Liga de Europa / Un Sevilla con ADN de campeón
Empezó ganando con gol de Vitolo y gustando pero se desconectó y Marlos y Stepanenko voltearon el partido. Luego hizo una gran segunda parte y Gameiro empató.
Juan Jiménez
Donetsk, As
A corazón no se puede con el Sevilla. Así que cuando más negra pintaba la noche en el Lviv Arena, el campeón se rebeló con una segunda parte espectacular en la que desdibujó a un Shakhtar de altos y bajos, irregular como pocos, y la coronó con un gol de penalti de Gameiro, el héroe habitual, que le deja en una posición privilegiada para acceder a su quinta final de la Europa League. No conviene, sin embargo, que el Sevilla se lleve a engaño. El Shakhtar le zarandeó durante media hora en la que deambuló groggy, a merced de los ucranianos, equipo de rachas y embestidas al que luego, víctima tal vez también de su juventud, el partido se le hizo muy largo.
El Sevilla vivió en un paraíso artificial durante seis minutos. Su once, menos rocoso que otras veces pero más estilista, obtuvo premio. Banega, Gameiro y Vitolo dibujaron una triangulación de libro que el canario, entre algodones las últimas semanas, resolvió con un recorte que dejó seco a Rakitskiy y una delicada definición bajo las piernas de Pyatov. En un suspiro, el Sevilla se había puesto 0-1 y los jugadores se miraron como si fuese posible eso, que ya estuviesen reservando hora de entrenamiento en Basilea. Y claro, había trampa. Como si hubieran tardado en lubricarse, los extremos del Shakhtar, Taison y especialmente Marlos, empezaron a enseñar los dientes. El Sevilla, fiable habitualmente estos días clave, empezó a descoserse y, desorientado, sucedió lo inevitable. En un cuarto de hora los ucranianos, un equipo que juega y divierte, voltearon el partido con mucha justicia y brillantez. Lucescu, que habló amigablemente con Emery en la previa, sorprendió incluso con la estrategia. El 2-1, de Stepanenko tras un desborde de Marlos, desnudó las carencias sevillistas. Hasta el descanso, suficiente tuvo la defensa con sobrevivir. Carriço y Escudero sufrieron por su perfil y Rami estuvo más descolocado de lo habitual. Mariano, un lateral ofensivo, achicó lo que pudo. Que era muchísimo.
Emery, al que no le llegaba la camisa al cuello, tenía trabajo al descanso. Demasiadas vías de agua sin tapar y agujeros demasiado evidentes. No hizo ningún cambio pero tocó teclas en el equipo y otra vez acertó. El Sevilla se volvió algo más seguro con el balón y fue ganando en confianza. El Shakhtar dio un paso atrás y Vitolo y Banega entraron en sintonía. Bajo su mando, el Sevilla acumuló oportunidades de gol. Carriço y Krohn-Dehli, antes de su terrorífica lesión, probaron a Pyatov. La posición de Vitolo fue decisiva en el partido. Jugó muchísimos minutos paralelo a Banega, cayendo a una y otra banda, indescifrable para el Shakhtar. Así que después de un gol anulado a Gameiro (al límite del fuera de juego) y una ocasión mandada al limbo por el francés después de un pase espectacular a Banega, Ferreyra cayó en la trampa de Vitolo que, en un engaño torero, le burló y forzó el penalti del 2-2 que pone al Sevilla un centímetro más cerca de Basilea. Con 50.000 almas en el Sánchez Pizjuán, no se puede fallar.
Juan Jiménez
Donetsk, As
A corazón no se puede con el Sevilla. Así que cuando más negra pintaba la noche en el Lviv Arena, el campeón se rebeló con una segunda parte espectacular en la que desdibujó a un Shakhtar de altos y bajos, irregular como pocos, y la coronó con un gol de penalti de Gameiro, el héroe habitual, que le deja en una posición privilegiada para acceder a su quinta final de la Europa League. No conviene, sin embargo, que el Sevilla se lleve a engaño. El Shakhtar le zarandeó durante media hora en la que deambuló groggy, a merced de los ucranianos, equipo de rachas y embestidas al que luego, víctima tal vez también de su juventud, el partido se le hizo muy largo.
El Sevilla vivió en un paraíso artificial durante seis minutos. Su once, menos rocoso que otras veces pero más estilista, obtuvo premio. Banega, Gameiro y Vitolo dibujaron una triangulación de libro que el canario, entre algodones las últimas semanas, resolvió con un recorte que dejó seco a Rakitskiy y una delicada definición bajo las piernas de Pyatov. En un suspiro, el Sevilla se había puesto 0-1 y los jugadores se miraron como si fuese posible eso, que ya estuviesen reservando hora de entrenamiento en Basilea. Y claro, había trampa. Como si hubieran tardado en lubricarse, los extremos del Shakhtar, Taison y especialmente Marlos, empezaron a enseñar los dientes. El Sevilla, fiable habitualmente estos días clave, empezó a descoserse y, desorientado, sucedió lo inevitable. En un cuarto de hora los ucranianos, un equipo que juega y divierte, voltearon el partido con mucha justicia y brillantez. Lucescu, que habló amigablemente con Emery en la previa, sorprendió incluso con la estrategia. El 2-1, de Stepanenko tras un desborde de Marlos, desnudó las carencias sevillistas. Hasta el descanso, suficiente tuvo la defensa con sobrevivir. Carriço y Escudero sufrieron por su perfil y Rami estuvo más descolocado de lo habitual. Mariano, un lateral ofensivo, achicó lo que pudo. Que era muchísimo.
Emery, al que no le llegaba la camisa al cuello, tenía trabajo al descanso. Demasiadas vías de agua sin tapar y agujeros demasiado evidentes. No hizo ningún cambio pero tocó teclas en el equipo y otra vez acertó. El Sevilla se volvió algo más seguro con el balón y fue ganando en confianza. El Shakhtar dio un paso atrás y Vitolo y Banega entraron en sintonía. Bajo su mando, el Sevilla acumuló oportunidades de gol. Carriço y Krohn-Dehli, antes de su terrorífica lesión, probaron a Pyatov. La posición de Vitolo fue decisiva en el partido. Jugó muchísimos minutos paralelo a Banega, cayendo a una y otra banda, indescifrable para el Shakhtar. Así que después de un gol anulado a Gameiro (al límite del fuera de juego) y una ocasión mandada al limbo por el francés después de un pase espectacular a Banega, Ferreyra cayó en la trampa de Vitolo que, en un engaño torero, le burló y forzó el penalti del 2-2 que pone al Sevilla un centímetro más cerca de Basilea. Con 50.000 almas en el Sánchez Pizjuán, no se puede fallar.