No hay imposibles para Cristiano
Madrid, As
Esa devoción por los imposibles siempre la tuvo el Madrid. El de Di Stéfano, el yeyé que hoy llora a De Felipe y ayer a Velázquez y Zoco, el esforzado de los Garcías, el brillante de la Quinta del Buitre, el inconstante de los Ferraris y los florentinianos de la Galaxia y este de Cristiano. Equipos bien diferentes, con mil caras, a ratos con artesanos y a ratos con oficinistas, con Del Bosques y Mourinhos, pero convencidos de que no hay rival que no se aflija en el Bernabéu, sea cual sea la ventaja con la que aterrice. Esa marea de entusiasmo, energía y fe se llevó por delante al Wolfsburgo, que ni trajo la mayor renta que se recuerda ni tiene el potencial de otros que cayeron antes víctimas de una fórmula que no envejece.
El partido, en cualquier caso, fue la montaña rusa en la que se mueve el Madrid esta temporada, por momentos un equipo invasor, insuperable y paralizante y dos suspiros después un grupo contemplativo, sin abnegación defensiva, expuesto a cualquier peligro.
De esa cara amable sacó dos goles en el cuarto de hora inicial, sin duda el mejor de los escenarios imaginados por Zidane. Eliminatoria igualada y hora y cuarto por delante en casa. Hasta ahí llegó coleccionando todas las virtudes que hacen que cuaje una remontada: recuperación rápida, a menos de 30 metros del campo adversario, negación de la pelota al Wolfsburgo, buena circulación, erosión permanente de los dos laterales y al final del camino, Cristiano, un goleador de leyenda, un jugador irrepetible en décadas. El Bernabéu hizo su papel y resultó extraordinariamente acogedor para el Madrid y muy despacible para el Wolfsburgo, que pareció impresionable.
Carvajal fue un rifle de repetición. Regaló el primer tanto en un centro de medio pelo que el toque en Arnold mejoró decisivamente y forzó el córner en el que Cristiano hizo el segundo, en cabezazo intuitivo en el primer palo. Su partido hizo aún más inexplicable la titularidad de Danilo en Alemania. Y acabó por ayudarle la lesión, a la media hora, de Draxler. Con él se marchó el abracadabra de su equipo. Marcelo también andaba bailando a los lobos por la izquierda, doblando a Benzema, que le cedió durante largos tramos del choque el papel de ariete a Cristiano y se acostó con sentido en la izquierda. En menos de una semana el Wolfsburgo pasó del estado sólido al gaseoso, acobardado en su área, asomado al abismo a la espalda de sus centrales.
Pero el 2-0 detuvo la matanza. El Madrid paró a repostar y se le fue la mano. Alivió la presión, esperó que el Wolfsburgo se desvaneciese sin más y fue adelgazando en presión, dominio y ocasiones. Ese extremismo le ha perseguido durante toda la temporada. Incluso en partidos como este, cuando aceleró el deshielo.
El Wolfsburgo reformuló su propuesta, adelantó su zaga y metió al Madrid en su trampa. Y reemprendió la subversión que tan bien le fue en casa. Luiz Gustavo, un centrocampista con personalidad, fue equilibrando las fuerzas. Y acabó por probar de verdad a Keylor en un tiro lejano con fuego pero sin demasiada colocación. Cuatro minutos después fue más lejos Schürrle, ya en la izquierda y con Kruse en punta. Su centro acabó, tras coger a contrapié a la zaga del Madrid, en los pies de Bruno Henrique en el punto de penalti. En un error de control se le fue un gol que hubiese tenido dinamita. Aquella dinámica desacopló a la BBC del resto de la nave, circunstancia recurrente que deja al equipo desamparado.
De la mano de Modric y con Benzema en versión imperial, el Madrid recompuso la figura, pero sin someter a su adversario como al principio. Con un punto de autocomplacencia se sometió a un intercambio de ocasiones que le favoreció pero que le hizo caminar sobre el alambre. Un cabezazo de Ramos golpeó en el palo y desembocó en gol fantasma. La impresión es que la pelota no entró. Pero Dante, también de cabeza, contrajo el corazón del Bernabéu. La última maniobra de reanimación fue de Cristiano, 16 goles en la competición, a uno de su récord. Tuvo fortuna al colocar entre la barrera su lanzamiento de falta, ante un Wolfsburgo vacío y que pudo recibir mayor castigo, y puso a salvo al Madrid, que ahora debe repartir su tiempo entre la celebración y la reflexión. No queda otro Wofsburgo en el bombo.