Las divisiones empañan el primer gran sínodo ortodoxo en 1.200 años
La retirada de varias iglesias, entre ellas, la rusa y la búlgara, compromete una cita histórica
María Antonia Sánchez-Vallejo
Madrid, El País
El patriarcado ecuménico de Constantinopla lucha contra el reloj para que del primer gran sínodo de iglesias ortodoxas que arranca en Creta (Grecia) este domingo no se descuelgue ningún participante más. El encuentro, histórico —será el primero de este tipo desde el año 747—, se está viendo en entredicho por la retirada de la Iglesia de Bulgaria, la de Georgia (de talante ultraconservador) y la de Rusia, que pidió que se posponga la convocatoria “por la ruptura del consenso”. Tampoco asistirá el representante del patriarcado de Antioquía, con base en Damasco y enfrentado al de Jerusalén. Está por ver si otras iglesias nacionales o autocéfalas —el rasgo característico de la cristiandad ortodoxa, que no tiene una Santa Sede como el catolicismo— siguen el ejemplo de las anteriores y, sobre todo, si se dejan llevar por la postura de fuerza de la muy influyente Iglesia rusa, menos contemporizadora con Occidente (y con el acercamiento al Vaticano) que su homóloga de Constantinopla.
Para más inri, las crecientes tensiones entre la Iglesia de Serbia y la de Rumania, con acusaciones de injerencia territorial por parte de Belgrado a Bucarest, amenazan con hacer descarrilar un encuentro que Serbia también ha pedido que se aplace, y al que sólo envió un representante en la fase preparatoria. A la cita de Creta asistirán 350 dignatarios eclesiásticos.
En total, hay en el mundo 14 Iglesias ortodoxas, entre las eslavas y las orientales, con unos 300 millones de fieles. La distribución territorial de estos marca la influencia real de cada una de ellas: frente a las 3.000 almas que pastorea Constantinopla —en su mayor parte, el remanente de la otrora pujante comunidad de griegos estambulíes, que regresó en masa a Grecia en los años veinte del siglo pasado—, del patriarcado de Moscú, enfrentado a su vez al de Kiev, dependen dos tercios de los ortodoxos que hay en el mundo. Por encima de las fricciones existentes en esta comunidad malavenida, se distingue claramente el pulso que Moscú echa desde hace tiempo a Constantinopla y, por extensión, a los patriarcados helenos (las Iglesias de Grecia, Creta y Chipre), pese a las excelentes relaciones, también eclesiales, entre Moscú y Atenas. La figura del patriarca de Constantinopla —actualmente, Bartolomeo I— equivale sólo a la de un primus inter pares, pero su fuerte carácter simbólico y tradicional —Constantinopla fue la sede del Imperio bizantino— irrita a Moscú. Constantinopla, además, ha mostrado en los últimos tiempos una apertura hacia la Iglesia de Roma que inquieta sobremanera en el mundo eslavo.
El gran encuentro panortodoxo iba a celebrarse en principio en Estambul (Constantinopla para los cristianos orientales) pero Rusia impuso su veto, dando lugar a un trabajoso encaje de diplomacia clerical en Ginebra para hallar una sede alternativa. Vistas las hondas diferencias entre las curias, el objetivo final del gran sínodo parece imposible de conseguir: lograr la unidad de todas las iglesias que se separaron de Roma en el cisma de 1054. Un divorcio aún no superado que, además, amenaza con reproducirse de puertas para adentro.
María Antonia Sánchez-Vallejo
Madrid, El País
El patriarcado ecuménico de Constantinopla lucha contra el reloj para que del primer gran sínodo de iglesias ortodoxas que arranca en Creta (Grecia) este domingo no se descuelgue ningún participante más. El encuentro, histórico —será el primero de este tipo desde el año 747—, se está viendo en entredicho por la retirada de la Iglesia de Bulgaria, la de Georgia (de talante ultraconservador) y la de Rusia, que pidió que se posponga la convocatoria “por la ruptura del consenso”. Tampoco asistirá el representante del patriarcado de Antioquía, con base en Damasco y enfrentado al de Jerusalén. Está por ver si otras iglesias nacionales o autocéfalas —el rasgo característico de la cristiandad ortodoxa, que no tiene una Santa Sede como el catolicismo— siguen el ejemplo de las anteriores y, sobre todo, si se dejan llevar por la postura de fuerza de la muy influyente Iglesia rusa, menos contemporizadora con Occidente (y con el acercamiento al Vaticano) que su homóloga de Constantinopla.
Para más inri, las crecientes tensiones entre la Iglesia de Serbia y la de Rumania, con acusaciones de injerencia territorial por parte de Belgrado a Bucarest, amenazan con hacer descarrilar un encuentro que Serbia también ha pedido que se aplace, y al que sólo envió un representante en la fase preparatoria. A la cita de Creta asistirán 350 dignatarios eclesiásticos.
En total, hay en el mundo 14 Iglesias ortodoxas, entre las eslavas y las orientales, con unos 300 millones de fieles. La distribución territorial de estos marca la influencia real de cada una de ellas: frente a las 3.000 almas que pastorea Constantinopla —en su mayor parte, el remanente de la otrora pujante comunidad de griegos estambulíes, que regresó en masa a Grecia en los años veinte del siglo pasado—, del patriarcado de Moscú, enfrentado a su vez al de Kiev, dependen dos tercios de los ortodoxos que hay en el mundo. Por encima de las fricciones existentes en esta comunidad malavenida, se distingue claramente el pulso que Moscú echa desde hace tiempo a Constantinopla y, por extensión, a los patriarcados helenos (las Iglesias de Grecia, Creta y Chipre), pese a las excelentes relaciones, también eclesiales, entre Moscú y Atenas. La figura del patriarca de Constantinopla —actualmente, Bartolomeo I— equivale sólo a la de un primus inter pares, pero su fuerte carácter simbólico y tradicional —Constantinopla fue la sede del Imperio bizantino— irrita a Moscú. Constantinopla, además, ha mostrado en los últimos tiempos una apertura hacia la Iglesia de Roma que inquieta sobremanera en el mundo eslavo.
El gran encuentro panortodoxo iba a celebrarse en principio en Estambul (Constantinopla para los cristianos orientales) pero Rusia impuso su veto, dando lugar a un trabajoso encaje de diplomacia clerical en Ginebra para hallar una sede alternativa. Vistas las hondas diferencias entre las curias, el objetivo final del gran sínodo parece imposible de conseguir: lograr la unidad de todas las iglesias que se separaron de Roma en el cisma de 1054. Un divorcio aún no superado que, además, amenaza con reproducirse de puertas para adentro.