Blake Lively: “Aprendí de mis errores ante mucha gente”
La actriz quiere probar que tiene tanto talento en la pantalla como en la alfombra roja
Irene Crespo
Cannes, El País
Blake Lively dice que se viste para las alfombras rojas y sus apariciones públicas según el humor que tenga ese día. Se pregunta “¿Qué personaje quiero interpretar hoy?”, y se lanza al evento, vestida por ella misma porque no tiene estilista, como si de una película se tratara. El día de esta entrevista, en Cannes, la actriz debe de haber pensado en una princesa Disney. Con un vestido amarillo de terciopelo que marca su embarazo recuerda a Bella, sino fuera porque aparece descalza, como Cenicienta, y un poco tarde. Se disculpa. Estaba intentando encontrar unos zapatos cómodos, sin éxito, y una chaqueta para protegerse del aire acondicionado.
Por el festival de cine pasó para presentar dos de las tres películas que estrena este año, Infierno azul, del catalán afincado en Hollywood Jaume Collet-Serra; y Café Society, de Woody Allen. Pero, además, acudió como embajadora de L’Oréal y como tal tenía que aparecer por todas las alfombras rojas y se convirtió en la reina del festival, aunque sus apariciones fueran exprés y pagadas (100.000 dólares —unos 90.000 euros—, según el Daily Mail).
A pesar de sus anteriores fracasos en taquilla, de crítica y empresariales (tuvo que cerrar su compañía de estilo de vida, Preserve, solo un año después de abrirla), Blake Lively siempre sale a flote por sus cualidades de estrella del viejo Hollywood (melena dorada, dientes blanquísimos, físico escultural, buen carácter) y en 2016 podría por fin convertirse en la estrella real que quiere ser más allá de sus aciertos en el vestir o su capacidad de cambiarse 11 veces de modelito en un solo día de promoción. Infierno azul, estrenada el pasado fin de semana en Estados Unidos, dobló la recaudación esperada y Sony lo atribuye en parte a la fama de la actriz de Gossip Girl y a sus seguidores en Instagram (9,2 millones) y Facebook (1,9 millones).
Además, la crítica ha alabado el trabajo que hizo al enfrentarse durante casi toda la película a un tiburón. Ella supo que tenía que hacerla a pesar de las exigencias físicas, y de que no había pasado ni un año desde que tuvo a su primera hija, James, con su marido, el también actor Ryan Reynolds. “Rodé tres películas seguidas después de tener a mi hija, ni siquiera antes de tenerla había rodado tanto en un solo año”, recuerda. “Pero las tres eran experiencias tan diferentes que no podía rechazarlas. Solo quería pasar tiempo con mi familia, pero tengo la suerte de tener un trabajo que me permite llevar a mi hija conmigo”. La niña estuvo con ella todos los días en la isla australiana casi desierta en la que rodaron. “Mi marido y yo tomamos la decisión de no trabajar nunca a la vez para poder estar siempre juntos. Yo fui con él a Canadá mientras rodaba Deadpool. Y luego él vino conmigo a mis tres rodajes. Era un reto no estar en casa y no disfrutar de cada momento con ellos, pero fue genial estimularme así con tres papeles tan diferentes y hacerlos uno detrás de otro”.
Hija de un actor y una cazatalentos, Lively empezó a trabajar como actriz a los 16 años. “Mi madre no quería que fuéramos actores infantiles, quería que tomáramos la decisión como adultos. Además, ella había tenido una infancia dura en una granja y quería que tuviéramos una infancia feliz”, cuenta. “Por eso cuando empecé no sabía lo bastante sobre la industria como para sentirme intimidada. Ojalá hubiera sabido más, la verdad, solo pensaba que te pagaban por disfrazarte, decir un par de líneas y te daban comida gratis”. Aprendió la profesión sobre la marcha, en los rodajes, y al poco de empezar logró un papel protagonista en la serie Gossip Girl. “La ventaja fue que me llegó el éxito muy joven”, reconoce. “¿La desventaja? Que aprendí de mis errores delante de mucha gente”.
Por eso, cuando acabó la serie en 2012 tras seis temporadas decidió parar y reflexionar. “Ya ni sabía si era buena actriz, necesitaba probar cosas, empezar de nuevo”, dice. Ese parón coincidió con su noviazgo con Ryan Reynolds —tras el divorcio de este de Scarlett Johansson—, al que conoció rodando Linterna verde, con su boda en 2012, con su primer embarazo… y la pausa se alargó. “Ahora me alegro de haber tenido todo ese tiempo para haber podido disfrutar de mi marido, de mi matrimonio, de mi embarazo”. A los cinco meses de dar a luz se reincorporó a los rodajes, “sin dejar de dar el pecho”. “Uno pensaría que trabajas menos cuando eres madre”, admite. En su caso, ha sido justo al contrario. “Mi instinto maternal siempre ha estado ahí, mis sobrinos me llaman mami. La familia sigue siendo el centro de mi vida, simplemente este años he podido trabajar más”.
Inmune a las críticas
I.C.
“Nada puede acabar con Blake Lively”, escribía una periodista de MTV tras el éxito inesperado de taquilla y crítica de Infierno azul. Antes de pasar a enumerar todos los fracasos de su carrera de una década: “Ni las malas críticas, ni las taquillas desastrosas, ni el colapso de su empresa de estilo de vida, ni sus comentarios inútiles sobre su trasero de Oakland, ni siquiera que [la productora] Megan Ellison amenazara a Soderbergh con quitarle el dinero para efectos especiales sino sustituía a Lively por Rooney Mara”. A pesar de todo, mantiene su fama, por encima de sus excompañeros de Gossip Girl. “No es una gran actriz”, escribían en Vox. Pero sigue conservando un ritmo de trabajo estable en el cine y fuera (como embajadora de Chanel y L’Oréal). Es la perfecta combinación de las anteriores “novias de América”, dicen en MTV: “Una Jennifer Aniston sin sarcasmo, Cameron Diaz sin tonterías, Gwyneth Paltrow sin pijeríos, Reese Witherspoon sin ambición”.
Irene Crespo
Cannes, El País
Blake Lively dice que se viste para las alfombras rojas y sus apariciones públicas según el humor que tenga ese día. Se pregunta “¿Qué personaje quiero interpretar hoy?”, y se lanza al evento, vestida por ella misma porque no tiene estilista, como si de una película se tratara. El día de esta entrevista, en Cannes, la actriz debe de haber pensado en una princesa Disney. Con un vestido amarillo de terciopelo que marca su embarazo recuerda a Bella, sino fuera porque aparece descalza, como Cenicienta, y un poco tarde. Se disculpa. Estaba intentando encontrar unos zapatos cómodos, sin éxito, y una chaqueta para protegerse del aire acondicionado.
Por el festival de cine pasó para presentar dos de las tres películas que estrena este año, Infierno azul, del catalán afincado en Hollywood Jaume Collet-Serra; y Café Society, de Woody Allen. Pero, además, acudió como embajadora de L’Oréal y como tal tenía que aparecer por todas las alfombras rojas y se convirtió en la reina del festival, aunque sus apariciones fueran exprés y pagadas (100.000 dólares —unos 90.000 euros—, según el Daily Mail).
A pesar de sus anteriores fracasos en taquilla, de crítica y empresariales (tuvo que cerrar su compañía de estilo de vida, Preserve, solo un año después de abrirla), Blake Lively siempre sale a flote por sus cualidades de estrella del viejo Hollywood (melena dorada, dientes blanquísimos, físico escultural, buen carácter) y en 2016 podría por fin convertirse en la estrella real que quiere ser más allá de sus aciertos en el vestir o su capacidad de cambiarse 11 veces de modelito en un solo día de promoción. Infierno azul, estrenada el pasado fin de semana en Estados Unidos, dobló la recaudación esperada y Sony lo atribuye en parte a la fama de la actriz de Gossip Girl y a sus seguidores en Instagram (9,2 millones) y Facebook (1,9 millones).
Además, la crítica ha alabado el trabajo que hizo al enfrentarse durante casi toda la película a un tiburón. Ella supo que tenía que hacerla a pesar de las exigencias físicas, y de que no había pasado ni un año desde que tuvo a su primera hija, James, con su marido, el también actor Ryan Reynolds. “Rodé tres películas seguidas después de tener a mi hija, ni siquiera antes de tenerla había rodado tanto en un solo año”, recuerda. “Pero las tres eran experiencias tan diferentes que no podía rechazarlas. Solo quería pasar tiempo con mi familia, pero tengo la suerte de tener un trabajo que me permite llevar a mi hija conmigo”. La niña estuvo con ella todos los días en la isla australiana casi desierta en la que rodaron. “Mi marido y yo tomamos la decisión de no trabajar nunca a la vez para poder estar siempre juntos. Yo fui con él a Canadá mientras rodaba Deadpool. Y luego él vino conmigo a mis tres rodajes. Era un reto no estar en casa y no disfrutar de cada momento con ellos, pero fue genial estimularme así con tres papeles tan diferentes y hacerlos uno detrás de otro”.
Hija de un actor y una cazatalentos, Lively empezó a trabajar como actriz a los 16 años. “Mi madre no quería que fuéramos actores infantiles, quería que tomáramos la decisión como adultos. Además, ella había tenido una infancia dura en una granja y quería que tuviéramos una infancia feliz”, cuenta. “Por eso cuando empecé no sabía lo bastante sobre la industria como para sentirme intimidada. Ojalá hubiera sabido más, la verdad, solo pensaba que te pagaban por disfrazarte, decir un par de líneas y te daban comida gratis”. Aprendió la profesión sobre la marcha, en los rodajes, y al poco de empezar logró un papel protagonista en la serie Gossip Girl. “La ventaja fue que me llegó el éxito muy joven”, reconoce. “¿La desventaja? Que aprendí de mis errores delante de mucha gente”.
Por eso, cuando acabó la serie en 2012 tras seis temporadas decidió parar y reflexionar. “Ya ni sabía si era buena actriz, necesitaba probar cosas, empezar de nuevo”, dice. Ese parón coincidió con su noviazgo con Ryan Reynolds —tras el divorcio de este de Scarlett Johansson—, al que conoció rodando Linterna verde, con su boda en 2012, con su primer embarazo… y la pausa se alargó. “Ahora me alegro de haber tenido todo ese tiempo para haber podido disfrutar de mi marido, de mi matrimonio, de mi embarazo”. A los cinco meses de dar a luz se reincorporó a los rodajes, “sin dejar de dar el pecho”. “Uno pensaría que trabajas menos cuando eres madre”, admite. En su caso, ha sido justo al contrario. “Mi instinto maternal siempre ha estado ahí, mis sobrinos me llaman mami. La familia sigue siendo el centro de mi vida, simplemente este años he podido trabajar más”.
Inmune a las críticas
I.C.
“Nada puede acabar con Blake Lively”, escribía una periodista de MTV tras el éxito inesperado de taquilla y crítica de Infierno azul. Antes de pasar a enumerar todos los fracasos de su carrera de una década: “Ni las malas críticas, ni las taquillas desastrosas, ni el colapso de su empresa de estilo de vida, ni sus comentarios inútiles sobre su trasero de Oakland, ni siquiera que [la productora] Megan Ellison amenazara a Soderbergh con quitarle el dinero para efectos especiales sino sustituía a Lively por Rooney Mara”. A pesar de todo, mantiene su fama, por encima de sus excompañeros de Gossip Girl. “No es una gran actriz”, escribían en Vox. Pero sigue conservando un ritmo de trabajo estable en el cine y fuera (como embajadora de Chanel y L’Oréal). Es la perfecta combinación de las anteriores “novias de América”, dicen en MTV: “Una Jennifer Aniston sin sarcasmo, Cameron Diaz sin tonterías, Gwyneth Paltrow sin pijeríos, Reese Witherspoon sin ambición”.