Crisis diplomática entre Egipto e Italia por un asesinato brutal y misterioso
Roma considera que El Cairo no investiga a fondo quién mató al doctorando Regeni
Ricard González
Túnez, El País
Las relaciones entre dos de los países más populosos del Mediterráneo, Egipto e Italia, atraviesan unas fuertes turbulencias después de que Roma decidiera el pasado viernes llamar a consultas a su embajador en El Cairo. En la raíz del conflicto, la consideración por parte italiana de que el Gobierno del mariscal Abdelfatá al Sisi no está cooperando en la investigación del brutal asesinato de Giulio Regeni, un investigador académico italiano de 28 años cuyo cadáver fue hallado en una cuneta el pasado 3 de febrero. Dos meses después, su horrible muerte continúa suscitando más preguntas que respuestas, si bien todos los indicios apuntan en una misma dirección: la autoría de las fuerzas de seguridad egipcias. "Italia no se conformará con una verdad dudosa en aras de lo políticamente correcto", ha advertido el primer ministro, Matteo Renzi, bajo una enorme presión por una opinión pública inflamada.
“Cuando me hablaba de Egipto, no me expresaba ningún miedo en particular, ni conciencia de estar llevando a cabo una labor académica peligrosa. Era una persona sensata, que no tomaba riesgos innecesarios”, comenta Paz Zárate, excompañera de trabajo en un think tank británico y que lo define como “un hermano”. Regeni, que cursaba un doctorado en la prestigiosa Universidad de Cambridge, se había especializado en los movimientos sindicales alternativos al sindicato vertical ETUF, un tema más sensible de lo que parece. No en vano, las huelgas y protestas obreras en la región industrial de Mahala, en 2008, fueron el embrión de la revolución que tumbó tres años después al dictador Hosni Mubarak. Además, antes de su arresto, había escrito con un colega -ambos con seudónimo- un artículo crítico con el Gobierno egipcio en un modesto portal de noticias.
El italiano desapareció el pasado 25 de enero, cuando la tensión en el El Cairo se podía cortar con un cuchillo. Era el quinto aniversario del inicio de la revolución y, para evitar cualquier atisbo de manifestación, los días anteriores las autoridades habían arrestado docenas de personas y registrado más de 5.000 apartamentos alrededor de la mítica plaza Tahrir. En esa zona céntrica Regeni se había citado con un amigo para acudir a una fiesta de cumpleaños. Era un trayecto breve desde su apartamento, en el barrio de Dokki: tan solo tres paradas de metro. Sin embargo, nunca llegó.
Su caso recordaba al de los centenares de activistas egipcios desaparecidos durante los últimos meses, una práctica en aumento y bien documentada por las organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch. Muchos de ellos son llevados a cárceles secretas, como la de Azuli, dónde son torturados. “Después de una semana, desde las altas instancias políticas en Italia se presionó a Al Sisi para que al menos apareciera el cuerpo”, cuenta una fuente de una embajada europea.
Pocas horas después, la policía encontró el cadáver, desnudo de cintura para abajo y con evidentes signos de tortura. Al verlo, el ministro de Interior italiano, Angelino Alfano, describió la violencia a la que fue sometido de “inhumana, animal”. Hasta tal punto estaba su cara desfigurada que su madre ha dicho que solo pudo reconocer “la punta de su nariz”.
No obstante, la primera reacción oficial fue atribuirlo a “un accidente de tráfico”. Era la primera de una larga lista de acciones sospechosas por parte de las autoridades egipcias. Los días siguientes, la prensa italiana ya señaló como probable la culpabilidad de la policía, pues el tipo de torturas a las que fue sometido durante una semana -descargas eléctricas en los genitales, quemaduras, uñas arrancadas, etcétera- coinciden con las practicadas de forma sistemática en comisarías y cárceles después del golpe de Estado de 2013. Sin embargo, las autoridades egipcias siempre han negado cualquier tipo de implicación la muerte del investigador.
Aunque resulta inédito que un occidental sufra un suplicio así, los malos tratos a extranjeros ya no son una línea roja, como en la era del derrocado Mubarak. Más de una veintena de periodistas y académicos occidentales han sido deportados o arrestados y el pasado verano, un profesional italiano, ajeno a toda actividad política, fue encarcelado y maltratado por su condición de gay. Ninguna de estas acciones ha comportado consecuencias para el régimen, que ha ido firmando un suculento contrato tras otro con multinacionales y Gobiernos europeos.
El pasaporte de Regeni, su carné universitario y otros documentos, en una imagen difundida por Egipto.
El pasaporte de Regeni, su carné universitario y otros documentos, en una imagen difundida por Egipto. AP
El equipo de investigadores italianos enviados por el Gobierno de Matteo Renzi a El Cairo no pudo encontrar ninguna pista relevante, y en diversas ocasiones se han filtrado sus quejas por la falta de cooperación de sus homólogos egipcios. La mañana del pasado 24 de marzo el caso dio un giro sorprendente: la prensa egipcia informó de la muerte en un tiroteo de los cuatro miembros de una desconocida banda criminal dedicada a “robar y secuestrar occidentales”. Esa misma tarde, las autoridades egipcias revelaron que habían encontrado en casa de la hermana de uno de los miembros de la banda una bolsa con la bandera de Italia que contenía el pasaporte de Regeni, su tarjeta de universitaria y 15 gramos de hachís, entre otros objetos.
Para el Gobierno egipcio, el caso estaba resuelto. Habían hallado a los culpables que, al estar todos muertos, nunca podrían defenderse de tal acusación. No obstante, al otro lado del Mediterráneo, la interpretación fue muy diferente: se trataba no solo de un insulto a la inteligencia del pueblo italiano, sino una declaración de autoinculpación de la policía egipcia. Si eran ladrones, ¿por qué nunca se pusieron en contacto con la familia para pedir un rescate? ¿Y por qué conservaban su documentación un mes y medio después del asesinato? Ese día Renzi lanzó su advertencia de que no aceptará "una verdad dudosa".
Si bien es evidente que todo apunta a las temidas fuerzas de seguridad egipcias, la motivación de su actuación continúa siendo un misterio. ¿Por qué poner en peligro la buena sintonía que había con Italia, el primer país europeo que visitó Al Sisi después del golpe de Estado, y el que posee mayor número de empresas con inversiones en Egipto?
Una hipótesis es que a algunos policías de bajo rango "se les fue mano", presos del clima de xenofobia y repleto de paranoias sobre "conspiraciones extranjeras” promovido por el propio régimen. Otra, sugiere que su asesinato podría haber sido un “recado” de algunas de las numerosas agencias de inteligencia y seguridad egipcias, inmersas en una pugna que refleja la tradicional desconfianza entre el Ministerio de Interior y el Ejército.
“Ahora mismo, creo que lo más importante para su familia es la verdad. Todos sabemos que será muy difícil que se haga justicia”, lamenta su amiga Zárate. De ser así, el caso Regeni pasará a engrosar la larga lista de oscuros crímenes del tumultuoso Egipto postrrevolucionario, junto con los de Maspero, el Estadio de Port Saïd o el ataque del convoy de turistas mexicanos.
Ricard González
Túnez, El País
Las relaciones entre dos de los países más populosos del Mediterráneo, Egipto e Italia, atraviesan unas fuertes turbulencias después de que Roma decidiera el pasado viernes llamar a consultas a su embajador en El Cairo. En la raíz del conflicto, la consideración por parte italiana de que el Gobierno del mariscal Abdelfatá al Sisi no está cooperando en la investigación del brutal asesinato de Giulio Regeni, un investigador académico italiano de 28 años cuyo cadáver fue hallado en una cuneta el pasado 3 de febrero. Dos meses después, su horrible muerte continúa suscitando más preguntas que respuestas, si bien todos los indicios apuntan en una misma dirección: la autoría de las fuerzas de seguridad egipcias. "Italia no se conformará con una verdad dudosa en aras de lo políticamente correcto", ha advertido el primer ministro, Matteo Renzi, bajo una enorme presión por una opinión pública inflamada.
“Cuando me hablaba de Egipto, no me expresaba ningún miedo en particular, ni conciencia de estar llevando a cabo una labor académica peligrosa. Era una persona sensata, que no tomaba riesgos innecesarios”, comenta Paz Zárate, excompañera de trabajo en un think tank británico y que lo define como “un hermano”. Regeni, que cursaba un doctorado en la prestigiosa Universidad de Cambridge, se había especializado en los movimientos sindicales alternativos al sindicato vertical ETUF, un tema más sensible de lo que parece. No en vano, las huelgas y protestas obreras en la región industrial de Mahala, en 2008, fueron el embrión de la revolución que tumbó tres años después al dictador Hosni Mubarak. Además, antes de su arresto, había escrito con un colega -ambos con seudónimo- un artículo crítico con el Gobierno egipcio en un modesto portal de noticias.
El italiano desapareció el pasado 25 de enero, cuando la tensión en el El Cairo se podía cortar con un cuchillo. Era el quinto aniversario del inicio de la revolución y, para evitar cualquier atisbo de manifestación, los días anteriores las autoridades habían arrestado docenas de personas y registrado más de 5.000 apartamentos alrededor de la mítica plaza Tahrir. En esa zona céntrica Regeni se había citado con un amigo para acudir a una fiesta de cumpleaños. Era un trayecto breve desde su apartamento, en el barrio de Dokki: tan solo tres paradas de metro. Sin embargo, nunca llegó.
Su caso recordaba al de los centenares de activistas egipcios desaparecidos durante los últimos meses, una práctica en aumento y bien documentada por las organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch. Muchos de ellos son llevados a cárceles secretas, como la de Azuli, dónde son torturados. “Después de una semana, desde las altas instancias políticas en Italia se presionó a Al Sisi para que al menos apareciera el cuerpo”, cuenta una fuente de una embajada europea.
Pocas horas después, la policía encontró el cadáver, desnudo de cintura para abajo y con evidentes signos de tortura. Al verlo, el ministro de Interior italiano, Angelino Alfano, describió la violencia a la que fue sometido de “inhumana, animal”. Hasta tal punto estaba su cara desfigurada que su madre ha dicho que solo pudo reconocer “la punta de su nariz”.
No obstante, la primera reacción oficial fue atribuirlo a “un accidente de tráfico”. Era la primera de una larga lista de acciones sospechosas por parte de las autoridades egipcias. Los días siguientes, la prensa italiana ya señaló como probable la culpabilidad de la policía, pues el tipo de torturas a las que fue sometido durante una semana -descargas eléctricas en los genitales, quemaduras, uñas arrancadas, etcétera- coinciden con las practicadas de forma sistemática en comisarías y cárceles después del golpe de Estado de 2013. Sin embargo, las autoridades egipcias siempre han negado cualquier tipo de implicación la muerte del investigador.
Aunque resulta inédito que un occidental sufra un suplicio así, los malos tratos a extranjeros ya no son una línea roja, como en la era del derrocado Mubarak. Más de una veintena de periodistas y académicos occidentales han sido deportados o arrestados y el pasado verano, un profesional italiano, ajeno a toda actividad política, fue encarcelado y maltratado por su condición de gay. Ninguna de estas acciones ha comportado consecuencias para el régimen, que ha ido firmando un suculento contrato tras otro con multinacionales y Gobiernos europeos.
El pasaporte de Regeni, su carné universitario y otros documentos, en una imagen difundida por Egipto.
El pasaporte de Regeni, su carné universitario y otros documentos, en una imagen difundida por Egipto. AP
El equipo de investigadores italianos enviados por el Gobierno de Matteo Renzi a El Cairo no pudo encontrar ninguna pista relevante, y en diversas ocasiones se han filtrado sus quejas por la falta de cooperación de sus homólogos egipcios. La mañana del pasado 24 de marzo el caso dio un giro sorprendente: la prensa egipcia informó de la muerte en un tiroteo de los cuatro miembros de una desconocida banda criminal dedicada a “robar y secuestrar occidentales”. Esa misma tarde, las autoridades egipcias revelaron que habían encontrado en casa de la hermana de uno de los miembros de la banda una bolsa con la bandera de Italia que contenía el pasaporte de Regeni, su tarjeta de universitaria y 15 gramos de hachís, entre otros objetos.
Para el Gobierno egipcio, el caso estaba resuelto. Habían hallado a los culpables que, al estar todos muertos, nunca podrían defenderse de tal acusación. No obstante, al otro lado del Mediterráneo, la interpretación fue muy diferente: se trataba no solo de un insulto a la inteligencia del pueblo italiano, sino una declaración de autoinculpación de la policía egipcia. Si eran ladrones, ¿por qué nunca se pusieron en contacto con la familia para pedir un rescate? ¿Y por qué conservaban su documentación un mes y medio después del asesinato? Ese día Renzi lanzó su advertencia de que no aceptará "una verdad dudosa".
Si bien es evidente que todo apunta a las temidas fuerzas de seguridad egipcias, la motivación de su actuación continúa siendo un misterio. ¿Por qué poner en peligro la buena sintonía que había con Italia, el primer país europeo que visitó Al Sisi después del golpe de Estado, y el que posee mayor número de empresas con inversiones en Egipto?
Una hipótesis es que a algunos policías de bajo rango "se les fue mano", presos del clima de xenofobia y repleto de paranoias sobre "conspiraciones extranjeras” promovido por el propio régimen. Otra, sugiere que su asesinato podría haber sido un “recado” de algunas de las numerosas agencias de inteligencia y seguridad egipcias, inmersas en una pugna que refleja la tradicional desconfianza entre el Ministerio de Interior y el Ejército.
“Ahora mismo, creo que lo más importante para su familia es la verdad. Todos sabemos que será muy difícil que se haga justicia”, lamenta su amiga Zárate. De ser así, el caso Regeni pasará a engrosar la larga lista de oscuros crímenes del tumultuoso Egipto postrrevolucionario, junto con los de Maspero, el Estadio de Port Saïd o el ataque del convoy de turistas mexicanos.