Vivir con la etiqueta de sirio
Bassel, de 27 años, habla seis lenguas y trabaja en Estambul. No logra un visado a Europa
Andrés Mourenza
Estambul, El País
Bassel, de 27 años, tiene las mismas aspiraciones que cualquier otro joven de su edad. Progresar en su trabajo, culminar sus estudios, divertirse con sus amigos, salir de fiesta, encontrar el amor, disfrutar de las vacaciones, conocer mundo. Pero hay una etiqueta que pesa sobre él como una losa y le impide llevar a cabo algunos de sus sueños. La de su nacionalidad. Sirio. El 26 de enero de 2011, Bassel publicó en su página de Facebook un mapa de Europa con tres países coloreados –España, Italia y Francia- [como muestra en la fotografía]. Eran sus planes para el año, los países que quería visitar en vacaciones. Se había preparado: hablaba las lenguas de los tres países y había ahorrado dinero para el viaje. Pero la llegada de la primavera árabe a Siria, en forma primero de protestas, luego de guerra civil, trastocó su proyecto.
Un año después escapaba del país para no regresar. La situación en su Alepo natal se estaba deteriorando –“Aunque vivimos en una zona bajo control del régimen, los bombardeos son continuos; el año pasado mataron a mi tío y también murió el marido de mi tía”- y para evitar que el Ejército le llamase a filas. “Algunos amigos que empezaron entonces el servicio militar siguen ahí, aún no han sido desmovilizados y los han enviado a combatir”, explica en una terraza de Estambul (Turquía).
La guerra lo cambió todo. Los consulados cerraron. Sus profesores de español se marcharon del país. Bassel dejó su empleo en un hotel y su carrera de Filología Inglesa en la Universidad de Alepo, y se asentó en Estambul, ciudad que conocía de sus viajes antes del conflicto y que le gustaba por ser “abierta y cosmopolita”.
Gracias a su don para las lenguas –habla seis- y a su experiencia no le resultó difícil encontrar un puesto en una operadora turística. Consiguió permiso de trabajo y de residencia. Se inscribió en la Universidad de Estambul, hizo un nuevo grupo de amigos. Poco a poco, fue reconstruyendo su vida.
Ahorró, y el año pasado volvió a sus antiguos planes. Quería ver París. Pidió un visado en el Consulado de Francia. Pero se lo denegaron. Una de las razones que dio el consulado para negarle el visado fue que no contaba con fondos suficientes –se exigen 100 euros por día de estancia- pese a que Bassel tenía ahorrados 6.000 euros.
Lo intentó también en el consulado español: sus amigos españoles le escribieron cartas de invitación, su jefe garantizó por escrito que tras las vacaciones se reincorporaría al puesto de trabajo, adquirió los seguros y documentos necesarios. Pero aún así, también en esta ocasión le negaron el visado alegando que no estaba claro que fuese a regresar a Estambul. “No entiendo por qué los países europeos no me dejan visitarlos legalmente, cuando, si quisiera instalarme allí, para mí sería facilísimo. Bastaría pagar 1.000 dólares y cruzar ilegalmente en barca a Grecia”, arguye.
Vivir con la etiqueta de sirio
Su hermana lo hizo el año pasado y ahora vive con su marido y sus dos hijas en Alemania. De hecho, trató de convencer a Bassel para que se fuera con ella, pero él jamás quiso dejar Estambul: “No quiero vivir en Europa, sólo quiero poder ir de vacaciones. Ya he construido mi vida aquí y sé lo difícil que es comenzar de cero. No querría tener que volver a hacerlo. Además, a Estambul puede venir a verme mi familia, que aún sigue en Siria, mientras que en Europa no podría”.
Pese a que es feliz en Estambul, ello no quita que tenga que enfrentarse a numerosos prejuicios. Por ejemplo al buscar piso –muchos turcos se niegan a alquilar viviendas a sirios- o cuando, en un par de ocasiones, otros estudiantes de la Universidad de Estambul le espetaron: “Vete a tu país”. “Algunos amigos, a veces, mienten sobre su nacionalidad para poder conseguir trabajo, porque si dicen que son sirios de primeras no los contratan”, lamenta. “A mí me suelen decir que no parezco sirio, porque soy de piel clara. La gente no se da cuenta de que Siria es un país muy variado, hay rubios, morenos, gente de toda clase. Pero nos han estereotipado”.
Bassel, el joven cuyo sueño de unas vacaciones en Europa no ha podido ser cumplido, forma parte de esa generación gris, atrapada en un limbo, perdida para su país. Algunos como él se han refugiado en Europa, donde malviven en campamentos o pisos patera. Otros tratan de reconstruir su vida en Turquía. Son jóvenes de clase media, instruidos, preparados, que podrían haber tenido en sus manos el futuro de Siria, pero que han sido expulsados por la guerra y ven como una Unión Europea de la que en muchos casos comparten sus valores les cierra la puerta en las narices.
Andrés Mourenza
Estambul, El País
Bassel, de 27 años, tiene las mismas aspiraciones que cualquier otro joven de su edad. Progresar en su trabajo, culminar sus estudios, divertirse con sus amigos, salir de fiesta, encontrar el amor, disfrutar de las vacaciones, conocer mundo. Pero hay una etiqueta que pesa sobre él como una losa y le impide llevar a cabo algunos de sus sueños. La de su nacionalidad. Sirio. El 26 de enero de 2011, Bassel publicó en su página de Facebook un mapa de Europa con tres países coloreados –España, Italia y Francia- [como muestra en la fotografía]. Eran sus planes para el año, los países que quería visitar en vacaciones. Se había preparado: hablaba las lenguas de los tres países y había ahorrado dinero para el viaje. Pero la llegada de la primavera árabe a Siria, en forma primero de protestas, luego de guerra civil, trastocó su proyecto.
Un año después escapaba del país para no regresar. La situación en su Alepo natal se estaba deteriorando –“Aunque vivimos en una zona bajo control del régimen, los bombardeos son continuos; el año pasado mataron a mi tío y también murió el marido de mi tía”- y para evitar que el Ejército le llamase a filas. “Algunos amigos que empezaron entonces el servicio militar siguen ahí, aún no han sido desmovilizados y los han enviado a combatir”, explica en una terraza de Estambul (Turquía).
La guerra lo cambió todo. Los consulados cerraron. Sus profesores de español se marcharon del país. Bassel dejó su empleo en un hotel y su carrera de Filología Inglesa en la Universidad de Alepo, y se asentó en Estambul, ciudad que conocía de sus viajes antes del conflicto y que le gustaba por ser “abierta y cosmopolita”.
Gracias a su don para las lenguas –habla seis- y a su experiencia no le resultó difícil encontrar un puesto en una operadora turística. Consiguió permiso de trabajo y de residencia. Se inscribió en la Universidad de Estambul, hizo un nuevo grupo de amigos. Poco a poco, fue reconstruyendo su vida.
Ahorró, y el año pasado volvió a sus antiguos planes. Quería ver París. Pidió un visado en el Consulado de Francia. Pero se lo denegaron. Una de las razones que dio el consulado para negarle el visado fue que no contaba con fondos suficientes –se exigen 100 euros por día de estancia- pese a que Bassel tenía ahorrados 6.000 euros.
Lo intentó también en el consulado español: sus amigos españoles le escribieron cartas de invitación, su jefe garantizó por escrito que tras las vacaciones se reincorporaría al puesto de trabajo, adquirió los seguros y documentos necesarios. Pero aún así, también en esta ocasión le negaron el visado alegando que no estaba claro que fuese a regresar a Estambul. “No entiendo por qué los países europeos no me dejan visitarlos legalmente, cuando, si quisiera instalarme allí, para mí sería facilísimo. Bastaría pagar 1.000 dólares y cruzar ilegalmente en barca a Grecia”, arguye.
Vivir con la etiqueta de sirio
Su hermana lo hizo el año pasado y ahora vive con su marido y sus dos hijas en Alemania. De hecho, trató de convencer a Bassel para que se fuera con ella, pero él jamás quiso dejar Estambul: “No quiero vivir en Europa, sólo quiero poder ir de vacaciones. Ya he construido mi vida aquí y sé lo difícil que es comenzar de cero. No querría tener que volver a hacerlo. Además, a Estambul puede venir a verme mi familia, que aún sigue en Siria, mientras que en Europa no podría”.
Pese a que es feliz en Estambul, ello no quita que tenga que enfrentarse a numerosos prejuicios. Por ejemplo al buscar piso –muchos turcos se niegan a alquilar viviendas a sirios- o cuando, en un par de ocasiones, otros estudiantes de la Universidad de Estambul le espetaron: “Vete a tu país”. “Algunos amigos, a veces, mienten sobre su nacionalidad para poder conseguir trabajo, porque si dicen que son sirios de primeras no los contratan”, lamenta. “A mí me suelen decir que no parezco sirio, porque soy de piel clara. La gente no se da cuenta de que Siria es un país muy variado, hay rubios, morenos, gente de toda clase. Pero nos han estereotipado”.
Bassel, el joven cuyo sueño de unas vacaciones en Europa no ha podido ser cumplido, forma parte de esa generación gris, atrapada en un limbo, perdida para su país. Algunos como él se han refugiado en Europa, donde malviven en campamentos o pisos patera. Otros tratan de reconstruir su vida en Turquía. Son jóvenes de clase media, instruidos, preparados, que podrían haber tenido en sus manos el futuro de Siria, pero que han sido expulsados por la guerra y ven como una Unión Europea de la que en muchos casos comparten sus valores les cierra la puerta en las narices.