Después del Brexit, es la hora de Alemania
Sólo Berlín puede asumir el liderazgo para reconstruir el proyecto político europeo; los demás debemos apoyar, impulsar y comprometernos
Josep Piqué
El País
Todos sabemos que la idea impulsora de la construcción europea fue algo tan “político” como el miedo. Los padres de esa construcción, horrorizados por la reciente historia europea de los setenta y cinco años precedentes (tres sangrientas guerras entre franceses y alemanes, que involucraron a buena parte del resto de Europa y a buena parte del planeta en las dos últimas), pensaron que era absolutamente necesario evitarlo de nuevo. Y con esa idea política, avanzaron, primero, poniendo en común lo que había valido para la guerra (el carbón y el acero) y luego avanzando en un Mercado Común. Y el eje vertebrador, como no podía ser de otra forma, fue lo que después hemos conocido como el Eje Franco-Alemán.
Y eso ha permitido avances muy sustanciales: en lo geográfico, pasar, nada menos, de seis a veintiocho; y en lo institucional y político, disponer de instituciones como el Consejo, la Comisión, o el Parlamento, y sobre todo, ir dotando de contenido político a la construcción europea, de manera que lo podemos expresar a través de la propia terminología que hemos estado usando: del Mercado Común, pasando por la Comunidad Económica Europea, a ahora, la Unión Europea. Sin adjetivos. Explicitando una clara voluntad de construir no sólo un proyecto económico, sino un proyecto político, con renuncias de soberanía de los Estados miembros, no sólo en la política comercial o en otras políticas comunes, sino en aspectos tan sensibles como la política exterior, la defensa, la justicia, o la moneda.
Y ello ha permitido crear realidades (no compartidas por todos, entre ellos el Reino Unido) como el euro y el BCE, o Schengen, que están en el epicentro del proyecto político europeo: asumir la libre circulación de personas y la ciudadanía europea, o renunciar a la política monetaria y el control del tipo de cambio. Y aceptar disponer de una política exterior común, un esbozo de política europea de Seguridad y Defensa, o un espacio judicial común, suponen avances sustanciales inimaginables hace casi sesenta años.
Y ahí el papel de Alemania ha sido siempre esencial. Asumiendo con humildad (no podía ser de otra forma después de Hitler) que el liderazgo político le correspondía a Francia, aunque tuviera un creciente poder económico. Y luego aceptando que eran un país dividido, probablemente por muchísimo tiempo, y que su posición debía ser inequívoca en cuanto a la integración en la defensa frente a la Unión Soviética, aceptando que su seguridad sólo podía estar garantizada por la OTAN y, básicamente, por Estados Unidos.
Y ese “Directorio dual” (Francia como motor político y Alemania como motor económico) mostró su eficacia hasta que la caída del Muro de Berlín y la reunificación alemana, lo ponen bajo cuestión.
Porque la reunificación generó grandes temores (“Europa ha sufrido tanto con una Alemania demasiado fuerte como con una demasiado débil”), y que se expresan en una famosa frase atribuida a Andreotti, que decía “quiero tanto a Alemania, que prefiero que haya dos…”. Y la respuesta del entonces Canciller alemán, Helmut Köhl fue muy clara: “No se preocupen, jamás van a volver a tener una Europa alemana, porque van a tener una Alemania europea”. Y esa respuesta tenía argumentos reales: desde los fondos estructurales al euro. Y la integración rápida de Europa oriental tuvo mucho que ver con esa confianza en la honestidad de la posición alemana.
En cualquier caso, todo ello (la reunificación y la ampliación al Este) han desequilibrado el eje franco-alemán. Alemania es mucho más fuerte y, además, en paralelo, Francia ha ido perdiendo relevancia, más allá de la “escenografía”.
Y esta realidad lleva a una conclusión: sólo Alemania puede asumir el liderazgo para reconstruir el proyecto político europeo. Los demás, incluido España, no tenemos capacidad para ello, salvo apoyar, impulsar y comprometernos, y Francia no puede, aunque quisiera. Alemania sí puede, sobre todo si compromete, además de a otros países, a las instituciones comunitarias (Consejo, Comisión y Parlamento). Pero, además de poder, debe querer hacerlo. Y aunque la palabra “líder” tiene una traducción al alemán que mejor no recordar (Führer), necesitamos como nunca el liderazgo de Alemania. Sin él, el proyecto político federal europeo está condenado irreversiblemente a desaparecer.
Josep Piqué
El País
Todos sabemos que la idea impulsora de la construcción europea fue algo tan “político” como el miedo. Los padres de esa construcción, horrorizados por la reciente historia europea de los setenta y cinco años precedentes (tres sangrientas guerras entre franceses y alemanes, que involucraron a buena parte del resto de Europa y a buena parte del planeta en las dos últimas), pensaron que era absolutamente necesario evitarlo de nuevo. Y con esa idea política, avanzaron, primero, poniendo en común lo que había valido para la guerra (el carbón y el acero) y luego avanzando en un Mercado Común. Y el eje vertebrador, como no podía ser de otra forma, fue lo que después hemos conocido como el Eje Franco-Alemán.
Y eso ha permitido avances muy sustanciales: en lo geográfico, pasar, nada menos, de seis a veintiocho; y en lo institucional y político, disponer de instituciones como el Consejo, la Comisión, o el Parlamento, y sobre todo, ir dotando de contenido político a la construcción europea, de manera que lo podemos expresar a través de la propia terminología que hemos estado usando: del Mercado Común, pasando por la Comunidad Económica Europea, a ahora, la Unión Europea. Sin adjetivos. Explicitando una clara voluntad de construir no sólo un proyecto económico, sino un proyecto político, con renuncias de soberanía de los Estados miembros, no sólo en la política comercial o en otras políticas comunes, sino en aspectos tan sensibles como la política exterior, la defensa, la justicia, o la moneda.
Y ello ha permitido crear realidades (no compartidas por todos, entre ellos el Reino Unido) como el euro y el BCE, o Schengen, que están en el epicentro del proyecto político europeo: asumir la libre circulación de personas y la ciudadanía europea, o renunciar a la política monetaria y el control del tipo de cambio. Y aceptar disponer de una política exterior común, un esbozo de política europea de Seguridad y Defensa, o un espacio judicial común, suponen avances sustanciales inimaginables hace casi sesenta años.
Y ahí el papel de Alemania ha sido siempre esencial. Asumiendo con humildad (no podía ser de otra forma después de Hitler) que el liderazgo político le correspondía a Francia, aunque tuviera un creciente poder económico. Y luego aceptando que eran un país dividido, probablemente por muchísimo tiempo, y que su posición debía ser inequívoca en cuanto a la integración en la defensa frente a la Unión Soviética, aceptando que su seguridad sólo podía estar garantizada por la OTAN y, básicamente, por Estados Unidos.
Y ese “Directorio dual” (Francia como motor político y Alemania como motor económico) mostró su eficacia hasta que la caída del Muro de Berlín y la reunificación alemana, lo ponen bajo cuestión.
Porque la reunificación generó grandes temores (“Europa ha sufrido tanto con una Alemania demasiado fuerte como con una demasiado débil”), y que se expresan en una famosa frase atribuida a Andreotti, que decía “quiero tanto a Alemania, que prefiero que haya dos…”. Y la respuesta del entonces Canciller alemán, Helmut Köhl fue muy clara: “No se preocupen, jamás van a volver a tener una Europa alemana, porque van a tener una Alemania europea”. Y esa respuesta tenía argumentos reales: desde los fondos estructurales al euro. Y la integración rápida de Europa oriental tuvo mucho que ver con esa confianza en la honestidad de la posición alemana.
En cualquier caso, todo ello (la reunificación y la ampliación al Este) han desequilibrado el eje franco-alemán. Alemania es mucho más fuerte y, además, en paralelo, Francia ha ido perdiendo relevancia, más allá de la “escenografía”.
Y esta realidad lleva a una conclusión: sólo Alemania puede asumir el liderazgo para reconstruir el proyecto político europeo. Los demás, incluido España, no tenemos capacidad para ello, salvo apoyar, impulsar y comprometernos, y Francia no puede, aunque quisiera. Alemania sí puede, sobre todo si compromete, además de a otros países, a las instituciones comunitarias (Consejo, Comisión y Parlamento). Pero, además de poder, debe querer hacerlo. Y aunque la palabra “líder” tiene una traducción al alemán que mejor no recordar (Führer), necesitamos como nunca el liderazgo de Alemania. Sin él, el proyecto político federal europeo está condenado irreversiblemente a desaparecer.