Inglaterra, país ‘Hooligan’

Los políticos a favor del Brexit mintieron descaradamente a Reino Unido sobre el coste económico de seguir dentro de la UE

John Carlin
El País
¿Cómo es posible, se pregunta medio mundo, que los ingleses hayan hecho semejante burrada, poniendo en riesgo el bienestar tanto de su país como el del continente europeo? Los hooligans que siguen a la selección inglesa de fútbol ofrecen una buena pista de cuáles han sido los procesos mentales de aquella mayoría que votó a favor del Brexit.


Los conozco. Como periodista los he observado de cerca en cuatro continentes. Su actividad más reciente durante la Eurocopa en Francia ha seguido los patrones habituales. Se congregan en el centro de una ciudad y se emborrachan, el deporte nacional inglés por encima del fútbol. Se quitan sus camisetas blancas con la cruz roja de San Jorge, gritan obscenidades sobre las selecciones rivales y se ponen a cantar “Britannia rules the waves”, Britania domina las olas, una alusión al glorioso pasado imperial de los súbditos de su majestad. No cantan bien, como los irlandeses, pero sí en tono agresivo y desafiante. A ver, ¿alguien va a cuestionar que nos comportemos como nos dé la santa gana en este país de mierda? ¿alguien duda que somos la gente elegida, la raza dominante del mundo?

Algunos, con la bandera en una mano, van a un rincón o a una fuente en el centro de una plaza y orinan. Los nativos, infaliblemente gente más civilizada, se ofenden o se asustan. A las mujeres les dicen de todo. Llega la policía, los hooligans responden con más cánticos, esta vez más virulentos y a un volumen más alto. Últimamente, en Francia han añadido a su repertorio consignas antieuropeas. Al poco rato empiezan a romper vasos y a tirar sillas. Hay choques, algunos hooligans acaban chorreando sangre y después, cuando les entrevista la televisión inglesa, acusan a los policías locales de ser unos salvajes.

No. No vamos a acusar a todos los inglesas que votaron en el referéndum por la salida de Inglaterra del Reino Unido de pertenecer a esta tribu. Ni a una minoría de ellos. Pero en la actitud que demuestran cuando invaden tierras ajenas se detecta el germen de la mentalidad que inspiró la decisión de la mayoría de los habitantes de Albión a votar por el Brexit. Los hooligans ofrecen una caricatura grotesca de cómo más de la mitad de sus compatriotas, por lo demás gente seguramente perfectamente respetable que quiere a sus mascotas y disfruta tomando el té, se relacionan con el resto del mundo (en el caso concreto del referéndum, con desdén, con desconfianza, con ignorancia y con una absurda nostalgia imperial más una lamentable falta de respeto y cero sentido de responsabilidad). La solidaridad y la amistad entre los pueblos que exhiben entre sí la gran mayoría de los demás aficionados europeos hoy en Francia son conceptos a los que son ajenos.

Los políticos que hicieron campaña a favor del Brexit no dudaron en apelar a las tendencias xenófobas que, gracias a un antiguo proceso de ósmosis cultural, laten en las mentes y los corazones de los ingleses desde la infancia. Mintieron descaradamente a Reino Unido sobre el coste económico de seguir dentro de la UE, pero fue mucho más efectiva y decisiva su insistencia en que la inmigración (código para “los malditos extranjeros”) representaba una amenaza para su país. Y la inmigración, seguía el argumento, es fruto del movimiento libre de trabajadores que exige la UE, una organización que por el mero hecho de existir representa, a su vez, un peligro existencial para la soberanía británica.

Boris Johnson, posible futuro primer ministro y líder de la campaña por el Brexit, llegó al extremo de asociar a la UE con la Alemania nazi. No es de extrañar que, según una historia publicada en el Daily Mail el pasado lunes, el último acto antes de morir a los 91 años de un veterano de la Segunda Guerra Mundial fuese firmar un voto postal a favor de la salida. Sus familiares explicaron después que “luchó por su país hasta el final”.

El populismo barato de Johnson, de Nigel Farage (el líder muchas veces borracho del partido derechista UKIP) y compañía fue para este anciano, y muchos más de los que votaron por el Brexit, lo que la cerveza es para los hooligans. Les idiotizó, les envalentonó y les sacó lo peor de sí.

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