Torres y el Atleti apuntan a Milán
El delantero volvió a ser decisivo: marcó un golazo y produjo el segundo que firmó Griezmann. El Celta perdió la opción de ser quinto.
Madrid, As
La noche fue cayendo sobre el estadio a las nueve y veinte, casi cuando el árbitro pitó el final. En los asientos, pipas, botellas de plástico vacías, periódicos engurruñados y restos de papel albal solitarios. El fútbol se terminó en el Calderón hasta el próximo agosto, cuando comience la que será su última temporada. Ayer, en el último partido de su penúltimo mayo, fueron muchos los que tardaron en marcharse. Ayer, el viejo estadio sólo respiró emoción.
Resolvió el Atleti su partido ante el Celta fácil, con dos momentos de inspiración, dos chispazos en tres minutos de la segunda parte, tras una primera en la que apenas pasó nada salvo un cabezazo de Godín al larguero. Primero fue Torres, que aprovechó un intento de despeje de Guidetti que se convirtió en asistencia, para inventarse una media volea de tijera que al Calderón le quitó 13 años de encima. Sí, 13, los mismos que han pasado desde aquel octubre en el que Torres hiciera aquel gol inolvidable al Betis, en el Villamarín. Tan parecido fue el de ayer. Como si El Niño hubiera querido emular al personaje de esa novela, Stoner, mientras introduce un anillo en una grieta de una pared y dice: “Quería dejar algo aquí, algo que sepa que permanecerá mientras esto exista”. En febrero le regaló el gol cien al Calderón. Ayer, éste.
Dos jugadas después, otra vez Torres remataba de chilena, de espaldas, y el balón lo rechazaba el travesaño. Griezmann, más rápido que nadie, apareció para rematar de cabeza y sentenciar el partido para delirio de la grada. Un minuto antes, Filipe se había inventado un caño de tacón. Dos después, Tiago salía a calentar cinco meses y quince días después de caer lesionado sobre ese mismo césped, en una fría noche de noviembre. Desde ese momento, en el Calderón sólo se escuchó cantar un hombre. Tiaaago, Tiaaago, una y otra vez.
La vida sin Tiago llegó a su fin en el minuto 77 de este partido. Antes de saltar al campo, Giménez le dio un beso, Moyá un abrazo y el Mono Burgos una colleja cariñosa. Cuando entró, por El Niño, el héroe del partido, la ovación del Calderón fue cerrada, con toda la grada en pie, incluido Simeone que, desde el palco, también aplaudía emocionado.
De ahí al final, cada balón que el portugués tocó fue un aplauso. Entonces, el partido se había terminado sobre el césped aunque todavía le quedaran veinte minutos. El Celta, que sólo en la primera parte testó a Oblak con un cabezazo de Orellana, entonces ya era un muñeco de trapo sin alma ni fútbol, llevado a un lado y otro del campo por los rojiblancos, mientras la grada cantaba a ratos olé, olé, olé y a ratos, Luis Aragonés.
El final llegó tras una contra de Carrasco que acabó con un disparo al aire. Justo después pitó el árbitro y la grada comenzó a cantar el himno a capella, mientras los jugadores daban una vuelta de honor al estadio, aplaudiendo, con las manos en alto. Era mucho lo que unos y otros se agradecían. Unos, la grada, esta Liga que el Atleti termina tercero pero con 88 puntos, la segunda mejor marca de su historia. Otros, el equipo, todo el aliento para ese partido que a la temporada le falta, esa final de Champions en Milán. El ale, ale, Atleti, atronó cuando los jugadores se acercaron al córner donde crecen las flores de Pantic, entretejido con ese Tiaaago que quedará para el mañana, como el gol de Torres, tan parecido al del Villamarín, desde ayer ya también del Calderón.
Dos horas después, sus focos se apagaron, sus puertas se cerraron hasta el próximo agosto, ese que será el último. El viejo estadio espera que, cuando llegue, haya un título más en sus entrañas, el más grande, ese que le falta.
Madrid, As
La noche fue cayendo sobre el estadio a las nueve y veinte, casi cuando el árbitro pitó el final. En los asientos, pipas, botellas de plástico vacías, periódicos engurruñados y restos de papel albal solitarios. El fútbol se terminó en el Calderón hasta el próximo agosto, cuando comience la que será su última temporada. Ayer, en el último partido de su penúltimo mayo, fueron muchos los que tardaron en marcharse. Ayer, el viejo estadio sólo respiró emoción.
Resolvió el Atleti su partido ante el Celta fácil, con dos momentos de inspiración, dos chispazos en tres minutos de la segunda parte, tras una primera en la que apenas pasó nada salvo un cabezazo de Godín al larguero. Primero fue Torres, que aprovechó un intento de despeje de Guidetti que se convirtió en asistencia, para inventarse una media volea de tijera que al Calderón le quitó 13 años de encima. Sí, 13, los mismos que han pasado desde aquel octubre en el que Torres hiciera aquel gol inolvidable al Betis, en el Villamarín. Tan parecido fue el de ayer. Como si El Niño hubiera querido emular al personaje de esa novela, Stoner, mientras introduce un anillo en una grieta de una pared y dice: “Quería dejar algo aquí, algo que sepa que permanecerá mientras esto exista”. En febrero le regaló el gol cien al Calderón. Ayer, éste.
Dos jugadas después, otra vez Torres remataba de chilena, de espaldas, y el balón lo rechazaba el travesaño. Griezmann, más rápido que nadie, apareció para rematar de cabeza y sentenciar el partido para delirio de la grada. Un minuto antes, Filipe se había inventado un caño de tacón. Dos después, Tiago salía a calentar cinco meses y quince días después de caer lesionado sobre ese mismo césped, en una fría noche de noviembre. Desde ese momento, en el Calderón sólo se escuchó cantar un hombre. Tiaaago, Tiaaago, una y otra vez.
La vida sin Tiago llegó a su fin en el minuto 77 de este partido. Antes de saltar al campo, Giménez le dio un beso, Moyá un abrazo y el Mono Burgos una colleja cariñosa. Cuando entró, por El Niño, el héroe del partido, la ovación del Calderón fue cerrada, con toda la grada en pie, incluido Simeone que, desde el palco, también aplaudía emocionado.
De ahí al final, cada balón que el portugués tocó fue un aplauso. Entonces, el partido se había terminado sobre el césped aunque todavía le quedaran veinte minutos. El Celta, que sólo en la primera parte testó a Oblak con un cabezazo de Orellana, entonces ya era un muñeco de trapo sin alma ni fútbol, llevado a un lado y otro del campo por los rojiblancos, mientras la grada cantaba a ratos olé, olé, olé y a ratos, Luis Aragonés.
El final llegó tras una contra de Carrasco que acabó con un disparo al aire. Justo después pitó el árbitro y la grada comenzó a cantar el himno a capella, mientras los jugadores daban una vuelta de honor al estadio, aplaudiendo, con las manos en alto. Era mucho lo que unos y otros se agradecían. Unos, la grada, esta Liga que el Atleti termina tercero pero con 88 puntos, la segunda mejor marca de su historia. Otros, el equipo, todo el aliento para ese partido que a la temporada le falta, esa final de Champions en Milán. El ale, ale, Atleti, atronó cuando los jugadores se acercaron al córner donde crecen las flores de Pantic, entretejido con ese Tiaaago que quedará para el mañana, como el gol de Torres, tan parecido al del Villamarín, desde ayer ya también del Calderón.
Dos horas después, sus focos se apagaron, sus puertas se cerraron hasta el próximo agosto, ese que será el último. El viejo estadio espera que, cuando llegue, haya un título más en sus entrañas, el más grande, ese que le falta.