La marcha es difícil, pero avanza

Los discapacitados van rumbo a Patacamaya.

Leny Chuquimia / Caracollo
El rechinar de ruedas, los golpes secos de muletas y bastones, la suela de las abarcas arrastrándose sobre el cemento y la respiración pausada -quebrantada por algún calambre- llenan el ambiente donde más de 200 personas descansan. En el fondo, una cruz de madera envuelta en cadenas se mantiene de pie, firme como su meta.


En medio de una lluvia torrencial, el jueves por la noche la marcha de personas con discapacidad llegó hasta la localidad de Caracollo, su primer punto de descanso largo entre Cochabamba y La Paz. Tras 19 días de caminata y varias noches de sueño sobre el pavimento, la caravana reanudó ayer su paso en exigencia de un bono de 500 bolivianos mensuales que sustituya al actual de 1.000 bolivianos anuales.

Caracollo, entre La Paz y Oruro, es una localidad de parada obligatoria para los viajeros que ingresan al departamento de La Paz. En la población árida, el frío es seco y el viento levanta una tierra fina que se impregna en los dientes.

Desde Cochabamba hasta este lugar, la geografía fue parte primordial en la velocidad de avance de la caravana, que procuraba marchar hasta por más de ocho horas seguidas. Pero no siempre se pudo. Hoy la dificultad es el clima -en especial la lluvia y el frío-, que conforme la marcha avanza se hace inclemente.

"Somos algo más de 200 personas que hemos llegado a Caracollo después de 19 días de caminata. El frío es fuerte y hay que precautelar la salud, hay que lavar ropa y arreglar las sillas, por eso hemos decidido descansar aquí”, afirma el presidente de la Federación Departamental de Personas con Discapacidad de Chuquisaca, Álex Vásquez.

Para Álex, la "pregunta retórica de siempre”, que se repite en entrevistas, contactos telefónicos, reportes médicos y noticiosos, tiene que ver con las bajas en la marcha, pero que retornan a la protesta tras recuperarse. "Muchos han caído, pero se vuelven a reincorporar porque lo que prima es nuestro objetivo de un bono mensual de 500 bolivianos, eso nos mantiene en la carretera”, sostiene.

Él se casó hace un año con la activista Felisa Alí, una de las últimas personas que fue dada de baja. "Felisa ya se va a reincorporar”, dice Álex con la certeza que le da el también haber salido y vuelto. El nombre de su esposa es pronunciado con orgullo, dulzura y amor, pero sobre todo con convicción.

Cerca del mediodía, en el interior del local del Sindicato de Transporte 14 de Septiembre -habilitado por la población para recibir la caravana-, el movimiento se hace febril. Lavan la poca ropa que tienen y se preparan para repartir el almuerzo.

Las tareas se dividen entre todos; los familiares y las personas con discapacidad auditiva reparten la comida, recogen los platos y cuidan a aquellos que no pueden moverse y requieren apoyo, al igual que lo hacen en todo el camino. "Todos somos una familia, somos una comunidad y nos cuidamos entre nosotros”, sostienen.

En una de las sillas del fondo está Silvia Yucra, quien en sus brazos sostiene a un niño al que alimenta con mucha paciencia; cuchara a cuchara, sorbo a sorbo, no dejan de mirarse a los ojos; de rato en rato el pequeño lanza una carcajada, que es correspondida con un beso.

Jasiel, el niño sonriente, tiene ocho años y nació con parálisis cerebral. "Nosotros somos de Oruro y venimos a apoyar la marcha. Voy a llegar a La Paz con mi hijito para que la sociedad entienda que la petición es justa no sólo por el dinero, porque 500 no alcanza, sino para que la sociedad cambie para todos los que necesitan ayuda”, argumenta.

Luis Arias tiene más de 60 años, es el suegro de Silvia y acompaña la marcha con su nieta menor -la hermana de Jasiel- en brazos. La pequeña apenas gatea, pero sonríe y juega con el resto de los niños. Su mirada despierta ternura entre los marchistas, que le sacan fotos para que cuando crezca "recuerde que fue una luchadora solidaria desde siempre y pueda ser parte de una nueva sociedad de verdad incluyente”, dice Arias.

Durante el trayecto ya vencido, se denunciaron amenazas para que los comunarios no presten ayuda, hospedaje o comida a la marcha que, según el Gobierno, rompió el diálogo en dos oportunidades por "posiciones intransigentes”. En algunas las poblaciones encontraron cerradas las puertas de las escuelas, las canchas y los coliseos; tuvieron que dormir sobre la paja o el pavimento.

"Aquí ha sido diferente, la gente nos ha recibido con cariño”, relata Prima Isidro en su silla de ruedas, desde la cual mueve apenas un brazo. Su voz es suave cuando describe el cansancio de los últimos 19 días de su vida, luego de que una mañana saliera de su casa con mucha tristeza al dejar atrás a sus padres, ambos ya de la tercera edad.

"Yo no puedo moverme y el apoyo que encontré en la marcha es todo para mí”, dice. Su apoyo o asistente -como se llaman entre ellos- es sordomudo, pero puede moverse y empuja la silla de Prima en la carretera. Él no puede comunicarse con facilidad, por lo que Prima es su vocera. Ambos decidieron ser las manos, piernas y la voz del otro hasta llegar a La Paz.

"Hoy estamos en Caracollo y por primera vez en semanas me siento como en casa. Anoche por primera vez, desde que dejé mi casa el 21 de marzo, descansé como en mi cama, con un calorcito que sentía en mi corazón”, manifiesta Prima.

"Gracias Caracollo, gracias por recibirnos con tanto amor”, dice, mientras las pesadas gotas de lluvia golpean el techo que hoy los cubre, antes de partir otra vez.

Los que tienen abierto el corazón

Al descanso en Caracollo, desde tempranas horas, llegaron diferentes grupos de personas, de iglesias y otras instituciones para entregar comida, ropa, medicamentos y hasta un juego de ropa, zapatos y ungüentos para Renta, el can que custodia la caravana de las personas con capacidades diferentes.

"He preparado cerca de 100 platos para repartirlos, pero ha sido poco. Hay muchas personas y necesitan ayuda. Deberíamos dar un poco más de nuestro corazón. Hay personas que no pueden hacerse solas el aseo y necesitan de alguien que los ayude, como las personas sordomudas, que necesitan un intérprete”, dice Evelin Nicolás, una de las personas solidarias que llegó a Caracollo.

La discapacidad es algo que no se entiende hasta vivirla y Evelin es madre de un muchacho que ahora la cuida desde el cielo. Él murió hace cuatro años por un síndrome que le causó la atrofia muscular, al punto que no podía respirar ; su corazón tenía problemas.

"Aun así, él fue a la universidad, le faltaba poco para terminar y por eso conozco en carne propia las necesidades y que lo que piden es justo”, dice entre lágrimas.

Por eso ayuda a las personas con discapacidad. "Todos podemos ayudar, sólo es abrir el corazón. A los jóvenes les pido que den un poquito de su tiempo para ayudar, aunque sea para hablarles un ratito”, pide.

Como ella, los de una iglesia evangélica enviaron víveres para el resto del camino y alimento para el alma. "La mayoría son personas que viven en la palabra de Dios, como nosotros; son nuestros hermanos y a los hermanos se les tiende la mano”, dicen, tras interpretar sus cánticos.

Los scouts no quedaron indiferentes. Los "siempre listos” entregaron un lote importante de medicamentos y agua para la atención de las personas delicadas.

Además, donaron un abrigo plomo, dos pares de medias con suelas y un ungüento desinflamante para curar a Renta, el can de la caravana que ya siente calambres en sus patitas.

"Este Renta ya está cansado como nosotros, ha dormido todo el día”, dicen, mientras visten a la mascota con su nueva indumentaria.

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