Un tsunami de plebiscitos en Europa
La avalancha de referendos que los nuevos partidos pueden solicitar a raíz del triunfo del ‘Brexit’ puede poner en peligro los principios de solidaridad, negociación y democracia sobre los que se funda el proyecto europeo
Mark Leonard
El País
Aún queda por asimilar la conmoción causada por la votación británica a favor de salir de la Unión Europea. No obstante, los líderes europeos deben blindarse frente a lo que está por venir. De hecho, el Brexitpodría ser el temblor inicial que desencadene un tsunami de referendos en Europa durante los próximos años. En toda Europa, hay 47 partidos políticos que hacen que la política vaya de cabeza. Se están haciendo con el control de la agenda política, dándole forma según sus intereses. Y ganan poder en el proceso. En un tercio de los Estados miembros de la UE, esos partidos forman parte de los gobiernos de coalición, y su éxito ha impulsado a los partidos tradicionales a adoptar algunas de sus posiciones.
A pesar de que estos partidos tienen raíces muy diferentes, todos ellos presentan un aspecto en común: todos tratan de provocar un vuelco en el consenso sobre política exterior que ha definido a Europa desde hace varias décadas. Son euroescépticos; desdeñan a la OTAN; quieren cerrar sus fronteras y detener el libre comercio. Están cambiando la cara de la política, sustituyendo las batallas tradicionales entre izquierda y derecha por enfrentamientos entre su propio nativismo enojado y el cosmopolitismo de las élites que desprecian.
El arma favorita de estos partidos es el referéndum, ya que mediante los referendos pueden obtener rápidamente apoyo popular para sus pequeños temas. De acuerdo con el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, hay 32 convocatorias solicitadas de referendos en 18 países de la UE. Algunos, como el Partido Popular Danés, quieren seguir el ejemplo de Reino Unido y realizar una votación sobre la pertenencia a la UE. Otros quieren escapar de la eurozona, o bloquear la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (TTIP) con Estados Unidos, o restringir la movilidad laboral.
El esquema de reubicación de los refugiados de la UE ha demostrado ser un tema particularmente divisor. El primer ministro húngaro, Viktor Orban, ha declarado que va a celebrar una votación sobre las cuotas propuestas. Y, el partido de la oposición polaca Kukiz’15 está recogiendo firmas para su propia consulta sobre el tema.
Devolver el poder a las masas a través de la democracia directa puede realmente ser la propuesta más revolucionaria que ofrecen estos partidos. De hecho, refleja una comprensión de las frustraciones que han impulsado una oleada mundial de protestas populares durante los últimos años. Unas protestas que, en el mundo árabe, provocaron auténticas revoluciones. El mismo espíritu de protesta que condujo, por ejemplo, a españoles, griegos, y neoyorquinos a salir a las calles —en verdad con diferentes demandas— está alimentando el apoyo a estos nuevos referendos y a los nuevos partidos que los provocan.
Se trata de una pesadilla no solo para los partidos tradicionales, sino también para la gobernabilidad democrática. Tal como ha demostrado la experiencia de California con varios referendos, el público a menudo vota por cosas contradictorias. Por ejemplo, a favor de impuestos más bajos y a favor de más programas de bienestar; o, por la protección del medio ambiente y por tener gas más barato.
Sin embargo, para la UE, esta dinámica es exponencialmente más difícil; de hecho, anula los cimientos de la Unión Europea. La UE es, al fin y al cabo, la máxima expresión de la democracia representativa. Se trata de un organismo ilustrado que se sustenta sobre valores liberales básicos, tales como los derechos individuales, la protección de las minorías,y una economía basada en el mercado. Pero las capas de la representación sobre las que se asienta la UE han creado la sensación de que una especie de élite-sobre-la-élite es la que está al mando. Una élite que está muy alejada de los ciudadanos comunes. Esto ha proporcionado a los partidos nacionalistas el blanco perfecto para sus campañas contra la UE. A esto hay que añadir que el temor alarmista sobre temas como la inmigración y el comercio hace que la capacidad que tienen los partidos nacionalistas para atraer a votantes frustrados o ansiosos sea fuerte.
Hay pues dos visiones de Europa —la diplomática y la demótica— que ahora se enfrentan una a la otra. La Europa diplomática, encarnada por el padre fundador de la UE Jean Monnet, es la que sacó de la esfera popular las cuestiones más sensibles y las transformó en aspectos técnicos que los diplomáticos podían manejar mediante compromisos burocráticos a puerta cerrada. La Europa demótica, ejemplificada por el Partido de la Independencia del Reino Unido —la punta de lanza para el Brexit—, es como Monnet, pero a la inversa, ya que toma compromisos diplomáticos como el TTIP o el acuerdo de asociación con Ucrania, y los politiza intencionalmente.
Mientras la Europa diplomática se caracteriza por la búsqueda de la reconciliación, la Europa demótica se caracteriza por perseguir la polarización. La diplomacia es un ámbito donde todos ganan; la democracia directa es un ámbito de suma cero. La diplomacia trata de bajar la temperatura; el paradigma demótico la eleva. Los diplomáticos pueden trabajar unos con otros; los referendos son binarios y fijos, no dejando nada de espacio para la maniobra política y para llegar a un compromiso creativo necesario para resolver los problemas políticos. En la Europa demótica, la solidaridad es imposible.
El alejamiento de Europa de la diplomacia comenzó hace más de una década, cuando se rechazó el Tratado por el que se establece una Constitución para Europa en los referendos populares en Francia y Países Bajos. El resultado es que la UE puede haber dejado la actividad de elaborar tratados, lo que significa que la esperanza de una futura integración también puede haberse esfumado. Sin embargo, en la estela del Brexit, la futura integración no es la mayor preocupación de Europa. En vez de ello, tiene que lidiar con fuerzas cada vez más poderosas que socavan la integración ya lograda. Fuerzas que intentan empujar atrás a Europa. De hecho, solo hay que recordar lo que había antes de la UE para realmente darse cuenta de cuán peligroso puede ser este camino. En esta nueva era de vetocracia en Europa, la diplomacia que sustentó la creación del proyecto europeo ilustrado y progresista no puede funcionar, dejando a la UE en una situación ingobernable. Ahora que los euroescépticos se han salido con la suya en el Reino Unido, la vetocracia se hará más fuerte que nunca. Las votaciones directas sobre temas como las normas de comercio o la política de inmigración destriparán la democracia representativa de Europa, de la misma forma que las votaciones directas sobre pertenencia amenazan las entrañas de la propia UE. En una novela popular escrita por el premio Nobel José Saramago, la península Ibérica se desprende de la parte continental de Europa y se aleja flotando por el mar. Con un tsunami de plebiscitos sobre al continente, esta puede llegar a ser una metáfora profética.
Mark Leonard es director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
Mark Leonard
El País
Aún queda por asimilar la conmoción causada por la votación británica a favor de salir de la Unión Europea. No obstante, los líderes europeos deben blindarse frente a lo que está por venir. De hecho, el Brexitpodría ser el temblor inicial que desencadene un tsunami de referendos en Europa durante los próximos años. En toda Europa, hay 47 partidos políticos que hacen que la política vaya de cabeza. Se están haciendo con el control de la agenda política, dándole forma según sus intereses. Y ganan poder en el proceso. En un tercio de los Estados miembros de la UE, esos partidos forman parte de los gobiernos de coalición, y su éxito ha impulsado a los partidos tradicionales a adoptar algunas de sus posiciones.
A pesar de que estos partidos tienen raíces muy diferentes, todos ellos presentan un aspecto en común: todos tratan de provocar un vuelco en el consenso sobre política exterior que ha definido a Europa desde hace varias décadas. Son euroescépticos; desdeñan a la OTAN; quieren cerrar sus fronteras y detener el libre comercio. Están cambiando la cara de la política, sustituyendo las batallas tradicionales entre izquierda y derecha por enfrentamientos entre su propio nativismo enojado y el cosmopolitismo de las élites que desprecian.
El arma favorita de estos partidos es el referéndum, ya que mediante los referendos pueden obtener rápidamente apoyo popular para sus pequeños temas. De acuerdo con el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, hay 32 convocatorias solicitadas de referendos en 18 países de la UE. Algunos, como el Partido Popular Danés, quieren seguir el ejemplo de Reino Unido y realizar una votación sobre la pertenencia a la UE. Otros quieren escapar de la eurozona, o bloquear la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (TTIP) con Estados Unidos, o restringir la movilidad laboral.
El esquema de reubicación de los refugiados de la UE ha demostrado ser un tema particularmente divisor. El primer ministro húngaro, Viktor Orban, ha declarado que va a celebrar una votación sobre las cuotas propuestas. Y, el partido de la oposición polaca Kukiz’15 está recogiendo firmas para su propia consulta sobre el tema.
Devolver el poder a las masas a través de la democracia directa puede realmente ser la propuesta más revolucionaria que ofrecen estos partidos. De hecho, refleja una comprensión de las frustraciones que han impulsado una oleada mundial de protestas populares durante los últimos años. Unas protestas que, en el mundo árabe, provocaron auténticas revoluciones. El mismo espíritu de protesta que condujo, por ejemplo, a españoles, griegos, y neoyorquinos a salir a las calles —en verdad con diferentes demandas— está alimentando el apoyo a estos nuevos referendos y a los nuevos partidos que los provocan.
Se trata de una pesadilla no solo para los partidos tradicionales, sino también para la gobernabilidad democrática. Tal como ha demostrado la experiencia de California con varios referendos, el público a menudo vota por cosas contradictorias. Por ejemplo, a favor de impuestos más bajos y a favor de más programas de bienestar; o, por la protección del medio ambiente y por tener gas más barato.
Sin embargo, para la UE, esta dinámica es exponencialmente más difícil; de hecho, anula los cimientos de la Unión Europea. La UE es, al fin y al cabo, la máxima expresión de la democracia representativa. Se trata de un organismo ilustrado que se sustenta sobre valores liberales básicos, tales como los derechos individuales, la protección de las minorías,y una economía basada en el mercado. Pero las capas de la representación sobre las que se asienta la UE han creado la sensación de que una especie de élite-sobre-la-élite es la que está al mando. Una élite que está muy alejada de los ciudadanos comunes. Esto ha proporcionado a los partidos nacionalistas el blanco perfecto para sus campañas contra la UE. A esto hay que añadir que el temor alarmista sobre temas como la inmigración y el comercio hace que la capacidad que tienen los partidos nacionalistas para atraer a votantes frustrados o ansiosos sea fuerte.
Hay pues dos visiones de Europa —la diplomática y la demótica— que ahora se enfrentan una a la otra. La Europa diplomática, encarnada por el padre fundador de la UE Jean Monnet, es la que sacó de la esfera popular las cuestiones más sensibles y las transformó en aspectos técnicos que los diplomáticos podían manejar mediante compromisos burocráticos a puerta cerrada. La Europa demótica, ejemplificada por el Partido de la Independencia del Reino Unido —la punta de lanza para el Brexit—, es como Monnet, pero a la inversa, ya que toma compromisos diplomáticos como el TTIP o el acuerdo de asociación con Ucrania, y los politiza intencionalmente.
Mientras la Europa diplomática se caracteriza por la búsqueda de la reconciliación, la Europa demótica se caracteriza por perseguir la polarización. La diplomacia es un ámbito donde todos ganan; la democracia directa es un ámbito de suma cero. La diplomacia trata de bajar la temperatura; el paradigma demótico la eleva. Los diplomáticos pueden trabajar unos con otros; los referendos son binarios y fijos, no dejando nada de espacio para la maniobra política y para llegar a un compromiso creativo necesario para resolver los problemas políticos. En la Europa demótica, la solidaridad es imposible.
El alejamiento de Europa de la diplomacia comenzó hace más de una década, cuando se rechazó el Tratado por el que se establece una Constitución para Europa en los referendos populares en Francia y Países Bajos. El resultado es que la UE puede haber dejado la actividad de elaborar tratados, lo que significa que la esperanza de una futura integración también puede haberse esfumado. Sin embargo, en la estela del Brexit, la futura integración no es la mayor preocupación de Europa. En vez de ello, tiene que lidiar con fuerzas cada vez más poderosas que socavan la integración ya lograda. Fuerzas que intentan empujar atrás a Europa. De hecho, solo hay que recordar lo que había antes de la UE para realmente darse cuenta de cuán peligroso puede ser este camino. En esta nueva era de vetocracia en Europa, la diplomacia que sustentó la creación del proyecto europeo ilustrado y progresista no puede funcionar, dejando a la UE en una situación ingobernable. Ahora que los euroescépticos se han salido con la suya en el Reino Unido, la vetocracia se hará más fuerte que nunca. Las votaciones directas sobre temas como las normas de comercio o la política de inmigración destriparán la democracia representativa de Europa, de la misma forma que las votaciones directas sobre pertenencia amenazan las entrañas de la propia UE. En una novela popular escrita por el premio Nobel José Saramago, la península Ibérica se desprende de la parte continental de Europa y se aleja flotando por el mar. Con un tsunami de plebiscitos sobre al continente, esta puede llegar a ser una metáfora profética.
Mark Leonard es director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.