Fútbol en estado de excepción
Italia despliega 1.500 agentes y francotiradores en San Siro como prevención en un partido de alto riesgo
Rubén Amón
Milán, El País
La finalísima entre el Real Madrid y el Atlético es un partido de fútbol, pero impresiona el estado de excepción policial y militar en el que va a desenvolverse el acontecimiento del sábado. Por el despliegue de 1.500 agentes policiales y militares. Por la decisión de colocar francotiradores en las torres del estadio de San Siro. Y por un estado de psicosis que ha extremado el nivel de alerta, sólo un grado inferior al que se aplica en el caso de una emergencia terrorista concreta y verificada.
La aprensión proviene del espacio propagandístico en que puede convertirse el mayor acontecimiento de la temporada deportiva en Europa. San Siro es un objetivo tan sensible que sólo hace una semana se llevó a cabo en el coliseo milanés el simulacro de un ataque kamikaze y la reacción a un hipotético secuestro de rehenes.
Ha trascendido la noticia en el mismo contexto de hipersensibilidad con que va a blindarse el palco. Estará el primer ministro Renzi y puede que comparezca el presidente Mattarella, anfitriones de una enjundiosa delegación española que encabezan el Rey Felipe y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.
Es la razón por la que el estadio se ha peinado con el escrúpulo de una cumbre internacional. Y el motivo que explica el despliegue explícito o implícito de 1.000 policías en San Siro y de otro medio millar en las fan zones del Atlético y el Madrid.
Compartirán la ciudad y el estadio, pero la convivencia va a restringirse a la mínima expresión. Se les ha alejado en aeropuertos diferentes —los madridistas, a Malpensa, los rojiblancos, a Orio al Serio—, se les han preparado autopistas de acceso distintas —la A8 y la A4— y se han alejado sus campamentos milaneses —cinco kilómetros separan la atlética plaza Duca D’Aosta del parque Sempione—, incluso se les ha distribuido en líneas de metro distanciadas entre sí —M3 y M5, para los rojiblancos; M1, para los madridistas—, facilitándose a los hinchas, en todo caso, la ventaja de un billete de uso ilimitado y conmemorativo de tres euros. Tan conmemorativo que aparecen dibujados sin demasiado ingenio el Duomo y un balón de fútbol hiperbólico.
Es la primera final de Champions League que se disputa en Milán desde que el Valencia perdió contra el Bayern de Múnich el partido de 2001, pero los tres lustros que se han amontonado desde entonces —ni siquiera se había producido el trauma del 11-S— han transformado hasta el delirio los operativos de seguridad.
El organizado en San Siro tiene sus facilidades porque el estadio se encuentra aislado en la periferia de la capital lombarda. Una ventaja logística que no impide haberse diseñado tres cinturones de seguridad con sus correspondientes sistemas de filtro.
El más exhaustivo será el último y supone que cada espectador tendrá que exponerse a un detector de metales, más o menos como si San Siro fuera un aeropuerto. El peine se utilizará 72.000 veces. Que es la cifra del estadio lleno, aunque luego pueda desglosarse en aficionados merengues (20.000), colchoneros (20.000), entradas de los sponsors (20.000) y billetes bajo control de la UEFA (12.000).
No habrá categorías en las tareas de seguridad, como tampoco existe constancia de una alarma terrorista concreta. Explicaba Antonio De Iesu, sobreintendente de la policía, que la amenaza yihadista en Europa obliga a blindar San Siro y que el plan de “defensa” del estadio lombardo empezó a diseñarse con escrúpulo hace dos meses.
“En este contexto resulta fundamental que las respectivas hinchadas se comporten con civismo y respeto. Por eso me declaro moderadamente optimista respecto a un desenlace normal de un partido de riesgo”, explicaba De Iesu.
Han sido desplazados hasta Milán los núcleos especiales antiterroristas, prueba inequívoca de una alarma que, de momento, sobrepasa al fervor deportivo. De fútbol español se habla en las portadas de los diarios italianos, pero no en alusión al desquite de los colchoneros, sino porque Mascherano y Dani Alves están muy cerca de recalar en la Juventus.
Rubén Amón
Milán, El País
La finalísima entre el Real Madrid y el Atlético es un partido de fútbol, pero impresiona el estado de excepción policial y militar en el que va a desenvolverse el acontecimiento del sábado. Por el despliegue de 1.500 agentes policiales y militares. Por la decisión de colocar francotiradores en las torres del estadio de San Siro. Y por un estado de psicosis que ha extremado el nivel de alerta, sólo un grado inferior al que se aplica en el caso de una emergencia terrorista concreta y verificada.
La aprensión proviene del espacio propagandístico en que puede convertirse el mayor acontecimiento de la temporada deportiva en Europa. San Siro es un objetivo tan sensible que sólo hace una semana se llevó a cabo en el coliseo milanés el simulacro de un ataque kamikaze y la reacción a un hipotético secuestro de rehenes.
Ha trascendido la noticia en el mismo contexto de hipersensibilidad con que va a blindarse el palco. Estará el primer ministro Renzi y puede que comparezca el presidente Mattarella, anfitriones de una enjundiosa delegación española que encabezan el Rey Felipe y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.
Es la razón por la que el estadio se ha peinado con el escrúpulo de una cumbre internacional. Y el motivo que explica el despliegue explícito o implícito de 1.000 policías en San Siro y de otro medio millar en las fan zones del Atlético y el Madrid.
Compartirán la ciudad y el estadio, pero la convivencia va a restringirse a la mínima expresión. Se les ha alejado en aeropuertos diferentes —los madridistas, a Malpensa, los rojiblancos, a Orio al Serio—, se les han preparado autopistas de acceso distintas —la A8 y la A4— y se han alejado sus campamentos milaneses —cinco kilómetros separan la atlética plaza Duca D’Aosta del parque Sempione—, incluso se les ha distribuido en líneas de metro distanciadas entre sí —M3 y M5, para los rojiblancos; M1, para los madridistas—, facilitándose a los hinchas, en todo caso, la ventaja de un billete de uso ilimitado y conmemorativo de tres euros. Tan conmemorativo que aparecen dibujados sin demasiado ingenio el Duomo y un balón de fútbol hiperbólico.
Es la primera final de Champions League que se disputa en Milán desde que el Valencia perdió contra el Bayern de Múnich el partido de 2001, pero los tres lustros que se han amontonado desde entonces —ni siquiera se había producido el trauma del 11-S— han transformado hasta el delirio los operativos de seguridad.
El organizado en San Siro tiene sus facilidades porque el estadio se encuentra aislado en la periferia de la capital lombarda. Una ventaja logística que no impide haberse diseñado tres cinturones de seguridad con sus correspondientes sistemas de filtro.
El más exhaustivo será el último y supone que cada espectador tendrá que exponerse a un detector de metales, más o menos como si San Siro fuera un aeropuerto. El peine se utilizará 72.000 veces. Que es la cifra del estadio lleno, aunque luego pueda desglosarse en aficionados merengues (20.000), colchoneros (20.000), entradas de los sponsors (20.000) y billetes bajo control de la UEFA (12.000).
No habrá categorías en las tareas de seguridad, como tampoco existe constancia de una alarma terrorista concreta. Explicaba Antonio De Iesu, sobreintendente de la policía, que la amenaza yihadista en Europa obliga a blindar San Siro y que el plan de “defensa” del estadio lombardo empezó a diseñarse con escrúpulo hace dos meses.
“En este contexto resulta fundamental que las respectivas hinchadas se comporten con civismo y respeto. Por eso me declaro moderadamente optimista respecto a un desenlace normal de un partido de riesgo”, explicaba De Iesu.
Han sido desplazados hasta Milán los núcleos especiales antiterroristas, prueba inequívoca de una alarma que, de momento, sobrepasa al fervor deportivo. De fútbol español se habla en las portadas de los diarios italianos, pero no en alusión al desquite de los colchoneros, sino porque Mascherano y Dani Alves están muy cerca de recalar en la Juventus.