ANÁLISIS / Europa construye el muro de Trump

Los países europeos han levantado vallas que corresponden a casi un 40% de la frontera entre EEUU y México

Andrea Rizzi
Madrid, El País
Mientras el proyecto de Donald Trump de construir un muro a lo largo de toda la frontera entre Estados Unidos y México (y que lo paguen los mexicanos) provoca un alud de críticas, indignación y estupor, en Europa el levantamiento de muros, vallas y alambradas avanza a un ritmo que posiblemente despierte la admiración y envidia del magnate. Desde la caída del Muro de Berlín, y con especial intensidad en los últimos meses, los países europeos han erigido o puesto en marcha la construcción de muros o vallas anti-inmigración por un total de 1.200 kilómetros, según datos públicos analizados por la agencia Reuters. Esa distancia corresponde a casi el 40% de la frontera entre Estados Unidos y México. Al menos, los europeos sufragan con dinero de sus contribuyentes la empresa. Reuters calcula que al menos 500 millones de euros han sido invertidos en la tarea.


En correspondencia con la agudización de la crisis migratoria, el continente parece vivir una suerte de 1989 al revés. Entonces, el colapso de una unión sin libertad –la soviética- derribó muros; hoy, el levantamiento de nuevas barreras amenaza con derribar una unión con libertad –la europea-. Entre otras cosas, porque en la mirada de muchos representan grietas en los pilares del club: sus principios. Como el respeto del derecho de quienes huyen de guerras y persecuciones, o la libre circulación interna. Varios mandatarios han alertado de las consecuencias explosivas que puede tener la suspensión o anulación del acuerdo de Schengen.

Muros y vallas se hallan en toda la geografía del continente: Grecia frente a Turquía; Macedonia frente a Grecia; Eslovenia frente a Croacia; Hungría, en varios de sus lindes; las vallas que rodean los enclaves españoles en África, quizá precursoras de la moderna política migratoria europea; Francia también protege con alambradas el acceso a la red de ferrocarril que conduce a Reino Unido. Ahora, además, han empezado las deportaciones de Grecia a Turquía. Los bálticos ya se preparan por si la ola migratoria cambia de ruta y pasa por sus lares.

Es un pulso político que obviamente definirá el futuro del continente. Actualmente, las fuerzas moderadamente aperturistas parecen en franca retirada: Merkel parece pilotar una marcha atrás hasta un paso antes de quebrar sus promesas; la Comisión Europea defiende con timidez el proyecto común frente a los poderosos mordiscos nacionalistas.

Los riesgos de la endogamia son consabidos: con el paso del tiempo, la prole acaba debilitándose. Las sociedades abiertas suelen extraer gran fuerza de la inyección de sangre fresca y diferente (Estados Unidos, el país más poderoso del mundo, ejemplifica ese activo como ninguno). Ello naturalmente no excluye que el desafío migratorio en Europa tiene una gran envergadura. Su gestión es un reto mayúsculo. Difícil divisar la estrella polar.

El gran Adriano erigió entre Inglaterra y Escocia un poderoso muro que recuerda un poco el sueño de Trump. La duda es: ¿Cayó Roma porque no construyó más muros? ¿O porque sus valores y fortalezas se corrompieron hasta anular su capacidad integradora y cohesionadora?

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