70 días para parar a Trump
No será fácil, pero Clinton puede triunfar en la batalla entre la demagogia y la razón
Francisco G. Basterra
El País
La opción ya es binaria en la elección presidencial contemporánea más trascendental de la historia de Estados Unidos. La apuesta es endemoniada y de consecuencias imprevisibles para el orden internacional occidental. La indeseable victoria de Trump, vista hasta hace no mucho como un mal sueño, ya es percibida como dañina para la democracia y el mayor peligro que enfrenta la joven nación americana desde la guerra civil de 1861. No es una serpiente de verano.
Quedan exactamente 70 días para que los estadounidenses detengan, o no, a Trump en las elecciones del 8 de noviembre. El magnate y Clinton librarán la batalla del miedo y la demagogia frente a la cordura y la razón pragmática. Sabremos entonces si hay todavía más razón que rabia en la sociedad norteamericana o si, por el contrario, la voz de los blancos furiosos a los que alimenta el populismo nacionalista de Trump suman más que la América diversa, centrada, representada por Clinton.
Hay que desempatar. Entre la visión catastrofista de EE UU que dibuja Trump, con la llegada de inmigrantes “criminales y violadores” a través de la frontera sur, la pérdida de la identidad de la América todavía mayoritariamente blanca, y el azote del terrorismo global ante un país inseguro, en declive, que no se hace respetar. Y la visión optimista de un país al que no hay que hacer grande porque ya lo es, imperfecto, con graves desigualdades, polarizado políticamente, pero que cree en el nosotros, en su conformación como mestizaje de minorías que comparten esperanzas. Este es el país que preconiza Hillary Clinton y que ha defendido Obama durante ocho años desde la Casa Blanca.
Trump es su caricatura, de la que no quiere ni puede desprenderse. Se ve como sheriff de América, a la que impondrá la ley y el orden. “Yo solo puedo arreglarlo”. No conoce la Constitución, que se construyó contra los salva patrias. Basa su discurso en falsedades: el país no es frágil, no está asustado, es más seguro y está mejor que hace ocho años.
Es un sociópata, afirma su mejor biógrafo. Admira a Putin, al que considera mejor líder que Obama, y desvergonzadamente le pide intervenir en la campaña electoral. Trump sugiere que no defendería a los aliados de la OTAN si alguno es atacado por Rusia. Es partidario de un Estados Unidos aislacionista. Vende la caricatura de un mundo sin reglas, que él, en cualquier caso, sería capaz de saltarse. Está haciendo a EE UU odiar de nuevo. No está preparado, ni por su trayectoria anterior, ni temperamentalmente, para ser presidente.
Clinton no entusiasma, agota su presencia constante desde hace 25 años en la vida política. Es difícil apasionarse con su pragmatismo. Pero es la única compuerta disponible para contener el peligro para la democracia que supondría la llegada del multimillonario a la Casa Blanca. Es competente y mantendrá una visión multilateral en política exterior. No enamora y no conseguirá el vínculo emocional que logró Obama con la ciudadanía. Clinton pide que los votantes confíen en su profesionalidad, si no pueden hacerlo en su honestidad.
Francisco G. Basterra
El País
La opción ya es binaria en la elección presidencial contemporánea más trascendental de la historia de Estados Unidos. La apuesta es endemoniada y de consecuencias imprevisibles para el orden internacional occidental. La indeseable victoria de Trump, vista hasta hace no mucho como un mal sueño, ya es percibida como dañina para la democracia y el mayor peligro que enfrenta la joven nación americana desde la guerra civil de 1861. No es una serpiente de verano.
Quedan exactamente 70 días para que los estadounidenses detengan, o no, a Trump en las elecciones del 8 de noviembre. El magnate y Clinton librarán la batalla del miedo y la demagogia frente a la cordura y la razón pragmática. Sabremos entonces si hay todavía más razón que rabia en la sociedad norteamericana o si, por el contrario, la voz de los blancos furiosos a los que alimenta el populismo nacionalista de Trump suman más que la América diversa, centrada, representada por Clinton.
Hay que desempatar. Entre la visión catastrofista de EE UU que dibuja Trump, con la llegada de inmigrantes “criminales y violadores” a través de la frontera sur, la pérdida de la identidad de la América todavía mayoritariamente blanca, y el azote del terrorismo global ante un país inseguro, en declive, que no se hace respetar. Y la visión optimista de un país al que no hay que hacer grande porque ya lo es, imperfecto, con graves desigualdades, polarizado políticamente, pero que cree en el nosotros, en su conformación como mestizaje de minorías que comparten esperanzas. Este es el país que preconiza Hillary Clinton y que ha defendido Obama durante ocho años desde la Casa Blanca.
Trump es su caricatura, de la que no quiere ni puede desprenderse. Se ve como sheriff de América, a la que impondrá la ley y el orden. “Yo solo puedo arreglarlo”. No conoce la Constitución, que se construyó contra los salva patrias. Basa su discurso en falsedades: el país no es frágil, no está asustado, es más seguro y está mejor que hace ocho años.
Es un sociópata, afirma su mejor biógrafo. Admira a Putin, al que considera mejor líder que Obama, y desvergonzadamente le pide intervenir en la campaña electoral. Trump sugiere que no defendería a los aliados de la OTAN si alguno es atacado por Rusia. Es partidario de un Estados Unidos aislacionista. Vende la caricatura de un mundo sin reglas, que él, en cualquier caso, sería capaz de saltarse. Está haciendo a EE UU odiar de nuevo. No está preparado, ni por su trayectoria anterior, ni temperamentalmente, para ser presidente.
Clinton no entusiasma, agota su presencia constante desde hace 25 años en la vida política. Es difícil apasionarse con su pragmatismo. Pero es la única compuerta disponible para contener el peligro para la democracia que supondría la llegada del multimillonario a la Casa Blanca. Es competente y mantendrá una visión multilateral en política exterior. No enamora y no conseguirá el vínculo emocional que logró Obama con la ciudadanía. Clinton pide que los votantes confíen en su profesionalidad, si no pueden hacerlo en su honestidad.