Liga de Europa / Y Sevilla, Sevilla, Sevilla...
Ganó al Shakthar y se mete en su quinta final, la tercera consecutiva. Gameiro, el héroe, y Mariano, firman el pase. Si llega, el repóker será en una final bella. Ante el Liverpool.
As
Es fervor y es pasión. Es un Sevilla interminable que firmó su quinta final europea al abrigo de su gente en el Sánchez Pizjuán en una noche mágica, la enésima. Algún extraño embrujo emparenta al Sevilla con la Europa League, la vieja y mítica Copa de la UEFA. Desahuciado en la Champions, un gol de Llorente a la Juventus permitió que el Sevilla fuese tercero de la fase de grupos en el lejanísimo diciembre y empezase otra aventura que parecía, esta vez sí, descabellada: Basilea. Pues ya está en Sankt Jakob Park, joya arquitectónico de los prestigiosos Herzog y De Meuron, donde espera una final de himnos y sueños, nada menos que ante el Liverpool. Y todo eso cuatro días antes de medirse al Barça en el Calderón en la final de Copa. Un doblete a tiro. Una semana histórica, jamás vivida en los 110 años de historia (125 para algunos historiadores) del club.
El plan de Emery salió redondo al inicio. Hacer un gol de inmediato para que el Shakhtar viera lejos el objetivo. El Sevilla apretó mucho y duro con la línea de presión alta. Gameiro aprovechó un error de Malyshev para correr hacia Pyatov y cruzar el balón. 27 goles esta temporada, luego serían 28, y su nombre acercándose a los más memorables de la historia del club: Luis Fabiano y Kanouté. ¿Al fin una noche plácida para el Sevilla? No. Paulatinamente el equipo le perdió pie al partido y, como en Lviv, el Shakhtar se hizo amo. Primero pareció tímido. Luego, un monstruo. Los ucranianos castigaron el primer descuido del Sevilla con un contragolpe fantástico de Marlos, la sensación de la eliminatoria, y una definición sencilla y bella de Eduardo con David Soria batido.
El Sevilla se fue al vestuario groggy, con la afición desconcertada y la eliminatoria en el alambre. Pero el fútbol, una montaña rusa de emociones, le devolvió al césped otra vez lanzado, optimista y firme. Dispuesto a atrapar la final. Otro gol de Gameiro, hábil ante Pyatov para burlarle y definir con calma, sin la ansiedad que una vez se le censuró. El pase de Krychowiak, rocoso. El polaco demostró una jerarquía enorme junto a Nzonzi, cuya progresión es la que soñó Monchi el día que fue a buscarlo a Stoke. Y al momento, volando sobre ese ambiente mágico sólo posible en el Sánchez Pizjuán, Mariano soltó un remate de tres dedos, casi a lo Josimar en México’86. Un gol de videoteca que transportó directamente al Sevilla a Basilea. El resto fue una fiesta. Un homenaje a Krohn-Dehli, el danés que se dejó una rodilla en Lviv en el camino a la final. Y devoción a Gameiro, monumental, con dos goles y un esfuerzo titánico, pocas veces visto en un delantero estrella. El Sevilla, en fin, vuelve a escribir con letras de oro su nombre en una final maravillosa. Incansable y eterno. Y Sevilla, Sevilla, Sevilla...
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Es fervor y es pasión. Es un Sevilla interminable que firmó su quinta final europea al abrigo de su gente en el Sánchez Pizjuán en una noche mágica, la enésima. Algún extraño embrujo emparenta al Sevilla con la Europa League, la vieja y mítica Copa de la UEFA. Desahuciado en la Champions, un gol de Llorente a la Juventus permitió que el Sevilla fuese tercero de la fase de grupos en el lejanísimo diciembre y empezase otra aventura que parecía, esta vez sí, descabellada: Basilea. Pues ya está en Sankt Jakob Park, joya arquitectónico de los prestigiosos Herzog y De Meuron, donde espera una final de himnos y sueños, nada menos que ante el Liverpool. Y todo eso cuatro días antes de medirse al Barça en el Calderón en la final de Copa. Un doblete a tiro. Una semana histórica, jamás vivida en los 110 años de historia (125 para algunos historiadores) del club.
El plan de Emery salió redondo al inicio. Hacer un gol de inmediato para que el Shakhtar viera lejos el objetivo. El Sevilla apretó mucho y duro con la línea de presión alta. Gameiro aprovechó un error de Malyshev para correr hacia Pyatov y cruzar el balón. 27 goles esta temporada, luego serían 28, y su nombre acercándose a los más memorables de la historia del club: Luis Fabiano y Kanouté. ¿Al fin una noche plácida para el Sevilla? No. Paulatinamente el equipo le perdió pie al partido y, como en Lviv, el Shakhtar se hizo amo. Primero pareció tímido. Luego, un monstruo. Los ucranianos castigaron el primer descuido del Sevilla con un contragolpe fantástico de Marlos, la sensación de la eliminatoria, y una definición sencilla y bella de Eduardo con David Soria batido.
El Sevilla se fue al vestuario groggy, con la afición desconcertada y la eliminatoria en el alambre. Pero el fútbol, una montaña rusa de emociones, le devolvió al césped otra vez lanzado, optimista y firme. Dispuesto a atrapar la final. Otro gol de Gameiro, hábil ante Pyatov para burlarle y definir con calma, sin la ansiedad que una vez se le censuró. El pase de Krychowiak, rocoso. El polaco demostró una jerarquía enorme junto a Nzonzi, cuya progresión es la que soñó Monchi el día que fue a buscarlo a Stoke. Y al momento, volando sobre ese ambiente mágico sólo posible en el Sánchez Pizjuán, Mariano soltó un remate de tres dedos, casi a lo Josimar en México’86. Un gol de videoteca que transportó directamente al Sevilla a Basilea. El resto fue una fiesta. Un homenaje a Krohn-Dehli, el danés que se dejó una rodilla en Lviv en el camino a la final. Y devoción a Gameiro, monumental, con dos goles y un esfuerzo titánico, pocas veces visto en un delantero estrella. El Sevilla, en fin, vuelve a escribir con letras de oro su nombre en una final maravillosa. Incansable y eterno. Y Sevilla, Sevilla, Sevilla...