EUROCOPA / Hungría ya sueña con octavos
Un gol en propia puerta de Saevarsson afianza a los magiares en la primera posición, con cuatro puntos. Islandia abrió el marcador gracias a un gol de penalti de Sigurdsson.
José A. Espina
As
Presa de su propio fútbol por acumulación, a Islandia se le esfumó de entre las manos una casi segura clasificación para octavos cuando en el 88' Saeversson se coló un tanto en propia meta. Parecía futbolísticamente más justo, vistos los méritos de ambos equipos y el ímpetu de una Hungría que murió y al final resucitó en el área rival con hasta tres delanteros, valiente como en sus momentos de mayor gloria. Pero el empate le quita algo de literatura (de momento) a la Euro: quedaba muy bonito agrandar el milagro de un país con 330.000 habitantes y apenas 100 futbolistas profesionales.
Y sí, si apartamos algo tan vital como el contexto, tenía razón Cristiano Ronaldo cuando hace unos días rabiaba por el empate de los nórdicos. La propuesta de juego de Islandia es arcaica, rácana, simple como el juego de balón enredado que hace más de 150 años separó al fútbol y al rugby. Diríase algunas veces que el equipo de Lagerback confunde la pelota ovalada con la redonda. El seleccionador sueco basa el juego de sus hombres en una defensa extenuante y un ataque minimalista: saques de banda kilométricos y patadas a seguir.
Con esta estrategia igualó ante Portugal y con la misma esperó su ocasión contra Hungría. Héroe contra Austria y salvador también de un mano a mano ante Gudmundsson minutos antes, el excéntrico y veterano portero húngaro, Kiraly, pasó de la virtud al máximo pecado cuando se le escurrió el balón en un córner que acabó en (discutidísimo) penalti de Kadar sobre Gunnarsson. Gylfi Sigurdsson, el hombre más caro de Islandia (juega en la millonaria Premier), lo convirtió en un gol de hielo, sobre todo para los magiares: quedaban solamente cinco minutos para el descanso.
Hungría no había jugado mal. Tocaba bien bajo las batutas de un virtuoso de 37 años y otro de 21, Gera y Nagy, y se acercaba con la velocidad del capitán Dzsudzsak, un extremo moderno y libre, pero también irregular. Entre la ocasión de Gunnarsson y el 1-0, Kleinheisler había rozado una de las escuadras de Halldorson.
Dzsudzsak tomó también en la segunda mitad el mando de la ofensiva magiar, en busca del empate. Más corazón que cabeza, más conducción que precisión en el remate para el equipo de Storck, que acabó acudiendo también a lo más simple: meter delanteros. Entraron los arietes Nikolics, Bode y como recurso final Szalai, inesperado suplente tras haber logrado el 1-0 ante Austria.
Los de Lagerback resistían, agazapados tras su muro y elegían casi siempre el pelotazo antes que la contra. Quedaban instantes para el final y la fiesta parecía completa porque se había producido además el debut en una Euro del veteranísimo ex barcelonista Gudjohnssen, ídolo para varias de generaciones de entre los 25.000 islandeses presentes en el Velodrome de Marsella... pero el autogol de Saeversson les despertaba del sueño. Aún les queda otra bala, Austria, en la última jornada, mientras Hungría roza ya con los dedos volver a traspasar la primera fase de un gran torneo: rememorar sus tiempos imperiales, tantas y tantas décadas después.
José A. Espina
As
Presa de su propio fútbol por acumulación, a Islandia se le esfumó de entre las manos una casi segura clasificación para octavos cuando en el 88' Saeversson se coló un tanto en propia meta. Parecía futbolísticamente más justo, vistos los méritos de ambos equipos y el ímpetu de una Hungría que murió y al final resucitó en el área rival con hasta tres delanteros, valiente como en sus momentos de mayor gloria. Pero el empate le quita algo de literatura (de momento) a la Euro: quedaba muy bonito agrandar el milagro de un país con 330.000 habitantes y apenas 100 futbolistas profesionales.
Y sí, si apartamos algo tan vital como el contexto, tenía razón Cristiano Ronaldo cuando hace unos días rabiaba por el empate de los nórdicos. La propuesta de juego de Islandia es arcaica, rácana, simple como el juego de balón enredado que hace más de 150 años separó al fútbol y al rugby. Diríase algunas veces que el equipo de Lagerback confunde la pelota ovalada con la redonda. El seleccionador sueco basa el juego de sus hombres en una defensa extenuante y un ataque minimalista: saques de banda kilométricos y patadas a seguir.
Con esta estrategia igualó ante Portugal y con la misma esperó su ocasión contra Hungría. Héroe contra Austria y salvador también de un mano a mano ante Gudmundsson minutos antes, el excéntrico y veterano portero húngaro, Kiraly, pasó de la virtud al máximo pecado cuando se le escurrió el balón en un córner que acabó en (discutidísimo) penalti de Kadar sobre Gunnarsson. Gylfi Sigurdsson, el hombre más caro de Islandia (juega en la millonaria Premier), lo convirtió en un gol de hielo, sobre todo para los magiares: quedaban solamente cinco minutos para el descanso.
Hungría no había jugado mal. Tocaba bien bajo las batutas de un virtuoso de 37 años y otro de 21, Gera y Nagy, y se acercaba con la velocidad del capitán Dzsudzsak, un extremo moderno y libre, pero también irregular. Entre la ocasión de Gunnarsson y el 1-0, Kleinheisler había rozado una de las escuadras de Halldorson.
Dzsudzsak tomó también en la segunda mitad el mando de la ofensiva magiar, en busca del empate. Más corazón que cabeza, más conducción que precisión en el remate para el equipo de Storck, que acabó acudiendo también a lo más simple: meter delanteros. Entraron los arietes Nikolics, Bode y como recurso final Szalai, inesperado suplente tras haber logrado el 1-0 ante Austria.
Los de Lagerback resistían, agazapados tras su muro y elegían casi siempre el pelotazo antes que la contra. Quedaban instantes para el final y la fiesta parecía completa porque se había producido además el debut en una Euro del veteranísimo ex barcelonista Gudjohnssen, ídolo para varias de generaciones de entre los 25.000 islandeses presentes en el Velodrome de Marsella... pero el autogol de Saeversson les despertaba del sueño. Aún les queda otra bala, Austria, en la última jornada, mientras Hungría roza ya con los dedos volver a traspasar la primera fase de un gran torneo: rememorar sus tiempos imperiales, tantas y tantas décadas después.