Renuncia el presidente del PRI tras el descalabro electoral de junio

La caída de Manlio Fabio Beltrones abre las puertas a la renovación del partido gubernamental

Jan Martínez Ahrens
México, El País
Una era toca a su fin. El todopoderoso presidente del PRI, Manlio Fabio Beltrones, ha presentado su dimisión. A los 10 meses de ser elegido, Beltrones, el hombre que representa como pocos las esencias del priísmo, ha caído víctima de los malos resultados electorales cosechados el pasado 5 de junio. El voto de castigo, que barrió al PRI de cuatro gubernaturas que jamás habían conocido otro color, fue entendido como una señal de su alejamiento de una sociedad civil cada vez más autónoma y crítica.


Beltrones tiene en su sangre el código genético del PRI. Diputado, senador y gobernador; presidente del Congreso de los Diputados, del Senado y hasta hoy del PRI, por sus manos ha pasado la historia de México. Desde la era del poder hegemónico al de la oposición al PAN y el posterior renacimiento con Peña Nieto. En todos los estados de la materia, este economista ha sabido sobrevivir. No ha habido escándalo que la haya podido tumbar. Incluso cuando se le dio por muerto volvió a salir a flote. Algo de eso ocurrió en 2012 cuando aspiró a la candidatura presidencial frente al pujante Enrique Peña Nieto. Enemistado con el grupo de poder que aupaba al futuro mandatario, las maniobras de Beltrones acabaron haciendo agua y, para muchos, su futuro quedó sentenciado. Pero como es habitual en él, renació.

Fiel a la disciplina presidencial, pasó a coordinar el grupo parlamentario del PRI en una de sus épocas más fructíferas. Bajo su batuta, se forjaron los acuerdos con el PAN y el PRD que permitieron sacar adelante el inmenso caudal de las reformas estructurales impulsadas por Peña Nieto. Este éxito, y su implícita demostración de disciplina, limaron la desconfianza que la jerarquía nietista sentía hacía él. “Es un hombre fiable y se desvive por el partido”, decía a este periódico hace unos meses un estrecho colaborador del presidente.

La muestra más palpable de esta redención fue la presidencia del PRI. Obtenida en agosto de 2015, tenía como fin último preparar las presidenciales de 2018. Una señal de la enorme confianza depositada en él. Pero este viaje quedó frustrado el pasado 5 de junio cuando la formación cayó por un abismo cuya profundidad aún está siendo medida.

En juego estaban 12 gubernaturas, 9 de ellas bajo control del PRI. Al final de la noche se quedó sólo con cinco. En el camino perdió cuatro bastiones que jamás habían pasado por otras manos. Como remate, su eterno rival, el derechista PAN, la única fuerza que ha sido capaz de desbancar al PRI de la presidencia, obtuvo siete estados de una tacada. Su mejor resultado en la historia.

El golpe tumbó a Beltrones. Su estrategia había ido encaminada a defender el suelo rocoso del PRI. En ganar por la mínima, con la esperanza de que la dispersión de voto le favoreciese. El resultado fue bien distinto. Sus oponentes crecieron y el PRI perdió su base. Los escándalos de corrupción, la baja valoración presidencial y la incapacidad de ofrecer un alternativa creíble habían jugado a la contra. “Hay que asumir el mensaje del electorado, hay actitudes que cambiar”, dijo Beltrones.

Tras el descalabro electoral, su mandato se dio por agotado. Su salida era un secreto a voces. El PRI ya no quería estar bajo el mando de quien mejor representaba al PRI. El eterno choque entre lo nuevo y lo viejo que ha caracterizado el periodo de Peña Niero volvía a emerger. Hoy, la Comisión Política Permanente del PRI decidió poner fin a su periodo. Ahora falta la elección del sucesor. Su nombre definirá cuál es el rumbo que toma el partido que aún vertebra la mayor parte de México. Y también el tono de las campaña presidencial.

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