Messi fue Jordan

El delantero argentino convierte su bien pensada reaparición en un momento de plenitud futbolística por los tres goles que marcó en Chicago

Ramon Besa
El País
Hay muchos jugadores que se pasan un partido, incluso un torneo, y nunca acaban de descifrar el juego, delanteros especiales que se explican por los goles. Hablaríamos por ejemplo de Higuaín. Y, muy de vez en cuando, se dan futbolistas que les alcanza con un ratito, media horita no más, para marcar las diferencias desde la nada, ninguno como Lio Messi. El debut del 10 en la Copa América resultó deslumbrante para la Albiceleste que entrena Tata Martino.


El técnico supo cuidar muy bien de Messi. Aguardó a que regresara del juicio en Barcelona, procuró que sanara de la dolorosa lesión lumbar que le tumbó contra Honduras y solo le dio salida cuando ya se había desfondado Panamá con uno menos que Argentina. Lio solo tenía que rematar el partido cuando Martino le sacó del banquillo después de una jornada y media de competición en América. Una tarea aparentemente sencilla para un delantero cualquiera, salvo para un 10.

Messi convirtió su bien pensada reaparición en un momento de plenitud futbolística por los tres goles que marcó y porque convirtió a un equipo correcto en una selección aspirante a ganar la Copa. La actuación del rosarino invita a replantearse la cuestión de siempre, muy manida igualmente en el Barça: ¿en qué sitio debe jugar?, circunstancia decisiva para elegir quién es mejor que le acompañe en la alineación, y cómo hay que regular sus minutos después de una temporada muy cargada en el Camp Nou.

Messi se ha reinventado cada año en el Barça y siempre ha sido decisivo, salvo cuando ha estado lesionado, como pasó cuando estaba Tito Vilanova. El 10 es siempre el mejor solista a partir del solfeo que tan bien conoce de la Masia. No ocurre lo mismo en la Albiceleste porque la condición de mejor intérprete no le basta para marcar las diferencias pues no se sabe muy bien a qué quiere jugar Argentina. El problema es que los argentinos creen que Messi siempre les debe algo, sobre todo una Copa.

A Messi hay que ponerle las mejores condiciones para que juegue, procurar que se divierta en la cancha, y no exigirle nada, y menos que gane, porque a nadie le cabrea más perder que al niño de Rosario. Introvertido y nada populista, se come las derrotas como se ponía las inyecciones de pequeño en su casa de Barcelona. Y tampoco hace falta enumerar sus defectos, más que nada porque los sabe mejor que nadie, consciente de ser el número uno. El truco para que Messi haga campeón a su equipo es entender sus necesidades de la misma manera que él comprende el juego, incluso en Chicago. Los periodistas catalanes hemos descubierto no hace mucho que a veces Messi camina, no para descansar sino para despistar, y también que su importancia aumenta o disminuye en función de por dónde anda y con quién se junta. Ausente Xavi, nadie ha entendido mejor a Messi que un jugador opuesto al volante catalán como Rakitic.

Habrá que ver ahora que pasa en el estadio azulgrana con Lio después que se haya ido también Alves, el retrovisor del 10. A Luis Enrique le toca encontrar la respuesta por la misma regla de tres que Martino precisa saber rodearlo de los mejores samaritanos en Argentina. La hinchada, mientras, hará bien en admirarle y disfrutarle con sus tiros y pases, incluso sufrirle por sus ausencias adornadas de gestos de renuncia, sin pensar en si será suficiente para ganar de una puñetera vez la Copa. Messi, de momento y por un día, fue Jordan para la gente de Chicago.

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