La derecha se disputa el voto evangélico en Brasil
Los sociólogos alertan de los prejuicios sobre los fieles de estas confesiones, que ya representan el 22% de la población
São Paulo, El País
Carol Santos no es el prototipo de chica que estaría en la puerta de una iglesia evangélica una fría noche de mayo preparándose para salir con su madre a vender caramelos y así recaudar dinero para su congregación. Estudiante de cine de 20 años, con el pelo teñido de rojo y votante de Eduardo Jorge —un candidato que defiende la despenalización de las drogas y el matrimonio homosexual—, lidera el grupo de jóvenes de la recién creada iglesia del barrio de Mooca (este de São Paulo).
Carol, de clase media, votó a Dilma Rousseff en la segunda vuelta de 2014, fue contraria al impeachmenty asume que parte de sus creencias chocan con las propuestas de Eduardo Jorge, pero considera que la religión y la política no deberían mezclarse. “Siempre va a haber influencia, al fin y al cabo vivimos en una sociedad conservadora, pero no se puede hablar de bancada religiosa”.
La aparente contradicción entre las opciones políticas, religiosas y personales de Carol no es más que eso: una aparente contradicción. La imagen de los fieles de la iglesia evangélica está estereotipada por la de los políticos que profesan esta fe. En el Congreso hay 75 diputados federales y tres senadores de esta confesión: más que nunca. Es la misma fe que apoyó la suspensión de Rousseff votando en nombre de Dios y en la que encajan políticos extremadamente polémicos, como Marcos Feliciano, un pastor que critica habitualmente los “ataques a la iglesia y la familia” de colectivos homosexuales y relaciona los atentados en Francia con su defensa de la “libertad sexual”. El presidente interino, Michel Temer, también evangélico, expresó en el discurso de investidura de los ministros su voluntad de hacer un “acto religioso con Brasil” y volver a los “valores fundamentales”. Antes recibió la bendición del pastor Malafaia, que defiende la “curación” de homosexuales.
“No podemos confundir a los políticos, que tienen en la religión un recurso de poder y movilización, con el resto de evangélicos”, puntualiza Roberto Dutra, profesor de Sociología de la UENF. “En la clase media formada hay un enorme prejuicio contra ellos: se parte de la idea de que son ignorantes y de que no analizan los programas políticos con frialdad. Y eso no es verdad”. A su juicio, la izquierda es incapaz de entender la importancia de algunas cuestiones relevantes para estos votantes. “Entre los fieles hay miedo a perder su familia: la mayoría es de origen humilde y allí cuestiones como la violencia, el alcoholismo y la pobreza ponen en riesgo la unidad familiar. Básicamente se sienten amenazados por cuestiones prácticas del día a día”.
Los miembros de las congregaciones acaban votando al pastor —o a quien él propone— por ser “el candidato de la comunidad”. Sin embargo, no siempre así: los fieles entrevistados para este reportaje remarcan que su pastor evita entrar en política.
Con una postura conservadora, Temer trata de fidelizar, según Dutra, al 22% de los brasileños que se dicen evangélicos. “Pero el aborto, la homosexualidad y las drogas son temas menores si se comparan con los sociales, los verdaderamente importantes. Y ahí pueden toparse con alguna sorpresa negativa”, asegura Maria das Dores Machado, de la UFRJ.
A pocos kilómetros de Mooca, en una calle especializada en la venta de objetos evangélicos, Adoniran Oliveira, vendedor ambulante y pastor de 44 años, lidera una minúscula congregación en una favela. Es conservador en sus costumbres, pero incide en los “escalones” que ha subió en los años que gobernó Lula. “Claro que estoy decepcionado con el PT: los he votado toda mi vida y ahora ya no sé; pero no puedo negar que la vida de mi comunidad ha cambiado durante estos años. Nunca nadie había mirado a los pobres”. Para él, la sanidad y la educación son mucho más importantes que ver a dos gais besándose.
En la misma calle, Fernando Henrique Carvalho, de 36 años —bautizado en honor al expresidente Fernando Hernique Cardoso, del PSDB—, regenta una tienda y es fiel de la Asamblea de Dios. Se identifica con el discurso defendido por políticos evangélicos de extrema derecha como Jair Bolsonaro, que asegura que los homosexuales son fruto de las drogas y quiere prohibir el voto de los analfabetos. Carvalho defiende que la dictadura fue el mejor momento de la historia de Brasil, que la ONU es comunista y que el Ministerio da Cultura era un “antro de izquierdistas enfermizos”. Sus ideas son un claro ejemplo del público al que los políticos evangélicos están atrayendo al priorizar un programa exclusivamente basado en el conservadurismo.
São Paulo, El País
Carol Santos no es el prototipo de chica que estaría en la puerta de una iglesia evangélica una fría noche de mayo preparándose para salir con su madre a vender caramelos y así recaudar dinero para su congregación. Estudiante de cine de 20 años, con el pelo teñido de rojo y votante de Eduardo Jorge —un candidato que defiende la despenalización de las drogas y el matrimonio homosexual—, lidera el grupo de jóvenes de la recién creada iglesia del barrio de Mooca (este de São Paulo).
Carol, de clase media, votó a Dilma Rousseff en la segunda vuelta de 2014, fue contraria al impeachmenty asume que parte de sus creencias chocan con las propuestas de Eduardo Jorge, pero considera que la religión y la política no deberían mezclarse. “Siempre va a haber influencia, al fin y al cabo vivimos en una sociedad conservadora, pero no se puede hablar de bancada religiosa”.
La aparente contradicción entre las opciones políticas, religiosas y personales de Carol no es más que eso: una aparente contradicción. La imagen de los fieles de la iglesia evangélica está estereotipada por la de los políticos que profesan esta fe. En el Congreso hay 75 diputados federales y tres senadores de esta confesión: más que nunca. Es la misma fe que apoyó la suspensión de Rousseff votando en nombre de Dios y en la que encajan políticos extremadamente polémicos, como Marcos Feliciano, un pastor que critica habitualmente los “ataques a la iglesia y la familia” de colectivos homosexuales y relaciona los atentados en Francia con su defensa de la “libertad sexual”. El presidente interino, Michel Temer, también evangélico, expresó en el discurso de investidura de los ministros su voluntad de hacer un “acto religioso con Brasil” y volver a los “valores fundamentales”. Antes recibió la bendición del pastor Malafaia, que defiende la “curación” de homosexuales.
“No podemos confundir a los políticos, que tienen en la religión un recurso de poder y movilización, con el resto de evangélicos”, puntualiza Roberto Dutra, profesor de Sociología de la UENF. “En la clase media formada hay un enorme prejuicio contra ellos: se parte de la idea de que son ignorantes y de que no analizan los programas políticos con frialdad. Y eso no es verdad”. A su juicio, la izquierda es incapaz de entender la importancia de algunas cuestiones relevantes para estos votantes. “Entre los fieles hay miedo a perder su familia: la mayoría es de origen humilde y allí cuestiones como la violencia, el alcoholismo y la pobreza ponen en riesgo la unidad familiar. Básicamente se sienten amenazados por cuestiones prácticas del día a día”.
Los miembros de las congregaciones acaban votando al pastor —o a quien él propone— por ser “el candidato de la comunidad”. Sin embargo, no siempre así: los fieles entrevistados para este reportaje remarcan que su pastor evita entrar en política.
Con una postura conservadora, Temer trata de fidelizar, según Dutra, al 22% de los brasileños que se dicen evangélicos. “Pero el aborto, la homosexualidad y las drogas son temas menores si se comparan con los sociales, los verdaderamente importantes. Y ahí pueden toparse con alguna sorpresa negativa”, asegura Maria das Dores Machado, de la UFRJ.
A pocos kilómetros de Mooca, en una calle especializada en la venta de objetos evangélicos, Adoniran Oliveira, vendedor ambulante y pastor de 44 años, lidera una minúscula congregación en una favela. Es conservador en sus costumbres, pero incide en los “escalones” que ha subió en los años que gobernó Lula. “Claro que estoy decepcionado con el PT: los he votado toda mi vida y ahora ya no sé; pero no puedo negar que la vida de mi comunidad ha cambiado durante estos años. Nunca nadie había mirado a los pobres”. Para él, la sanidad y la educación son mucho más importantes que ver a dos gais besándose.
En la misma calle, Fernando Henrique Carvalho, de 36 años —bautizado en honor al expresidente Fernando Hernique Cardoso, del PSDB—, regenta una tienda y es fiel de la Asamblea de Dios. Se identifica con el discurso defendido por políticos evangélicos de extrema derecha como Jair Bolsonaro, que asegura que los homosexuales son fruto de las drogas y quiere prohibir el voto de los analfabetos. Carvalho defiende que la dictadura fue el mejor momento de la historia de Brasil, que la ONU es comunista y que el Ministerio da Cultura era un “antro de izquierdistas enfermizos”. Sus ideas son un claro ejemplo del público al que los políticos evangélicos están atrayendo al priorizar un programa exclusivamente basado en el conservadurismo.