Barcelona, reinventarse o resistir
Adormilado el tridente, Luis Enrique debe decidir si continuar con la apuesta o moldearla
Jordi Quixano
Barcelona, El País
Durante un año y medio el Barcelona ha sido una apisonadora, un equipo que celebró cinco títulos de seis en la temporada anterior y que en esta desafiaba a la lógica porque apuntaba de nuevo a idéntica gesta. Ya no. Si bien está en la final de la Copa y también es líder de la Liga —aunque ha perdido en un mes siete puntos con el segundo y está tres por encima—, ha sido apeado de la Champions por un Atlético que supo desnaturalizar el juego azulgrana y desconectarlo de sus delanteros. Messi, Luis Suárez y Neymar no están en su mejor versión, una deficiencia que acentúa las flaquezas del estilo de Luis Enrique, estupenda revolución en su momento que ahora podría estancarse, al menos hasta el final del curso. Queda por saber si le toca mover ficha al técnico o solo es cuestión de resistir, confiar en un tridente que cuando está fino todo lo puede.
La aparición de Ronaldinho. Sumaba el Barça cuatro años de sequía y ya se daba por descontado el fiasco de una nueva temporada y el relevo en el banquillo de Rijkaard por Scolari. Pero ganó el holandés un medio (Davids) a cambio de un delantero al tiempo que Ronaldinho se tiró al costado para hacer de Rivaldo. No se conquistó laurel alguno, pero el 10, ese surfero de sonrisa contagiosa y magia en los pies, ya era más que el añorado 11 y las piezas encajaron al curso siguiente con la llegada de Deco y Eto’o. Frente al derrotismo y conformismo, Ronnie recuperó la jovialidad y el técnico, con el 4-3-3, el molde original. “Ronaldinho es el único que puede cambiar la música de un partido”, resolvió en su día Lippi. También una época.
La vuelta a los orígenes. Extinguida la fórmula Deco-Ronaldinho, Guardiola se atrevió a enseñarles la puerta de salida en 2008 por la reiterada autocomplacencia de un vestuario sin apetito. Decidió entonces recuperar la raíz, ser más cruyffista que Cruyff. Así, recobró la esencia de desplegarse a través del balón para desarticular al rival, al tiempo que descifró que mejor no estar en el área sino aparecer en ella. Todo gravitaba en torno a Messi, entonces en el costado, sustentado por una columna vertebral de la casa: Valdés, Puyol, Xavi e Iniesta, que entendían y defendían el modelo.
Los laberintos de Guardiola. Obsesionado con la mejor evolución del juego por intervencionista y por discutir con lo convencional, Guardiola varió la hoja de ruta. “Sin la capacidad de sorpresa estamos muertos”, resolvió. Por eso fichó a Chigrinski e Ibrahimovic para lanzar desde atrás pases de 50 metros y hacer jugar a la segunda línea o cazar esos centros que se diluían. Pero ni uno ni otro casaron con la idea y Guardiola reconvirtió a Messi de falso 9. No fue el último viraje; convencido de que el fútbol es de los medios, retomó el 3-4-3 para atesorar el balón y desplegarse también por unos costados olvidados. Funcionó tan bien que con Vilanova y la reactivación de la generación del 87 (Piqué, Messi y Cesc) se logró una Liga de 100 puntos.
Luis Enrique, durante el duelo frente al Atlético.
Luis Enrique, durante el duelo frente al Atlético. Kiko Huesca EFE
El vuelco de Luis Enrique. Tras un año insípido con Martino, Luis Enrique entendió que debía añadir la contra al repertorio. Los rivales poblaban los pasillos interiores para diseminar el efecto de Messi como falso punta, por lo que se requería un delantero que fijara a los centrales (Luis Suárez) y un extremo que ofreciera desequilibrio por la otra ala (Neymar). Evidenció entonces el Barcelona que estaba más cómodo con las transiciones, con ataques cortos y pases largos, sin perder la facultad de la posesión. Y Luis Enrique pasó de su discurso inicial de “lo importante es ganar” a “la clave es jugar mejor que el rival para llegar a la victoria”, por más que no congeniara con la idea madre de conseguir superioridades en todas las parcelas del campo.
¿Y ahora? Messi, Luis Suárez y Neymar han perdido fuelle y el equipo se ha resentido sobremanera. Frente al Atlético no hubo desequilibrio ni profundidad por los lados, con Messi tirado al centro y con Neymar desafinado. Bregó Luis Suárez, pero tampoco tiene la mirilla ajustada. Una constante en los cinco últimos partidos. Los números lo defienden: en los primeros 40 duelos (32 de Liga y ocho de Champions) marcaron 86 goles (2,15 por partido) entre los tres, mientras que en estos tropiezos se han quedado en cinco (0,6). Lo mismo ocurre con los remates porque solo han contabilizado uno por choque cuando en los 40 duelos pasados Suárez estaba en 3,24, Neymar en 3,27 y Messi en 3,65.
No son la única razón del batacazo, pero sí que le valió al Barça en otras fechas con estos tres para desmontar al más pintado. La pelota la tiene Luis Enrique, resiste con la idea o le da una vuelta.
Jordi Quixano
Barcelona, El País
Durante un año y medio el Barcelona ha sido una apisonadora, un equipo que celebró cinco títulos de seis en la temporada anterior y que en esta desafiaba a la lógica porque apuntaba de nuevo a idéntica gesta. Ya no. Si bien está en la final de la Copa y también es líder de la Liga —aunque ha perdido en un mes siete puntos con el segundo y está tres por encima—, ha sido apeado de la Champions por un Atlético que supo desnaturalizar el juego azulgrana y desconectarlo de sus delanteros. Messi, Luis Suárez y Neymar no están en su mejor versión, una deficiencia que acentúa las flaquezas del estilo de Luis Enrique, estupenda revolución en su momento que ahora podría estancarse, al menos hasta el final del curso. Queda por saber si le toca mover ficha al técnico o solo es cuestión de resistir, confiar en un tridente que cuando está fino todo lo puede.
La aparición de Ronaldinho. Sumaba el Barça cuatro años de sequía y ya se daba por descontado el fiasco de una nueva temporada y el relevo en el banquillo de Rijkaard por Scolari. Pero ganó el holandés un medio (Davids) a cambio de un delantero al tiempo que Ronaldinho se tiró al costado para hacer de Rivaldo. No se conquistó laurel alguno, pero el 10, ese surfero de sonrisa contagiosa y magia en los pies, ya era más que el añorado 11 y las piezas encajaron al curso siguiente con la llegada de Deco y Eto’o. Frente al derrotismo y conformismo, Ronnie recuperó la jovialidad y el técnico, con el 4-3-3, el molde original. “Ronaldinho es el único que puede cambiar la música de un partido”, resolvió en su día Lippi. También una época.
La vuelta a los orígenes. Extinguida la fórmula Deco-Ronaldinho, Guardiola se atrevió a enseñarles la puerta de salida en 2008 por la reiterada autocomplacencia de un vestuario sin apetito. Decidió entonces recuperar la raíz, ser más cruyffista que Cruyff. Así, recobró la esencia de desplegarse a través del balón para desarticular al rival, al tiempo que descifró que mejor no estar en el área sino aparecer en ella. Todo gravitaba en torno a Messi, entonces en el costado, sustentado por una columna vertebral de la casa: Valdés, Puyol, Xavi e Iniesta, que entendían y defendían el modelo.
Los laberintos de Guardiola. Obsesionado con la mejor evolución del juego por intervencionista y por discutir con lo convencional, Guardiola varió la hoja de ruta. “Sin la capacidad de sorpresa estamos muertos”, resolvió. Por eso fichó a Chigrinski e Ibrahimovic para lanzar desde atrás pases de 50 metros y hacer jugar a la segunda línea o cazar esos centros que se diluían. Pero ni uno ni otro casaron con la idea y Guardiola reconvirtió a Messi de falso 9. No fue el último viraje; convencido de que el fútbol es de los medios, retomó el 3-4-3 para atesorar el balón y desplegarse también por unos costados olvidados. Funcionó tan bien que con Vilanova y la reactivación de la generación del 87 (Piqué, Messi y Cesc) se logró una Liga de 100 puntos.
Luis Enrique, durante el duelo frente al Atlético.
Luis Enrique, durante el duelo frente al Atlético. Kiko Huesca EFE
El vuelco de Luis Enrique. Tras un año insípido con Martino, Luis Enrique entendió que debía añadir la contra al repertorio. Los rivales poblaban los pasillos interiores para diseminar el efecto de Messi como falso punta, por lo que se requería un delantero que fijara a los centrales (Luis Suárez) y un extremo que ofreciera desequilibrio por la otra ala (Neymar). Evidenció entonces el Barcelona que estaba más cómodo con las transiciones, con ataques cortos y pases largos, sin perder la facultad de la posesión. Y Luis Enrique pasó de su discurso inicial de “lo importante es ganar” a “la clave es jugar mejor que el rival para llegar a la victoria”, por más que no congeniara con la idea madre de conseguir superioridades en todas las parcelas del campo.
¿Y ahora? Messi, Luis Suárez y Neymar han perdido fuelle y el equipo se ha resentido sobremanera. Frente al Atlético no hubo desequilibrio ni profundidad por los lados, con Messi tirado al centro y con Neymar desafinado. Bregó Luis Suárez, pero tampoco tiene la mirilla ajustada. Una constante en los cinco últimos partidos. Los números lo defienden: en los primeros 40 duelos (32 de Liga y ocho de Champions) marcaron 86 goles (2,15 por partido) entre los tres, mientras que en estos tropiezos se han quedado en cinco (0,6). Lo mismo ocurre con los remates porque solo han contabilizado uno por choque cuando en los 40 duelos pasados Suárez estaba en 3,24, Neymar en 3,27 y Messi en 3,65.
No son la única razón del batacazo, pero sí que le valió al Barça en otras fechas con estos tres para desmontar al más pintado. La pelota la tiene Luis Enrique, resiste con la idea o le da una vuelta.