ATLÉTICO DE MADRID 2-BARCELONA 0 / ¡¡¡Qué manera de ganar!!!
El Calderón acobardó al Barça, que no tuvo plan. Dos goles de Griezmann, el segundo de penalti, cometido por Iniesta, dieron la victoria y el pase a semifinales a los del Cholo. Mano dentro del área de Gabi, en el descuento, que no vio Rizzoli.
Madrid, As
"Lo esencial es invisible a los ojos”, escribía Saint-Exupèry en El Principito. O no. Lo esencial es un hombre de negro en la banda. Un hombre que se ve bien. Que se desgatiña, que alza los brazos templando o sacudiendo los Atletiii, Atletiii que brotaban de la grada. El hombre de negro. Simeone, el conseguidor de imposibles. Tardará días en recuperar la voz y en sacudirse la emoción de un partido como este la chaqueta del traje. Como sus 22 guerreros. Como los 55.000 de la grada de un Calderón herido de muerte pero al que aún le quedan por vivir muchas noches como ésta, noches de remontada. Noches de bufanda al aire y garganta afónica. Noches que sólo el Atleti sabe brindarte. Noches de tocar el cielo con la yema de los dedos. Bendita locura.
Es curioso. Todo cambió en el minuto 35. Como en la ida, con la expulsión de Torres. Caprichoso fútbol. Gabi cazó un balón, conectó con Saúl que, a su vez, buscó la cabeza de Griezmann con un centro con el exterior perfecto, soberbio. Padre reciente, el francés se alzó ante Ter Stegen con su 1,76 raspado como si fuese El Coloso de Goya. Imponente. Inolvidable. Imparable, como si fuera Luis, o Ayala, o Jugovic, o Manolo, o Forlán, en otras de esas grandes remontadas en Europa registradas en la historia del Atleti. Su gol era la consecuencia inevitable de lo que sobre el césped estaba ocurriendo.
El Atleti había salido con el mentón levantado y con doctrina militar, jugando con el corazón pero también el cerebro. Movimientos acompasados, líneas juntas, rápido en la presión, repliegue y transición, buscando siempre un pasillo a la espalda de Alba. El Barça, mientras, tenía la posesión, vale, pero este era su juego: Alba, Mascherano, Piqué y Alves. Alves, Piqué, Mascherano, Alba y vuelta empezar, incapaces de encontrar agujeros en la primera línea de presión del Atleti, irreconocibles.
Tanto como su tridente. Messi, errático, desaparecido, borrado en los primeros 45 minutos sólo apareció dos veces: una, para frenar una carrera de Carrasco y otra para enviar una falta al cielo. Tampoco el resto estaba mucho mejor, con Suárez, pistolero de balas de fogueo, y Neymar, un Gallo convertido en un manso pollito que tuvo el honor de firmar el primer tiró culé en el partido. Minuto 41’. Se fue con el balón de Messi, al cielo.
La urgencia al Barça, y al tridente, le entró en la segunda parte, cuando al mirar el reloj y ver “minuto 60” comprendieron que estaban fuera, del partido, de la semifinal, de la Champions. Ayudó un balón al larguero de Saúl nada más comenzar la segunda parte, que pudo sentenciar el partido. Fue en la jugada siguiente cuando comenzó el asedio, la lluvia sobre el Calderón, que caía con fuerza y era toda culé.
Iniesta jugaba, el pie de Suárez estaba en cada ocasión y Gabi evitaba la igualada culé al interponerse en un balón entre Alba y Piqué. Pero en ese momento cada balón del partido ya era una emboscada, cada jugada un lío. Suárez le arreaba un codazo a Godín como si no fueran del mismo país y Neymar arrollaba a Juanfran. Fueron los peores minutos para el Atleti.
Sufrían los rojiblancos porque, aunque el Barça atacaba caótico, a la desesperada, les hacía imposible salir de su área, y sufría el Barça porque al final de todas las jugadas siempre estaban los guantes de Oblak. Sufrir sufría hasta Arda, a quien Luis Enrique sacaba para ver si el Calderón le reavivaba el talento. Pero no. Lo único que pasó es que le silbó cada vez que rozó un balón. Y es que, en el fútbol, como en el amor, puede perdonarse casi todo, pero nunca un beso a traición.
El ambiente era irrespirable, de nervios y muñones por uñas, cuando Filipe rebañó un balón a Sergi Roberto en su área y se marcó una carrera antológica. De área a área. Sólo Iniesta fue capaz de frenarle. Con la mano, en su área. Rizzoli pitó un penalti que marcó Griezmann para locura general.
No fue, sin embargo, la última jugada del partido porque el árbitro, hasta el final impecable, pitó fuera del área una mano de Gabi que había sido dentro. Lo que le quitó Brych al Atleti en la ida se lo dio ayer otro colegiado. La falta fue la tercera y última noticia de Messi en el partido, que lanzó el balón de nuevo a las nubes. También lo fue del Barça en el partido y esta Champions, derrotado por el Atleti y por un Cholo, el hombre de negro, que sólo sabe ganar. Ganar, ganar y volver a ganar. Que no amanezca mañana. Que hoy es maravilloso ser del Atleti.
Madrid, As
"Lo esencial es invisible a los ojos”, escribía Saint-Exupèry en El Principito. O no. Lo esencial es un hombre de negro en la banda. Un hombre que se ve bien. Que se desgatiña, que alza los brazos templando o sacudiendo los Atletiii, Atletiii que brotaban de la grada. El hombre de negro. Simeone, el conseguidor de imposibles. Tardará días en recuperar la voz y en sacudirse la emoción de un partido como este la chaqueta del traje. Como sus 22 guerreros. Como los 55.000 de la grada de un Calderón herido de muerte pero al que aún le quedan por vivir muchas noches como ésta, noches de remontada. Noches de bufanda al aire y garganta afónica. Noches que sólo el Atleti sabe brindarte. Noches de tocar el cielo con la yema de los dedos. Bendita locura.
Es curioso. Todo cambió en el minuto 35. Como en la ida, con la expulsión de Torres. Caprichoso fútbol. Gabi cazó un balón, conectó con Saúl que, a su vez, buscó la cabeza de Griezmann con un centro con el exterior perfecto, soberbio. Padre reciente, el francés se alzó ante Ter Stegen con su 1,76 raspado como si fuese El Coloso de Goya. Imponente. Inolvidable. Imparable, como si fuera Luis, o Ayala, o Jugovic, o Manolo, o Forlán, en otras de esas grandes remontadas en Europa registradas en la historia del Atleti. Su gol era la consecuencia inevitable de lo que sobre el césped estaba ocurriendo.
El Atleti había salido con el mentón levantado y con doctrina militar, jugando con el corazón pero también el cerebro. Movimientos acompasados, líneas juntas, rápido en la presión, repliegue y transición, buscando siempre un pasillo a la espalda de Alba. El Barça, mientras, tenía la posesión, vale, pero este era su juego: Alba, Mascherano, Piqué y Alves. Alves, Piqué, Mascherano, Alba y vuelta empezar, incapaces de encontrar agujeros en la primera línea de presión del Atleti, irreconocibles.
Tanto como su tridente. Messi, errático, desaparecido, borrado en los primeros 45 minutos sólo apareció dos veces: una, para frenar una carrera de Carrasco y otra para enviar una falta al cielo. Tampoco el resto estaba mucho mejor, con Suárez, pistolero de balas de fogueo, y Neymar, un Gallo convertido en un manso pollito que tuvo el honor de firmar el primer tiró culé en el partido. Minuto 41’. Se fue con el balón de Messi, al cielo.
La urgencia al Barça, y al tridente, le entró en la segunda parte, cuando al mirar el reloj y ver “minuto 60” comprendieron que estaban fuera, del partido, de la semifinal, de la Champions. Ayudó un balón al larguero de Saúl nada más comenzar la segunda parte, que pudo sentenciar el partido. Fue en la jugada siguiente cuando comenzó el asedio, la lluvia sobre el Calderón, que caía con fuerza y era toda culé.
Iniesta jugaba, el pie de Suárez estaba en cada ocasión y Gabi evitaba la igualada culé al interponerse en un balón entre Alba y Piqué. Pero en ese momento cada balón del partido ya era una emboscada, cada jugada un lío. Suárez le arreaba un codazo a Godín como si no fueran del mismo país y Neymar arrollaba a Juanfran. Fueron los peores minutos para el Atleti.
Sufrían los rojiblancos porque, aunque el Barça atacaba caótico, a la desesperada, les hacía imposible salir de su área, y sufría el Barça porque al final de todas las jugadas siempre estaban los guantes de Oblak. Sufrir sufría hasta Arda, a quien Luis Enrique sacaba para ver si el Calderón le reavivaba el talento. Pero no. Lo único que pasó es que le silbó cada vez que rozó un balón. Y es que, en el fútbol, como en el amor, puede perdonarse casi todo, pero nunca un beso a traición.
El ambiente era irrespirable, de nervios y muñones por uñas, cuando Filipe rebañó un balón a Sergi Roberto en su área y se marcó una carrera antológica. De área a área. Sólo Iniesta fue capaz de frenarle. Con la mano, en su área. Rizzoli pitó un penalti que marcó Griezmann para locura general.
No fue, sin embargo, la última jugada del partido porque el árbitro, hasta el final impecable, pitó fuera del área una mano de Gabi que había sido dentro. Lo que le quitó Brych al Atleti en la ida se lo dio ayer otro colegiado. La falta fue la tercera y última noticia de Messi en el partido, que lanzó el balón de nuevo a las nubes. También lo fue del Barça en el partido y esta Champions, derrotado por el Atleti y por un Cholo, el hombre de negro, que sólo sabe ganar. Ganar, ganar y volver a ganar. Que no amanezca mañana. Que hoy es maravilloso ser del Atleti.