Torres mantiene la persecución


Bilbao, As
La batalla de San Mamés. Para el Atlético, ganarla, era golpear dos veces. La primera a aquel al que se medía en el césped, el Athletic, y la segunda, a sus dos rivales en la guerra que se juega, la guerra por la Liga. Una guerra en la que, después de esta jornada, todo sigue igual. Barça no falló. Madrid tampoco. Atleti, menos. Y eso que el primer golpe para Simeone vino de su propia tropa. Podía leerse en el gesto contrariado de Godín en el minuto 37.


Y es que, en ese minuto, la imagen del partido no estaba sobre el césped. No, la imagen del partido estaba en el banquillo y era Godín, obligado desde el 10’ a ver la batalla desde fuera. Su cara era terrible. Godín se mordía las uñas, solo, con un abrigo por encima, como si estuviera solo en el mundo. La mirada perdida. El gesto, contrariado. Su baja había sido el primer golpe del partido para el Cholo. Se le había abierto una vieja herida en la pierna derecha, esa lesión en los isquios, y tenía que doler, mucho, porque Godín no es hombre que abandone a sus compañeros en el medio de una batalla. Y son muchas las que vienen. Ésta.La de Alemania. Todas.

Pero ahí estaba, en el banquillo, mientras sus compañeros empataban 0-0 y la radio no dejaba de escupir goles del Barça en Riazor. Fue entonces cuando pasó. Justo entonces. Griezmann, en un pase bestial, desde fuera del área, buscó la cabeza que Torres que, impecable, con la efectividad del delantero en racha, saltó y goleó, saltó y le dio, con el alma, por la Liga. Era su primer gol en el nuevo San Mamés. No se puede ser más efectivo. Una bala. Un gol.

Porque hasta ese momento, nada, o poco, había hecho el Atlético, quizá, aturdido por la falta de Godín, aunque Lucas le supliera, una vez más, como si hubiera salido de su propia costilla. Pero Koke no tenía el balón. Se lo había quitado Beñat, un gigante en el centro del campo, pero inofensivo. Y si Koke no conectaba con Griezmann y Torres, el Atlético sólo era Thomas, molestando aquí y allá, metiendo la pierna o enviando un balón al palo con Iraizoz en el suelo como si no lo hubiera visto.

Para eso le sacó el Cholo. Había sido su primer movimiento en la batalla, la sorpresa, y le funcionó los 60 minutos que jugó. Molestó, incordió, sin dejar de moverse. Su cambio coincidió con el de Williams, que fue pisar la hierba y cambiar el partido. Revolucionó el balón, le dio velocidad. Y el Athletic se fue a por Oblak como si aquello fuera el desembarco de Normandía. Cierto es que peligro, peligro no llevó ningún balón, salvo, quizá, un cabezazo blando de Raúl García en el 90’ que agarró Oblak. Pero rondar, rondó mucho. Lo buscaba por el aire, lo intentaba por el suelo, con córners y balones al área, y allá donde estaba el peligro siempre andaba él, Williams.

Como Carrasco, que pudo sentenciar dos veces antes del final. Pero un remate se lo paró Iraizoz y el otro se fue a la estratosfera. Simeone, que ya se había desanudado la corbata antes, en el 67’, al ver como Bóveda le robaba un balón a Griezmann cuando sólo le faltaba embocar, casi se desespera. El partido era sufrir, para arañar tiempo como fuera, ya fuese Filipe por los suelos u Oblak casi en camilla. Pero “la valentía es arrinconar el miedo un minuto más”, que decía el general Patton y el corazón del Cholo aguantó las embestidas vascas para escuchar cómo, justo en el 94’, ni un minuto más ni uno menos, Martínez Munuera tocaba corneta. Acababa el partido. El Atlético había ganado la batalla de San Mamés. Sus rivales también.

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