El fuego olímpico llega a un Brasil políticamente estremecido


Brasilia, AFP
Dilma Rousseff encendió la antorcha olímpica hoy, quizá su último gran acto como presidenta de Brasil y la simbólica primera escala de un viaje que durante tres meses llevará la llama por el país hasta la apertura de los Juegos en Rio de Janeiro.
En una ceremonia pletórica de mensajes de doble lectura, Rousseff pidió paz para los brasileños y garantizó que los Juegos serán exitosos pese a la feroz crisis política que sacude al país y que la ha dejado al borde de la destitución.



"Sabemos las dificultades políticas que existen en nuestro país, conocemos la inestabilidad. Brasil será capaz, incluso en un periodo muy difícil, verdaderamente crítico de nuestra historia y de la historia de la democracia, de convivir con la mejor recepción de todos los atletas y todos los visitantes extranjeros", señaló.

"Tengo la certeza de que un país cuyo pueblo sabe luchar por sus derechos y sabe proteger su democracia es un país donde las Olimpíadas tendrán el mejor éxito", añadió.

Rousseff, de 68 años, fue la encargada de pasar el fuego olímpico a Fabiana Caldino, bicampeona olímpica de voley, que descendió la rampa del Palacio de Planalto para comenzar a correr con la antorcha en alto por las calles de Brasilia, rodeada por miles de personas que la alentaban.

Con rituales indígenas, a bordo de una canoa hawaiana, suspendida de un helicóptero, a pie, a nado o a caballo, la llama recorrerá 329 ciudades transportada por 12.000 personas hasta llegar al mítico estadio Maracaná de Rio el 5 de agosto.

La primera mujer en presidir Brasil podría tener que abandonar la semana próxima el Palacio de Planalto, donde se realizó la ceremonia de recepción de la llama olímpica, si el Senado la suspende para juzgarla por irregularidades en las cuentas públicas.

Si es suspendida por hasta 180 días, como anticipan sondeos y expertos, Rousseff será impedida de ser la jefa de Estado durante los primeros Juegos Olímpicos realizados en Sudamérica, y deberá limitarse a esperar el desenlace de su juicio político en la residencia presidencial.

La crisis que asfixia a Brasil podría crear la paradoja de que el país tenga dos presidentes durante los Juegos Olímpicos, uno suspendido (Rousseff) y otro en funciones (su vicepresidente Michel Temer).

Inmunes a la crisis

El juicio en el Senado puede alargar la agónica disputa de poder entre la mandataria y Temer, que ansía sentarse en el sillón presidencial.

Rousseff acusa a su vicepresidente, jefe del PMDB, el principal partido que hasta marzo integró la coalición de gobierno, de "traidor" y de liderar un "golpe parlamentario" en su contra. "Temer golpista", "No al golpe", se leía en algunos carteles este martes al paso de la antorcha olímpica.

Con la dinámica política en su contra y la popularidad por el suelo, Rousseff anticipó que luchará hasta el final. Pero el clima de fin de ciclo ya está instalado y, según publicó el diario Folha de Sao Paulo, la presidenta "ordenó vaciar sus cajones".

En el mismo momento en que muchos asesores del oficialismo encabezado por el Partido de los Trabajadores (PT, izquierda) preparan su currículum tras más de 13 años en el poder, los responsables de los Juegos sostienen que son inmunes a la descomunal crisis.

"Desde el punto de vista de la preparación de los Juegos la crisis no afecta en nada porque realmente nuestra planificación y ejecución fueron muy buenas", dijo el ministro de Deportes, Ricardo Leyser, en una entrevista reciente con la AFP.

Problemas propios

Intentando blindar los juegos de la grave crisis, los organizadores esperan una cita que deje en la memoria la belleza singular de Rio, ciudad célebre con sus montañas, sus playas y su famosa estatua del Cristo Redentor, una de las postales más conocidas del mundo.

Con las competencias ya en el horizonte y la infraestructura prevista casi totalmente lista, aunque afectada por recortes de presupuesto debido a la peor recesión económica en décadas, los Juegos empiezan a entremezclarse con los titulares del sismo político.

La antesala no fue precisamente un catálogo de buenas noticias en un Rio de Janeiro donde empeoran los índices de violencia y 11 trabajadores han perdido la vida en las obras olímpicas.

Al boom de casos de dengue en Brasil se sumó un brote inusitado de virus del zika, una dolencia también transmitida por mosquitos que trajo consigo un espeluznante salto de casos de bebés nacidos con microcefalia (cerebro anormalmente pequeño) y que encendió alarmas. El país combate asimismo el virus H1N1, que ya dejó 230 muertes este año, y la chicunguña.

La antorcha aterrizó en un Brasil polarizado, inestable y que deriva en un mar de dudas.

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