Una enana blanca devora a su compañera

Una estrella moribunda se transforma en enana blanca y consume a otra que orbita en su proximidad hasta convertirla en una enana marrón

Daniel Mediavilla
El País
Cuando las estrellas como el Sol se hacen viejas y agotan su combustible, el equilibrio que mantuvo en marcha esos gigantescos reactores de fusión nuclear se desmorona. Entonces, las capas externas de su atmósfera comienzan a expandirse, engullendo planetas y otros cuerpos que ocuparon durante miles de millones de años un entorno hasta entonces estable. Objetos como la Tierra quedarían, probablemente, aniquilados, pero algunos de mayor tamaño, como otras estrellas que acompañaron a la moribunda en tiempos mejores, tendrían más posibilidades de sobrevivir.


Eso es lo que ha sucedido en un sistema bautizado como J1433. Allí, se observan los restos de una estrella que, después de hincharse como un cadáver y expulsar buena parte de su materia al espacio interestelar, acabó por contraerse y convertirse en lo que se conoce como enana blanca. A su lado sigue con vida otra estrella que formó con ella un sistema binario cuando su compañera aún no se había transformado. Sin embargo, la influencia de la enana blanca, que tiene el 50% de la masa del Sol comprimido en un tamaño como el de la Tierra y una intensa atracción gravitatoria, también cambió al segundo astro.

“Cuando la primera estrella evoluciona y se convierte en una enana blanca, que es el núcleo de la estrella original, las dos estrellas se acercan mucho, tanto que comienza a haber transferencia de materia de una a la otra”, explica Juan Hernández Santisteban, investigador de la Universidad de Southhampton en Reino Unido y autor de un estudio publicado en Nature en el que se explica el descubrimiento de este curioso sistema estelar. En ese baile agarrado entre las dos estrellas, tan próximas que se orbitan mutuamente cada 78 minutos, la estrella menor ha visto absorbida su materia hasta convertirse en una enana marrón, un objeto a medio camino entre una estrella y un planeta gigante como Júpiter, ya sin capacidad para mantener reacciones nucleares sostenidas en su interior. “Este proceso [en el que la enana blanca consume a su compañera hasta convertirla en una enana marrón] toma alrededor de 3.000 millones de años”, apunta Hernández.

Según explica el investigador mexicano, esta forma cataclísmica de aparición de una enana marrón no es la única posible y este tipo de objetos pueden aparecer por otro tipo de procesos. Hasta ahora, solo se conocía un sistema en el que una enana marrón estuviese siendo devorada por una enana blanca.

Estas dos estrellas, con una enana blanca que tiene una temperatura que dobla la de la superficie del Sol, están tan próximas que son difíciles de identificar como dos cuerpos diferentes. Sin embargo, la radiación de cada una, que también tiene que ver con el color que se les atribuye, es distinta. Las observaciones realizadas con el Telescopio Muy Grande del Observatorio Austral Europeo en Chile, ayudaron a separar las emisiones de la enana blanca, en el rango ultravioleta, de las de la enana marrón, mucho menos caliente y con emisiones en la región infrarroja.

Estas observaciones permitieron conocer una historia desconocida de la evolución estelar. El final dramático de una estrella que tras su muerte consumió a su compañera y el de una danza frenética que continuará durante miles de millones de años hasta su desaparición.

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