Angel de la guarda
Con un Di María desequilibrante, Argentina le ganó 2-1 a Chile y arrancó la Copa América con un triunfo que lo motiva. Sin Messi, en el juego superó al equipo de Pizzi por una diferencia mayor a la que mostró el resultado. Y ahora espera tranqui a Panamá.
Antonio Serpa
aserpa@ole.com.ar
Nunca es un amistoso Argentina-Chile. Siempre es un choque emotivo, tenso, donde parecen jugarse, a veces, cuestiones que exceden al fútbol. Nunca faltan los nervios, las discusiones, las emociones. Pero el de ayer tuvo un plus, ese toque dramático especial que le dan las cuestiones personales. Las lágrimas de Di María, su mirada al cielo, esa confesión de nieto a abuela que recién se va, el aplauso inmenso del final para un tipo que es todo corazón. Y que fue la llave para abrir un debut complicado en este sueño americano. Argentina ganó el juego de las presiones. De la asfixia. El partido que plantearon los dos con la idea fija de tener la pelota. Ninguno de los dos la tuvo. O la tuvieron los dos, esporádicamente, cuando pudieron respirar. Pero se definió como se definen estos partidos. Por errores forzados: presión efectiva de Augusto, pase certero de Banega, entrada y definición de Di María a lo Di María, un gol con su sello. Y más tarde, la devolución de gentilezas entre protagonistas luego de la presión de Gaitán. Pase de Fideo, gol de Banega. Una diferencia abismal para ese momento en un partido donde, más que diferencias, había muchísimas similitudes. Después, ya con ese resultado, todos los espacios que faltaron aparecieron de golpe en el campo de Chile. Un campo verde, inmenso, como para amenazar con cada contra.
El mejor debut
Aquel partido que esperaba el Tata, de posesión compartida, se dio tal cual. Presión contra presión, el resultado fue la imprecisión y la elaboración escasa. Los dos fueron pasajeros en tránsito en el mediocampo, los dos vertiginosos y verticales, más inclinados a los lances que a los toques cortos. Cuando lo intentó, Argentina padeció las imprecisiones de Banega y a un Augusto intermitente, a mitad de camino entre darle una mano a Masche en lo defensivo y aportar a un inexistente circuito creativo.
El resumen del partido
Gaitán, con la mirada de todos sobre el lomo, hizo lo que se esperaba de él: fue Gaitán. Se animó a la gambeta individual (de hecho, generó dos amonestaciones de Chile), tuvo al principio un cabezazo que dio en la parte de arriba del travesaño y sirvió un pase de gol que Bravo le ahogó a Higuaín. Pensó en ser él, no Messi, y aprobó claramente.
Chile fue, básicamente, la omnipresencia de Vidal, la lectura siempre clara de Marcelo Díaz y esa habilidad indescifrable de Alexis, capaz de hacerle pasar un papelón a cualquiera (Otamendi puede firmarlo). No le alcanzó. Argentina, más allá de sus realidades, tiene un Angel de la guarda.
Antonio Serpa
aserpa@ole.com.ar
Nunca es un amistoso Argentina-Chile. Siempre es un choque emotivo, tenso, donde parecen jugarse, a veces, cuestiones que exceden al fútbol. Nunca faltan los nervios, las discusiones, las emociones. Pero el de ayer tuvo un plus, ese toque dramático especial que le dan las cuestiones personales. Las lágrimas de Di María, su mirada al cielo, esa confesión de nieto a abuela que recién se va, el aplauso inmenso del final para un tipo que es todo corazón. Y que fue la llave para abrir un debut complicado en este sueño americano. Argentina ganó el juego de las presiones. De la asfixia. El partido que plantearon los dos con la idea fija de tener la pelota. Ninguno de los dos la tuvo. O la tuvieron los dos, esporádicamente, cuando pudieron respirar. Pero se definió como se definen estos partidos. Por errores forzados: presión efectiva de Augusto, pase certero de Banega, entrada y definición de Di María a lo Di María, un gol con su sello. Y más tarde, la devolución de gentilezas entre protagonistas luego de la presión de Gaitán. Pase de Fideo, gol de Banega. Una diferencia abismal para ese momento en un partido donde, más que diferencias, había muchísimas similitudes. Después, ya con ese resultado, todos los espacios que faltaron aparecieron de golpe en el campo de Chile. Un campo verde, inmenso, como para amenazar con cada contra.
El mejor debut
Aquel partido que esperaba el Tata, de posesión compartida, se dio tal cual. Presión contra presión, el resultado fue la imprecisión y la elaboración escasa. Los dos fueron pasajeros en tránsito en el mediocampo, los dos vertiginosos y verticales, más inclinados a los lances que a los toques cortos. Cuando lo intentó, Argentina padeció las imprecisiones de Banega y a un Augusto intermitente, a mitad de camino entre darle una mano a Masche en lo defensivo y aportar a un inexistente circuito creativo.
El resumen del partido
Gaitán, con la mirada de todos sobre el lomo, hizo lo que se esperaba de él: fue Gaitán. Se animó a la gambeta individual (de hecho, generó dos amonestaciones de Chile), tuvo al principio un cabezazo que dio en la parte de arriba del travesaño y sirvió un pase de gol que Bravo le ahogó a Higuaín. Pensó en ser él, no Messi, y aprobó claramente.
Chile fue, básicamente, la omnipresencia de Vidal, la lectura siempre clara de Marcelo Díaz y esa habilidad indescifrable de Alexis, capaz de hacerle pasar un papelón a cualquiera (Otamendi puede firmarlo). No le alcanzó. Argentina, más allá de sus realidades, tiene un Angel de la guarda.