los personajes de novela son hombres, urbanos y universitarios, algo sangrante en un país socialmente tan desigual
El escritor y profesor de literatura Flávio Carneiro, de 54 años, está de acuerdo en esta desventaja frente a la realidad extraordinaria de todos los días de Brasil, pero advierte frente al reduccionismo: “Desde los años 80, hay muchas literaturas brasileñas, incluida una literatura de entretenimiento, heredera de Machado de Assis, del folletín, que yo reivindico”. Carneiro es autor de una serie de novelas policiales que discurren en Río de Janeiro. “Hasta hace pocos años, en Brasil, el escritor Rubén Fonseca, autor de novelas policiacas, era considerado subliteratura. Ahora es un clásico”, añade.
Tiene razón Carneiro. Es peligroso tratar de reducir la literatura de un país-continente, donde se producen muchas novelas urbanas paulistas como las de Ruffato, pero que también produce joyas extrañas como A queda do céu (la caída del cielo), escrito por el antropólogo francés Bruce Albert sobre lo que le contaba su amigo de años el chamán de la tribu india yanomami Davi Kopenawa, un texto citado por algún escritor como un volumen imprescindible para comprender la realidad brasileña.
La estudiante universitaria Jessica Rabelo lee un libro en la Biblioteca Nacional del Rio de Janeiro. ampliar foto
La estudiante universitaria Jessica Rabelo lee un libro en la Biblioteca Nacional del Rio de Janeiro. Leonardo Wen
En lo que todos los escritores coinciden es en la escasa repercusión internacional de la literatura brasileña. El primer premio Nobel en lengua portuguesa (y único hasta ahora) es el del escritor portugués José Saramago. No ha habido ninguno brasileño. Las traducciones de las novelas brasileñas son raras y difíciles de encontrar en España, EEUU o en Francia. O por lo menos, mucho más difíciles de encontrar que las de sus contemporáneos hispanoamericanos. Todos son conscientes de que viven en una isla lingüística enorme, pero isla al fin y al cabo. Y todos critican la muy escasa y contradictoria promoción cultural de los sucesivos gobiernos brasileños. Hay quien apunta también, como la escritora Noemí Jaffe, a que muchas veces, las editoriales extranjeras buscan un conjunto de estereotipos (fútbol, samba, favela…) de los que la muchos escritores tratan precisamente de escapar.
Todos estos autores miran con algo de envidia la proyección universal de la música brasileña, esa continua fuente popular de ritmo y armonía que cada generación escupe uno o varios genios. Ricardo de Carvalho, Chacal, un viejo poeta que acudía a la ahora exquisita ciudad de Paraty en los tiempos en los que Paraty no había “sino perros vagabundos y borrachos en el puerto”, recuerda que buena parte de la cultura brasileña, la que procede de los indios que ya estaban allí y de los negros que llegaron en barcos de esclavos “es una cultura eminentemente oral, volcada en la música”. “Hubo un funcionario portugués encargado de civilizar a los aborígenes brasileños de los primeros tiempos que escribió a la metrópoli que había que hacerlo con música, porque si no, no conseguía nada. Sem tam-tam, não da, decía (sim tan tan no funciona)”.
Libros, lectores y analfabetos
-Habitantes de Brasil: 205 millones.
-Índice de alfabetización: Brasil es el octavo país del mundo con más analfabetos (cerca de 14 millones, según datos de la Unesco de 2014). El 38% de los analfabetos latinoamericanos son brasileños.
-Número de títulos editados: 60.829 en 2014 y 52.427 en 2015 (un 13,81% menos).
-Tirada media: 4.500 ejemplares para una edición media inicial a nivel nacional.
-Porcentaje de traducciones de lenguas extranjeras: 4.781 títulos traducidos; 47.646 nacionales (9,11% del total
en 2015).
-Número de editoriales: Más de 750 según la última encuesta de la Câmara Brasileira do Livro.
-Número de librerías: 3.095, una por cada 64.954 habitantes en 2014 (la Unesco recomienda 1 por cada 10.000). El 55% están en el Sureste, el 19% en el Sur, el 16% en el Nordeste, el 6% en el Centro-Oeste y el 4% en el Norte.
-Número de bibliotecas públicas: 6.949 repartidas entre los 26 Estados y el Distrito Federal.
-Títulos más vendidos en 2015: Ficción: Grey, de E. L. James (174.796 ejemplares). No ficción: Jardim secreto, de Johanna Basford (719.626 ejemplares).
ANTONIO JIMÉNEZ BARCA
El País
A mediados de julio, cada año, la preciosa ciudad de Paraty, en el estado de Río de Janeiro, acoge el festival literario más importante de Brasil. Los caserones de hace más de 300 años de la época del comercio del oro y las calles de traza colonial empedradas de forma casi asesina para los tobillos del paseante se transforman en una especie de radiografía no del todo infiel del panorama del libro brasileño. Es el lugar apropiado para tratar de averiguar hacia dónde va la literatura brasileña, si es que va hacia algún lado. También para saber si las novelas y los ensayos de ahora mismo o de pasado mañana reflejan o reflejarán el convulso y depresivo estado que atraviesa el país: a las puertas de los Juegos Olímpicos, con una presidenta, Dilma Rousseff, apartada de su cargo por un proceso aún en marcha de impeachment y semiexiliada en su propio palacio presidencial y otro presidente en funciones, Michel Temer, a la espera de hacerse con las riendas del poder de forma definitiva en unas semanas. Cuando la historia entra por la puerta, ¿la literatura se lanza por la ventana?
Rodrigo Lacerda (Río de Janeiro, 1969), editor, historiador y escritor, es uno de esos novelistas que pasean por Paraty. Es autor, entre otras, de una novela celebrada, Outra vida (otra vida), en la que relata la descomposición de un matrimonio mientras espera un autobús que les va a sacar de São Paulo. Lacerda asegura que la sacudida política y social de Brasil “es muy reciente para que aparezca ya en novelas”. Pero añade: “Aunque hay que tener en cuenta que ahora hay un interés por los tiempos de la dictadura, y eso sí que se puede unir al tema de la crisis que estamos pasando, como si se solaparan”. Y agrega: “Se unirían en esta nueva caída de autoestima que ahora padecemos, la sensación de que estuvimos cerca de llegar, pero que el cielo ha vuelto a abrirse y volvemos a caer en el infierno. Pasó el tren. Deberemos esperar otro. No tenemos remedio”.
Este novelista añade luego otra característica de la actual literatura brasileña: “Hace unos años, una especialista elaboró un censo de personajes de novelas y el 90% eran hombres, universitarios, que vivían en grandes ciudades (Río de Janeiro y aún más São Paulo) y que tenían problemas típicos de esa clase social. Es decir: escribimos sobre nosotros mismos”.
Esto es especialmente sangrante en un país tan diverso social, racial, geográfica y hasta climáticamente como Brasil: una geografía cruzada de mundos y hasta de épocas diferentes que se yuxtaponen y se retroalimentan en un territorio hechizante: la vida de un profesor de universidad de São Paulo no tiene absolutamente nada que ver con la de un labrador sin tierra del estado de Maranhão, ni la de este con la de un indio de uno de los mil ríos amazónicos o con la de un ganadero del Sur o del Oeste del país.
Luiz Ruffato, de 55 años, escritor y articulista de prensa, autor, entre otras, de Eles eran muitos cavalos (ellos eran muchos caballos), una novela experimental que describe, a través de capítulos cortos y electrizantes, la vida en la interminable São Paulo, tiene una explicación triste: “La novela actual brasileña refleja los problemas, la vida y las preocupaciones de la clase social que ha tenido acceso a los estudios en Brasil. Uno trata de escribir de su aldea, de su ciudad, de su entorno, y con eso llegar a ser universal. Pero en Brasil todavía no hay escritores que provengan de otro mundo que el nuestro y eso dice mucho de la desigualdad que impera en el país”.
Algo se mueve, sin embargo, en algunas favelas de Río o de São Paulo. Incipiente aún, carente según algunos, de auténtico aliento literario, un grupo de escritores nacidos y criados allí comienzan a publicar y a viajar por ahí mostrando su obra. Uno de sus exponentes es Reginaldo Ferreira da Silva, Ferrez, de 40 años, habitante del barrio marginal de São Paulo Capão Redondo. Su último libro es un volumen explosivo y combativo de cuentos Os ricos também morren en la que narra las historias de sus vecinos. En una entrevista a este periódico lo explicaba así: “Es un libro pensado para que lo comenten en la calle, para que se rían comentándolo. Yo no poseo nada más que el que la gente lea mis historias y las comente conmigo, que se rían cuando las cuento. No son historias reales, pero el tono y la manera de hablar sí que lo son. Son de aquí”.
El estudiante Victor Caplin lee un libro en las piedas del Arpoador, en la playa de Ipanema. ampliar foto
El estudiante Victor Caplin lee un libro en las piedas del Arpoador, en la playa de Ipanema. Leonardo Wen
La música como modelo
Hay también un elemento que puede intimidar a los escritores brasileños a la hora de abordar un tema más amplio que el de su propia vida y la de los que rodean al escritor: la realidad brasileña suele con frecuencia derrotar a cualquiera que se enfrente a ella desde la ficción. En un reciente libro sobre la vida de un narcotraficante en la Rocinha traducido al portugués, O dono do Morro (el señor de la favela) el periodista británico Misha Glenny, entre otras historias increíbles, narra la de Chico-Bala, el mono-mascota del líder, al que paseaban todos los vecinos vestido de cowboy y que acabó secuestrado por la policía. “O trate de concebir en una novela la votación del Congreso en la que se apartó a Dilma Rousseff del poder, con esos políticos votando por su madre, por su esposa o por su tía. A nadie se le hubiera podido ocurrir”, explica Julia Wähmann, de 35 años, blogueraista y escritora. “En mi primera novela he escrito una historia muy poco brasileña, centrada en la danza contemporánea. Pero, por otro lado, también es la historia de una brasileña que viaja”.
El 90% de los personajes de novela son hombres, urbanos y universitarios, algo sangrante en un país socialmente tan desigual
El escritor y profesor de literatura Flávio Carneiro, de 54 años, está de acuerdo en esta desventaja frente a la realidad extraordinaria de todos los días de Brasil, pero advierte frente al reduccionismo: “Desde los años 80, hay muchas literaturas brasileñas, incluida una literatura de entretenimiento, heredera de Machado de Assis, del folletín, que yo reivindico”. Carneiro es autor de una serie de novelas policiales que discurren en Río de Janeiro. “Hasta hace pocos años, en Brasil, el escritor Rubén Fonseca, autor de novelas policiacas, era considerado subliteratura. Ahora es un clásico”, añade.
Tiene razón Carneiro. Es peligroso tratar de reducir la literatura de un país-continente, donde se producen muchas novelas urbanas paulistas como las de Ruffato, pero que también produce joyas extrañas como A queda do céu (la caída del cielo), escrito por el antropólogo francés Bruce Albert sobre lo que le contaba su amigo de años el chamán de la tribu india yanomami Davi Kopenawa, un texto citado por algún escritor como un volumen imprescindible para comprender la realidad brasileña.
La estudiante universitaria Jessica Rabelo lee un libro en la Biblioteca Nacional del Rio de Janeiro. ampliar foto
La estudiante universitaria Jessica Rabelo lee un libro en la Biblioteca Nacional del Rio de Janeiro. Leonardo Wen
En lo que todos los escritores coinciden es en la escasa repercusión internacional de la literatura brasileña. El primer premio Nobel en lengua portuguesa (y único hasta ahora) es el del escritor portugués José Saramago. No ha habido ninguno brasileño. Las traducciones de las novelas brasileñas son raras y difíciles de encontrar en España, EEUU o en Francia. O por lo menos, mucho más difíciles de encontrar que las de sus contemporáneos hispanoamericanos. Todos son conscientes de que viven en una isla lingüística enorme, pero isla al fin y al cabo. Y todos critican la muy escasa y contradictoria promoción cultural de los sucesivos gobiernos brasileños. Hay quien apunta también, como la escritora Noemí Jaffe, a que muchas veces, las editoriales extranjeras buscan un conjunto de estereotipos (fútbol, samba, favela…) de los que la muchos escritores tratan precisamente de escapar.
Todos estos autores miran con algo de envidia la proyección universal de la música brasileña, esa continua fuente popular de ritmo y armonía que cada generación escupe uno o varios genios. Ricardo de Carvalho, Chacal, un viejo poeta que acudía a la ahora exquisita ciudad de Paraty en los tiempos en los que Paraty no había “sino perros vagabundos y borrachos en el puerto”, recuerda que buena parte de la cultura brasileña, la que procede de los indios que ya estaban allí y de los negros que llegaron en barcos de esclavos “es una cultura eminentemente oral, volcada en la música”. “Hubo un funcionario portugués encargado de civilizar a los aborígenes brasileños de los primeros tiempos que escribió a la metrópoli que había que hacerlo con música, porque si no, no conseguía nada. Sem tam-tam, não da, decía (sim tan tan no funciona)”.
Libros, lectores y analfabetos
-Habitantes de Brasil: 205 millones.
-Índice de alfabetización: Brasil es el octavo país del mundo con más analfabetos (cerca de 14 millones, según datos de la Unesco de 2014). El 38% de los analfabetos latinoamericanos son brasileños.
-Número de títulos editados: 60.829 en 2014 y 52.427 en 2015 (un 13,81% menos).
-Tirada media: 4.500 ejemplares para una edición media inicial a nivel nacional.
-Porcentaje de traducciones de lenguas extranjeras: 4.781 títulos traducidos; 47.646 nacionales (9,11% del total
en 2015).
-Número de editoriales: Más de 750 según la última encuesta de la Câmara Brasileira do Livro.
-Número de librerías: 3.095, una por cada 64.954 habitantes en 2014 (la Unesco recomienda 1 por cada 10.000). El 55% están en el Sureste, el 19% en el Sur, el 16% en el Nordeste, el 6% en el Centro-Oeste y el 4% en el Norte.
-Número de bibliotecas públicas: 6.949 repartidas entre los 26 Estados y el Distrito Federal.
-Títulos más vendidos en 2015: Ficción: Grey, de E. L. James (174.796 ejemplares). No ficción: Jardim secreto, de Johanna Basford (719.626 ejemplares).