ANÁLISIS / Trump es un mensaje a no desoír
El magnate es un personaje dañino que vive del odio y del miedo que provoca
Francisco G. Basterra
El País
Ocurren cosas extraordinarias y puede cumplirse la maldición china: ojalá vivas tiempos interesantes. El populismo arraiga en la primera potencia mundial y corremos el riesgo, no solo en EE UU, donde aumenta la alarma, de que un botarate —“hombre alborotado y de poco juicio” (RAE)— se convierta en noviembre en el próximo presidente de ese país. El trumpismo ha sobrevivido a las primarias y la pesadilla continúa. ¿Imaginan a Donald Trump tomando posesión el 20 de enero, con el maletín negro de las claves nucleares a su disposición? Ya no es impensable.
George F. Will, el decano de los analistas conservadores, se pregunta si hay algo agradable, o positivo, que se pueda decir de Trump, y responde que no, ni en su carácter, ni en su formación, ni en sus ideas. Si es nominado por el Partido Republicano, algo ya fuera de toda duda, no habrá partido conservador en EE UU en 2020, añade el columnista. El billonario neoyorquino, que sostiene su campaña en el rechazo a los inmigrantes, a los que insulta, y a las mujeres, a las que desprecia, el proteccionismo frente al comercio global, y el aislacionismo exterior para defender a un país que considera débil y entregado a sus adversarios, sería un presidente catastrófico.
Trump ha sido minusvalorado en exceso. Los medios de comunicación lo hemos lanzado haciéndonos eco de sus extravagancias y atentados verbales, como si contáramos un espectáculo de circo. Pero es un personaje dañino, que vive del odio y del miedo que provoca. Admira a Putin y está dispuesto a machacar a China, imponiendo tasas del 35% a sus exportaciones. El suyo es el triunfo del populismo más descarado, preocupante tendencia global que amenaza también en Europa. Significa una derrota de la maquinaria de los partidos, el republicano en su caso, que a veces se suicidan. Ha llegado muy lejos y su éxito, aun parcial, lanza un mensaje de calado sobre el momento político mundial, que no debemos desoír.
La primera batalla para detener a Trump se ha perdido. La definitiva la dará Hillary Clinton y será cuesta arriba. La ex secretaria de Estado goza de una ventaja demográfica, al ser capaz de aglutinar una coalición arcoíris, con fuerte apoyo de los afroamericanos y los latinos, y parte del voto wasp blanco, y del progresista que ha empujado a Sanders. Trump, que también es racista, es básicamente el candidato de los trabajadores blancos con menos estudios, clases medias perdedoras de la Gran Recesión. Los votantes no blancos suponen hoy casi el 30% del censo, mientras que en 1984, en la segunda gran victoria de Reagan, eran solo el 14%.
Cabe esperar que la rabia del electorado que ha empujado a Trump en las primarias se diluya en la elección de noviembre. Y confiar en que el miedo que provoca su candidatura acabe destruyendo al candidato menos preparado y más peligroso de la historia de EE UU. Pero vivimos tiempos de botarates.
Francisco G. Basterra
El País
Ocurren cosas extraordinarias y puede cumplirse la maldición china: ojalá vivas tiempos interesantes. El populismo arraiga en la primera potencia mundial y corremos el riesgo, no solo en EE UU, donde aumenta la alarma, de que un botarate —“hombre alborotado y de poco juicio” (RAE)— se convierta en noviembre en el próximo presidente de ese país. El trumpismo ha sobrevivido a las primarias y la pesadilla continúa. ¿Imaginan a Donald Trump tomando posesión el 20 de enero, con el maletín negro de las claves nucleares a su disposición? Ya no es impensable.
George F. Will, el decano de los analistas conservadores, se pregunta si hay algo agradable, o positivo, que se pueda decir de Trump, y responde que no, ni en su carácter, ni en su formación, ni en sus ideas. Si es nominado por el Partido Republicano, algo ya fuera de toda duda, no habrá partido conservador en EE UU en 2020, añade el columnista. El billonario neoyorquino, que sostiene su campaña en el rechazo a los inmigrantes, a los que insulta, y a las mujeres, a las que desprecia, el proteccionismo frente al comercio global, y el aislacionismo exterior para defender a un país que considera débil y entregado a sus adversarios, sería un presidente catastrófico.
Trump ha sido minusvalorado en exceso. Los medios de comunicación lo hemos lanzado haciéndonos eco de sus extravagancias y atentados verbales, como si contáramos un espectáculo de circo. Pero es un personaje dañino, que vive del odio y del miedo que provoca. Admira a Putin y está dispuesto a machacar a China, imponiendo tasas del 35% a sus exportaciones. El suyo es el triunfo del populismo más descarado, preocupante tendencia global que amenaza también en Europa. Significa una derrota de la maquinaria de los partidos, el republicano en su caso, que a veces se suicidan. Ha llegado muy lejos y su éxito, aun parcial, lanza un mensaje de calado sobre el momento político mundial, que no debemos desoír.
La primera batalla para detener a Trump se ha perdido. La definitiva la dará Hillary Clinton y será cuesta arriba. La ex secretaria de Estado goza de una ventaja demográfica, al ser capaz de aglutinar una coalición arcoíris, con fuerte apoyo de los afroamericanos y los latinos, y parte del voto wasp blanco, y del progresista que ha empujado a Sanders. Trump, que también es racista, es básicamente el candidato de los trabajadores blancos con menos estudios, clases medias perdedoras de la Gran Recesión. Los votantes no blancos suponen hoy casi el 30% del censo, mientras que en 1984, en la segunda gran victoria de Reagan, eran solo el 14%.
Cabe esperar que la rabia del electorado que ha empujado a Trump en las primarias se diluya en la elección de noviembre. Y confiar en que el miedo que provoca su candidatura acabe destruyendo al candidato menos preparado y más peligroso de la historia de EE UU. Pero vivimos tiempos de botarates.