Estimado espectador: deje de comer hamburguesas y vaya una hora antes a la cancha
¿EEUU, Goal.com
Sólo va a ser por un partido. Sí, está claro que, en Estados Unidos, lo importante es la cerveza, las gaseosas y las hamburguesas. Sí, parece obvio que lo lindo es armar la parrilla afuera del estadio, aprovechar la eficiente organización e ingresar a la cancha un par de minutos antes de que empiece la acción. Sí, resulta evidente que lo divertido sólo se da cuando la pelota empieza a rodar, cuando todo es oficial. Pero, en la final de la Copa América 2016, no sea ingenuo: ingrese al Metlife Stadium por lo menos una hora antes del partido entre Argentina y Chile.
Algunos no lo saben, pero Lionel Messi suele tener un partido antes del partido. En realidad, es un espectáculo.
Los hinchas de Barcelona se acostumbraron a enamorarse en el Camp Nou de un momento especial, como en alguna época lo hizo Maradona en el San Paolo. Perdidos en el romance, los napolitanos llenaban la cancha mucho tiempo antes del inicio del encuentro. Con el 10 de la Selección argentina pasa algo parecido. Regala una versión que la TV no siempre suele transmitir.
Ningún preparador físico del mundo le pediría a Messi que acelere un poco más de la cuenta. Nadie se animaría a reclamarle que elongue "a conciencia". Él conoce su cuerpo, él sabe lo que necesita, él tiene el peso para hacer lo que quiera.
Cuando el preparador pide un salto con rodillas al pecho, las de Messi no suelen superar el desplazamiento de un jugador de novena división. Es como si nunca hubiera crecido. Como si se hubiese desarrollado débil y enano. Como si nunca hubiera hecho un tratamiento para crecer y ser fuerte. Nadie le dice nada.
Es un ladrón. Cuando el grupo se aleja unos metros a elongar y mientras sus compañeros comienzan a tirarse en el pasto, él corre como nunca hasta ese momento y comienza a patear una de las tres pelotas que estaban prolijamente en fila. Messi hace una finta. Juega. Gambetea para un lado y otro. Nadie lo marca, todos lo ven. Al rato, deja la pelota. Y elonga, aunque no más de unos minutos.
En Barcelona, se acostumbró a divertirse con Dani Alves. Toques de primera en una distancia corta, de unos cinco metros. De a poco, se alejan hasta que uno se para en la mitad de la cancha y el otro se ubica en la línea final. Messi tira un pelotazo alto y largo. Dani Alves la para con el pecho, acomoda con la rodilla y devuelve para Messi, que amortigua con la rodilla izquierda y saca otro bombazo. La secuencia se repite un par de minutos más. La pelota nunca toca en el piso.
En la Selección, a Messi le encanta olvidarse de las órdenes del profe y enfocarse en Romero, que cede sus ejercicios para atajarle remates desde afuera del área. El arquero de Martino está resignado a ser humillado por un rato. Borde interno al ángulo, con suavidad. Empeine, bien fuerte. Abajo, como para que el 1 se rompa las costillas contra el pasto. Bien pegada al palo.
Por todo esto: por más que no entienda demasiado de fútbol ni disfrute de 22 jugadores corriendo sin demasiado sentido para calentar su cuerpo, no lo dude. No sea ingenuo: ingrese al Metlife Stadium una hora antes de que empiece el partido y disfrute. Si está inspirado, Messi regala una parte encantadora de su repertorio. No es la que todos suelen apreciar, por eso es distinta y particularmente encantadora. Es casi tan buena como la que se ve por televisión.
Sólo va a ser por un partido. Sí, está claro que, en Estados Unidos, lo importante es la cerveza, las gaseosas y las hamburguesas. Sí, parece obvio que lo lindo es armar la parrilla afuera del estadio, aprovechar la eficiente organización e ingresar a la cancha un par de minutos antes de que empiece la acción. Sí, resulta evidente que lo divertido sólo se da cuando la pelota empieza a rodar, cuando todo es oficial. Pero, en la final de la Copa América 2016, no sea ingenuo: ingrese al Metlife Stadium por lo menos una hora antes del partido entre Argentina y Chile.
Algunos no lo saben, pero Lionel Messi suele tener un partido antes del partido. En realidad, es un espectáculo.
Los hinchas de Barcelona se acostumbraron a enamorarse en el Camp Nou de un momento especial, como en alguna época lo hizo Maradona en el San Paolo. Perdidos en el romance, los napolitanos llenaban la cancha mucho tiempo antes del inicio del encuentro. Con el 10 de la Selección argentina pasa algo parecido. Regala una versión que la TV no siempre suele transmitir.
Ningún preparador físico del mundo le pediría a Messi que acelere un poco más de la cuenta. Nadie se animaría a reclamarle que elongue "a conciencia". Él conoce su cuerpo, él sabe lo que necesita, él tiene el peso para hacer lo que quiera.
Cuando el preparador pide un salto con rodillas al pecho, las de Messi no suelen superar el desplazamiento de un jugador de novena división. Es como si nunca hubiera crecido. Como si se hubiese desarrollado débil y enano. Como si nunca hubiera hecho un tratamiento para crecer y ser fuerte. Nadie le dice nada.
Es un ladrón. Cuando el grupo se aleja unos metros a elongar y mientras sus compañeros comienzan a tirarse en el pasto, él corre como nunca hasta ese momento y comienza a patear una de las tres pelotas que estaban prolijamente en fila. Messi hace una finta. Juega. Gambetea para un lado y otro. Nadie lo marca, todos lo ven. Al rato, deja la pelota. Y elonga, aunque no más de unos minutos.
En Barcelona, se acostumbró a divertirse con Dani Alves. Toques de primera en una distancia corta, de unos cinco metros. De a poco, se alejan hasta que uno se para en la mitad de la cancha y el otro se ubica en la línea final. Messi tira un pelotazo alto y largo. Dani Alves la para con el pecho, acomoda con la rodilla y devuelve para Messi, que amortigua con la rodilla izquierda y saca otro bombazo. La secuencia se repite un par de minutos más. La pelota nunca toca en el piso.
En la Selección, a Messi le encanta olvidarse de las órdenes del profe y enfocarse en Romero, que cede sus ejercicios para atajarle remates desde afuera del área. El arquero de Martino está resignado a ser humillado por un rato. Borde interno al ángulo, con suavidad. Empeine, bien fuerte. Abajo, como para que el 1 se rompa las costillas contra el pasto. Bien pegada al palo.
Por todo esto: por más que no entienda demasiado de fútbol ni disfrute de 22 jugadores corriendo sin demasiado sentido para calentar su cuerpo, no lo dude. No sea ingenuo: ingrese al Metlife Stadium una hora antes de que empiece el partido y disfrute. Si está inspirado, Messi regala una parte encantadora de su repertorio. No es la que todos suelen apreciar, por eso es distinta y particularmente encantadora. Es casi tan buena como la que se ve por televisión.