EUROCOPA / Piqué salva a España
Un gol a la tremenda del central en el 86' premió al mejor. La Selección tuvo más fútbol que puntería. Iniesta volvió a mostrarse excepcional. De Gea evitó el empate.
Luis Nieto
Toulosse, As
Sin hacer nada condenable, España puso fin a un largo sufrimiento con un cabezazo de Piqué en los terrenos del nueve. Fue un gol a la tremenda, una regresión a la furia, que antes fue ordenanza y hoy es excepción, un premio merecido al mejor. Porque España ofreció iniciativa, ingenio, brillantez racheada y la falta de gol habitual. La mejor noticia es que tiene a Iniesta y los otros no. Con él siempre tuvo a Chequia en un puño, pero no encontró el camino para tumbar a un Cech excepcional hasta el minuto 86. De Gea, el elegido, evitó después el empate para probarle a Del Bosque donde anda su cabeza. Casillas acabó abrazándole en el centro del campo. A él y a Piqué. Apunta a suplente ejemplar.
De cuantas maneras existen de ganarle a España (pocas, afortunadamente), la República Checa escogió la menos decorosa. Quiso ser Georgia, que aún anda de fiesta tras lo de Getafe, en la equivocada creencia de que contra una fuerza superior sólo es posible resistir hasta el extremo y confiar en Cech para cuando no alcance con la muralla. Fue, pues, un partido de sentido único, un larguísimo asedio con final feliz cuya intensidad anduvo siempre en función de la velocidad de circulación de España. Al fin y al cabo, es la falta de rapidez en el desplazamiento de la pelota lo que realmente iguala las fuerzas en el fútbol.
A España le costó pasar de cero a cien. Los checos pusieron especial empeño en enjaular a Iniesta, la reserva natural del juego de España, a menudo la tuneladora que abre los partidos. Aquello funcionó un rato corto. La selección de Vrba hizo un ejercicio de minimalismo para reducir el combate a apenas treinta metros, llenar de incomodidades el camino hacia los tres puntas de España y emplearse mucho en largo, que siempre es territorio de aventura.
Pero ese espacio protegido en torno a Cech se fue perdiendo cuando la Selección fue sumando futbolistas a la causa. Juanfran, inmenso, tuvo un efecto antioxidante en la banda derecha, estirándose permanentemente en ataque. Jordi Alba se contagió de su efervescencia en la segunda mitad. Cesc ofreció más salida de pelota que sus últimas actuaciones y Busquets acabó por hacer posible la concordancia entre defensa y ataque. Y el acordeón checo desembocó en una multitud intentando malproteger el área y un Cech heroico a merced de Nolito, Morata y Silva. El canterano del Madrid quedó bien definido sobre el césped, en lo inmejorable y en lo mejorable. Ofrece movilidad, paciencia, buena mezcla con la fuerza de ocupación en que suele convertirse el equipo y anda espabilado, pero aún debe mejorar en eficiencia y en continencia para esperar el pase antes de zambullirse en el fuera de juego. Estrelló un disparo a bocajarro en el cuerpo de Cech, que después le sacó con las uñas un gran remate cruzado.
Silva, con el paso de los minutos, supo moverse en zonas concurridas y Nolito tuvo ese aire bohemio que le acompaña en su carrera: a veces baila en una baldosa por bulerías y a veces congela su ingenio durante demasiados minutos. La transición Casillas-De Gea no ofreció sobresaltos pese a llegar precedida de un temporal. El portero del Manchester echó el cierre al partido con una gran parada a Darida.
Cuando se cumplía una hora de asalto frustrado Del Bosque entendió que era preciso un cambio de registro y pretendió que lo que Morata no consiguió con maña lo lograra Aduriz con fuerza. Una solución energética para un equipo que temía sentirse abandonado por el gol y por las piernas. Temor fundado porque Chequia, tras una hora incomparecencia ofensiva, tuvo el empate en un cabezazo de Gebre Selassie que casi sobre la línea sacó Cesc cuando Kaderabek acudía con la puntilla.
Thiago reactivó a la Selección, que recobró la imagen cálida del juego corto, preciso y espumoso de los tiempos del imperio. A Jordi Alba se le fue el gol en un control poco afinado; a Silva no le cogió efecto su remate en una jugada de encaje; Aduriz no completó la chilena; Thiago se durmió a las puertas de la gloria… E Iniesta acabó poniéndole a Piqué la pelota del partido, que despachó como un ariete, el puesto al que acude puntualmente en las duras. Un gol para clasificación y también para la reconciliación del central con la parte del país que desconfía de su compromiso.
Luis Nieto
Toulosse, As
Sin hacer nada condenable, España puso fin a un largo sufrimiento con un cabezazo de Piqué en los terrenos del nueve. Fue un gol a la tremenda, una regresión a la furia, que antes fue ordenanza y hoy es excepción, un premio merecido al mejor. Porque España ofreció iniciativa, ingenio, brillantez racheada y la falta de gol habitual. La mejor noticia es que tiene a Iniesta y los otros no. Con él siempre tuvo a Chequia en un puño, pero no encontró el camino para tumbar a un Cech excepcional hasta el minuto 86. De Gea, el elegido, evitó después el empate para probarle a Del Bosque donde anda su cabeza. Casillas acabó abrazándole en el centro del campo. A él y a Piqué. Apunta a suplente ejemplar.
De cuantas maneras existen de ganarle a España (pocas, afortunadamente), la República Checa escogió la menos decorosa. Quiso ser Georgia, que aún anda de fiesta tras lo de Getafe, en la equivocada creencia de que contra una fuerza superior sólo es posible resistir hasta el extremo y confiar en Cech para cuando no alcance con la muralla. Fue, pues, un partido de sentido único, un larguísimo asedio con final feliz cuya intensidad anduvo siempre en función de la velocidad de circulación de España. Al fin y al cabo, es la falta de rapidez en el desplazamiento de la pelota lo que realmente iguala las fuerzas en el fútbol.
A España le costó pasar de cero a cien. Los checos pusieron especial empeño en enjaular a Iniesta, la reserva natural del juego de España, a menudo la tuneladora que abre los partidos. Aquello funcionó un rato corto. La selección de Vrba hizo un ejercicio de minimalismo para reducir el combate a apenas treinta metros, llenar de incomodidades el camino hacia los tres puntas de España y emplearse mucho en largo, que siempre es territorio de aventura.
Pero ese espacio protegido en torno a Cech se fue perdiendo cuando la Selección fue sumando futbolistas a la causa. Juanfran, inmenso, tuvo un efecto antioxidante en la banda derecha, estirándose permanentemente en ataque. Jordi Alba se contagió de su efervescencia en la segunda mitad. Cesc ofreció más salida de pelota que sus últimas actuaciones y Busquets acabó por hacer posible la concordancia entre defensa y ataque. Y el acordeón checo desembocó en una multitud intentando malproteger el área y un Cech heroico a merced de Nolito, Morata y Silva. El canterano del Madrid quedó bien definido sobre el césped, en lo inmejorable y en lo mejorable. Ofrece movilidad, paciencia, buena mezcla con la fuerza de ocupación en que suele convertirse el equipo y anda espabilado, pero aún debe mejorar en eficiencia y en continencia para esperar el pase antes de zambullirse en el fuera de juego. Estrelló un disparo a bocajarro en el cuerpo de Cech, que después le sacó con las uñas un gran remate cruzado.
Silva, con el paso de los minutos, supo moverse en zonas concurridas y Nolito tuvo ese aire bohemio que le acompaña en su carrera: a veces baila en una baldosa por bulerías y a veces congela su ingenio durante demasiados minutos. La transición Casillas-De Gea no ofreció sobresaltos pese a llegar precedida de un temporal. El portero del Manchester echó el cierre al partido con una gran parada a Darida.
Cuando se cumplía una hora de asalto frustrado Del Bosque entendió que era preciso un cambio de registro y pretendió que lo que Morata no consiguió con maña lo lograra Aduriz con fuerza. Una solución energética para un equipo que temía sentirse abandonado por el gol y por las piernas. Temor fundado porque Chequia, tras una hora incomparecencia ofensiva, tuvo el empate en un cabezazo de Gebre Selassie que casi sobre la línea sacó Cesc cuando Kaderabek acudía con la puntilla.
Thiago reactivó a la Selección, que recobró la imagen cálida del juego corto, preciso y espumoso de los tiempos del imperio. A Jordi Alba se le fue el gol en un control poco afinado; a Silva no le cogió efecto su remate en una jugada de encaje; Aduriz no completó la chilena; Thiago se durmió a las puertas de la gloria… E Iniesta acabó poniéndole a Piqué la pelota del partido, que despachó como un ariete, el puesto al que acude puntualmente en las duras. Un gol para clasificación y también para la reconciliación del central con la parte del país que desconfía de su compromiso.