Copa del Rey: Campeón en sufrimiento
El Barça resistió el acoso del Sevilla después de quedarse con diez a los 37 minutos y acabó rematando su triunfo en la prórroga con el gol de un zaguero, Jordi Alba, y otro de Neymar. Messi inventó los dos e Iniesta sostuvo al equipo.
Madrid, As
En traje de faena, sin la pelota como instrumento de trabajo, fortificado durante muchos minutos, se ganó su doblete el Barça, en una final extrema, llevada hasta las últimas consecuencias. Los mejores dramas siempre se escribieron en la Copa. El Sevilla tuvo un arranque inteligente y valeroso, pero luego no supo abrochar su superioridad numérica. Le llevó a la prórroga el Barça de un Iniesta insuperable y ahí fueron menos firmes sus piernas que sus creencias.
A ganar se aprende ganando. Y en eso anda el Barça un punto por encima del Sevilla, que con menos presupuesto, menos descanso y peores futbolistas sabe hacerse el antipático ante los poderosos, con orden, espíritu y una afición que echa a la sartén cualquier partido y a cualquier rival. Llevado por una corriente de optimismo que se arranca en largo (nueve títulos ya en el siglo) ensombreció mucho al Barça, cuyos mandamientos quedaron resumidos en dos: Iniesta y Messi. En las finales, como en la Copa Davis, el ránking queda colgado en el perchero a la entrada. Por eso se sirvió un partido igualado en el Calderón. El Barça tuvo el balón de salida, pero su dominio enciclopédico apenas tuvo gracia. Sólo un Iniesta magnífico en la dirección le puso garbo al juego culé e hizo descifrable la defensa de Emery, compacta, con ayudas y únicamente expuesta a las ocurrencias de Messi, que fueron muchas. Zigzagueando desde la izquierda abrió brechas que no tuvieron acompañamiento. El Neymar postcarnaval aún anda buscando la salida. Se la dio Emery cuando le quitó del camino a Mariano para arriesgar con Konoplyanka, que no mejoró nada. Fue un error de cálculo fatal que desató al brasileño.
El partido amaneció con la luz que pretendió el Sevilla: poco movimiento en las áreas, inactividad de los laterales del Barcelona y manoseo intrascendente de la pelota. Su plan era el acecho y no el ataque. Y en la primera jugada en la que encontró a Gameiro le dio el cambiazo al partido. El francés, que acabará en la Eurocopa gracias a la lesión de Gignac si Deschamps se quita la venda de los ojos, emplea una velocidad fuera del alcance de Piqué y Mascherano. Y en cuanto le dieron la oportunidad dejó desairado al argentino, quien le derribó cuando preparaba el cara a cara con Ter Stegen. Una roja de catálogo para detener a un delantero refulgente. Pudo ser peor para el Barça si Ter Stegen no saca el lanzamiento de Banega, consecuencia de la falta. El argentino le pone focos al Sevilla. Pinta que no seguirá, pero en peores se ha visto Monchi. En lo que los demás ven ventas él sólo encuentra plusvalías.
Hasta entonces apenas había sucedido nada. Una volea fallida de Luis Suárez y un remate aún peor ejecutado por Coke, ambos en posición de gol. La emotividad le estaba pudiendo a la calidad y la percusión a los violines, aunque el Barça llegó al descanso conmocionado pero escondiendo bien su inferioridad.
Luis Enrique tomó la decisión geoestratégica habitual, la que incomoda menos en el vestuario. Se marchó Rakitic y llegó al partido Mathieu. Fue el comienzo de una cadena de desdichas. En una misma jugada se rompió Luis Suárez y quedó conmocionado Messi tras un choque con Carriço. El uruguayo (venía de meter 14 goles en cinco partidos) no pudo seguir y el argentino redentor quedó como único punta de ese 4-4-1 preventivo con el que se protegió el Barça del temporal.
El Sevilla no quiso dejar pasar la ocasión ante un rival a la intemperie y fue haciéndose atrevido desde las bandas, llamando a filas a Vitolo, su futbolista más desbordante, con Banega y Krychowiak llevando el partido al campo del Barça. El argentino mandó un balón al palo, el polaco topó con Alves. Le faltó refinar el último pase y templar su superioridad y le sobró el partidazo de Piqué, que cerró todas las puertas. Del Bosque contempló encantado su obra. Y el Barça más obrero que se recuerda resistió estupendamente hasta provocar la expulsión de Banega en el descuento y ganarse con sudor el gol de Jordi Alba, al que puso letra y música Messi. El tiempo extra fue exageradamente culé. Sólo Sergio Rico alargó el suspense, con dos paradas magníficas, hasta que Messi premió con su pase la insistencia de Neymar. Al Sevilla, en cualquier caso, siempre le quedará Basilea. Y al Barça, un doblete cuyo valor también se establecerá en Milán.
Madrid, As
En traje de faena, sin la pelota como instrumento de trabajo, fortificado durante muchos minutos, se ganó su doblete el Barça, en una final extrema, llevada hasta las últimas consecuencias. Los mejores dramas siempre se escribieron en la Copa. El Sevilla tuvo un arranque inteligente y valeroso, pero luego no supo abrochar su superioridad numérica. Le llevó a la prórroga el Barça de un Iniesta insuperable y ahí fueron menos firmes sus piernas que sus creencias.
A ganar se aprende ganando. Y en eso anda el Barça un punto por encima del Sevilla, que con menos presupuesto, menos descanso y peores futbolistas sabe hacerse el antipático ante los poderosos, con orden, espíritu y una afición que echa a la sartén cualquier partido y a cualquier rival. Llevado por una corriente de optimismo que se arranca en largo (nueve títulos ya en el siglo) ensombreció mucho al Barça, cuyos mandamientos quedaron resumidos en dos: Iniesta y Messi. En las finales, como en la Copa Davis, el ránking queda colgado en el perchero a la entrada. Por eso se sirvió un partido igualado en el Calderón. El Barça tuvo el balón de salida, pero su dominio enciclopédico apenas tuvo gracia. Sólo un Iniesta magnífico en la dirección le puso garbo al juego culé e hizo descifrable la defensa de Emery, compacta, con ayudas y únicamente expuesta a las ocurrencias de Messi, que fueron muchas. Zigzagueando desde la izquierda abrió brechas que no tuvieron acompañamiento. El Neymar postcarnaval aún anda buscando la salida. Se la dio Emery cuando le quitó del camino a Mariano para arriesgar con Konoplyanka, que no mejoró nada. Fue un error de cálculo fatal que desató al brasileño.
El partido amaneció con la luz que pretendió el Sevilla: poco movimiento en las áreas, inactividad de los laterales del Barcelona y manoseo intrascendente de la pelota. Su plan era el acecho y no el ataque. Y en la primera jugada en la que encontró a Gameiro le dio el cambiazo al partido. El francés, que acabará en la Eurocopa gracias a la lesión de Gignac si Deschamps se quita la venda de los ojos, emplea una velocidad fuera del alcance de Piqué y Mascherano. Y en cuanto le dieron la oportunidad dejó desairado al argentino, quien le derribó cuando preparaba el cara a cara con Ter Stegen. Una roja de catálogo para detener a un delantero refulgente. Pudo ser peor para el Barça si Ter Stegen no saca el lanzamiento de Banega, consecuencia de la falta. El argentino le pone focos al Sevilla. Pinta que no seguirá, pero en peores se ha visto Monchi. En lo que los demás ven ventas él sólo encuentra plusvalías.
Hasta entonces apenas había sucedido nada. Una volea fallida de Luis Suárez y un remate aún peor ejecutado por Coke, ambos en posición de gol. La emotividad le estaba pudiendo a la calidad y la percusión a los violines, aunque el Barça llegó al descanso conmocionado pero escondiendo bien su inferioridad.
Luis Enrique tomó la decisión geoestratégica habitual, la que incomoda menos en el vestuario. Se marchó Rakitic y llegó al partido Mathieu. Fue el comienzo de una cadena de desdichas. En una misma jugada se rompió Luis Suárez y quedó conmocionado Messi tras un choque con Carriço. El uruguayo (venía de meter 14 goles en cinco partidos) no pudo seguir y el argentino redentor quedó como único punta de ese 4-4-1 preventivo con el que se protegió el Barça del temporal.
El Sevilla no quiso dejar pasar la ocasión ante un rival a la intemperie y fue haciéndose atrevido desde las bandas, llamando a filas a Vitolo, su futbolista más desbordante, con Banega y Krychowiak llevando el partido al campo del Barça. El argentino mandó un balón al palo, el polaco topó con Alves. Le faltó refinar el último pase y templar su superioridad y le sobró el partidazo de Piqué, que cerró todas las puertas. Del Bosque contempló encantado su obra. Y el Barça más obrero que se recuerda resistió estupendamente hasta provocar la expulsión de Banega en el descuento y ganarse con sudor el gol de Jordi Alba, al que puso letra y música Messi. El tiempo extra fue exageradamente culé. Sólo Sergio Rico alargó el suspense, con dos paradas magníficas, hasta que Messi premió con su pase la insistencia de Neymar. Al Sevilla, en cualquier caso, siempre le quedará Basilea. Y al Barça, un doblete cuyo valor también se establecerá en Milán.