Las fuerzas libias entran en Sirte y arrebatan el puerto a los yihadistas
En los combates, librados esta madrugada, han muerto al menos 11 soldados
Francisco Peregil
Rabat, El País
Una batalla importante se ha ganado en Libia, pero no la guerra. Las milicias leales al Gobierno de Unidad de Libia, respaldado por la ONU y la UE, tomaron ayer viernes el puerto de la ciudad de Sirte, ciudad donde nació Muamar el Gadafi, y donde se habían asentado desde hace un año las tropas del Estado Islámico (ISIS). No obstante, es de esperar que los yihadistas se hayan diseminados por zonas desérticas del país y que en las próximas semanas lleven a cabo ataques.
Después de tres semanas de asedio, las milicias de Misrata lograron conquistar un núcleo importante de Sirte, según informaron las agencias Efe y France Press, mientras los combates proseguían en otras partes de la ciudad. La toma del feudo yihadista fue sorprendentemente fácil. Las fuentes hospitalarias de Misrata cifran en una centena los muertos ocasionados por el enfrentamiento con los yihadistas durante el último mes.
Los expertos barajan dos teorías para explicar la facilidad con la que se conquistó el puerto de Sirte: o bien que el número de yihadistas asentados en Libia no era tan grande como se estimó en principio (3.000 terroristas según la ONU y 6.000 según el Pentágono) o bien que los miembros del ISIS abandonaron Sirte hace unos días y huyeron hacia el desierto libio.
En cualquier caso, la forma de actuar del Estado Islámico en Irak y Siria permite augurar que aunque pierdan el control de esta ciudad clave del litoral mediterráneo libio, no perderán la capacidad de matar a través de atentados suicidas y ataques sorpresivos.
El gran problema al que se enfrenta Libia es que el Gobierno de Unidad que apoyan la ONU y la Unión Europea solo mantiene la unidad en el nombre. Porque el país sigue escindido. Por un lado está el Gobierno de Trípoli, apoyado por la ONU, pero con un margen de acción tan reducido que los miembros del Consejo Presidencial viven desde el 30 de marzo recluidos en una base naval de Trípoli.
En la otra punta del país, en la ciudad de Tobruk, en la frontera con Egipto, quien ejerce el poder verdadero es el general Jalifa Hafter, de 72 años, al mando de lo que él proclamó en 2014 como Ejército Nacional Libio. Antiguo colaborador de la CIA, ahora se ha convertido en la gran china en el zapato de Occidente, ya que no reconoce la autoridad del Gobierno de Unidad y se niega a entrevistarse con el enviado especial de la ONU, Martin Kobler. Además de Trípoli y Tobruk, en Libia también hay milicias islamistas que no reconocen la autoridad del Gobierno de Unidad y que consideran al general Jalifa Hafter un criminal de guerra.
Durante el último año los yihadistas han aprovechado ese caos para extender sus dominios en Libia. Y los traficantes de personas que cruzan a inmigrantes a Europa también se han aprovechado. Resta por ver ahora si el Gobierno de Unidad consigue hacerse definitivamente con las riendas de Sirte. Y habrá que esperar, igualmente, la reacción de Jalifa Hafter, que ha advertido que no reconocerá a ningún Gobierno mientras no se disuelvan las milicias.
Francisco Peregil
Rabat, El País
Una batalla importante se ha ganado en Libia, pero no la guerra. Las milicias leales al Gobierno de Unidad de Libia, respaldado por la ONU y la UE, tomaron ayer viernes el puerto de la ciudad de Sirte, ciudad donde nació Muamar el Gadafi, y donde se habían asentado desde hace un año las tropas del Estado Islámico (ISIS). No obstante, es de esperar que los yihadistas se hayan diseminados por zonas desérticas del país y que en las próximas semanas lleven a cabo ataques.
Después de tres semanas de asedio, las milicias de Misrata lograron conquistar un núcleo importante de Sirte, según informaron las agencias Efe y France Press, mientras los combates proseguían en otras partes de la ciudad. La toma del feudo yihadista fue sorprendentemente fácil. Las fuentes hospitalarias de Misrata cifran en una centena los muertos ocasionados por el enfrentamiento con los yihadistas durante el último mes.
Los expertos barajan dos teorías para explicar la facilidad con la que se conquistó el puerto de Sirte: o bien que el número de yihadistas asentados en Libia no era tan grande como se estimó en principio (3.000 terroristas según la ONU y 6.000 según el Pentágono) o bien que los miembros del ISIS abandonaron Sirte hace unos días y huyeron hacia el desierto libio.
En cualquier caso, la forma de actuar del Estado Islámico en Irak y Siria permite augurar que aunque pierdan el control de esta ciudad clave del litoral mediterráneo libio, no perderán la capacidad de matar a través de atentados suicidas y ataques sorpresivos.
El gran problema al que se enfrenta Libia es que el Gobierno de Unidad que apoyan la ONU y la Unión Europea solo mantiene la unidad en el nombre. Porque el país sigue escindido. Por un lado está el Gobierno de Trípoli, apoyado por la ONU, pero con un margen de acción tan reducido que los miembros del Consejo Presidencial viven desde el 30 de marzo recluidos en una base naval de Trípoli.
En la otra punta del país, en la ciudad de Tobruk, en la frontera con Egipto, quien ejerce el poder verdadero es el general Jalifa Hafter, de 72 años, al mando de lo que él proclamó en 2014 como Ejército Nacional Libio. Antiguo colaborador de la CIA, ahora se ha convertido en la gran china en el zapato de Occidente, ya que no reconoce la autoridad del Gobierno de Unidad y se niega a entrevistarse con el enviado especial de la ONU, Martin Kobler. Además de Trípoli y Tobruk, en Libia también hay milicias islamistas que no reconocen la autoridad del Gobierno de Unidad y que consideran al general Jalifa Hafter un criminal de guerra.
Durante el último año los yihadistas han aprovechado ese caos para extender sus dominios en Libia. Y los traficantes de personas que cruzan a inmigrantes a Europa también se han aprovechado. Resta por ver ahora si el Gobierno de Unidad consigue hacerse definitivamente con las riendas de Sirte. Y habrá que esperar, igualmente, la reacción de Jalifa Hafter, que ha advertido que no reconocerá a ningún Gobierno mientras no se disuelvan las milicias.