OPINIÓN / Alternativa para Alemania es hija de la CDU de Angela Merkel
Se ve venir: Alternativa para Alemania (AfD) será la ganadora de las elecciones
Jacques Schusterdie, El País
No hace falta ser adivino para verlo venir: Alternativa para Alemania (AfD) será la ganadora de las elecciones. Es raro que a la Unión Cristiano-demócrata (CDU) y al Partido Socialista (SPD) les resulte sorprendente. Para afianzar a AfD solo tienen que seguir haciendo lo mismo que han hecho hasta ahora.
La palabra "populismo" es un concepto medusa: va fluyendo y, cuando se intenta atraparlo, vuelve sin forma al mar del sinsentido. Prácticamente nadie sabe qué es el populismo, y prácticamente nadie quiere reconocer que, en una democracia, forma parte del sistema, porque en ella el populus, el pueblo, es soberano, y sus representantes deben estar atentos a cómo respira la sociedad si quieren tener una presencia duradera en el Gobierno y en el Parlamento.
El término se ha convertido en un arma arrojadiza. Ahora, el concepto "populismo", igual que sucedió a finales de la década de 1960 con la palabra "fascista”, se ha transformado en una maza. Se agita y se arroja cada vez que una o varias personas, o un grupo numeroso, defienden posturas que una mayoría considera escandalosas.
La maza no está pensada para herir, sino para hacer callar al adversario de una vez por todas. Y hay algo más. Kurt Tucholsky lo describió en la década de 1920: “La bronca alemana se distingue de las demás broncas del mundo en que nunca se conforma con el caso concreto. Siempre tiene que resolver todo lo fundamental”.
A este respecto, no solo no ha cambiado nada hasta el momento. El deseo de hacer limpieza a fondo se ha hecho cada vez más intenso en los años en los que la corrección política ha perdido el sentido del toma y daca, el sarcasmo y la polémica. No importa lo digna de consideración que sea una aportación al debate. Hoy en día basta un descuido y, desde luego, una tontería, para que te callen la boca tachándote de populista de derechas. Todo el mundo se acuerda del caso de Thilo Sarrazin. En 2010, la propia canciller se vio obligada a advertir sobre el libro del político del SPD titulado Deutschland schafft sich ab (Alemania se descompone) para anunciar en el mismo instante que ella no lo había leído. Algunos de los supuestamente ignominiosos postulados del entonces senador de Finanzas de Berlín hoy forman parte de las políticas del Gobierno federal.
El miedo a lo incómodo y a las alternativas a veces anómalas, la obstinación que nace de él y el ímpetu de la batalla defensiva atestiguan el debilitamiento de la autoestima. A esto hay que añadir que la mezcla de sentimientos no solo se ha consolidado. Para colmo de males, se ha convertido en doctrina de los partidos de masas, y en particular de la CDU. A decir verdad, durante largos periodos de su historia, la Unión Cristiano-Demócrata ha sido efectivamente lo que sus adversarios afirmaban de ella: una formación que pivota y descansa sobre la figura del canciller. Sin embargo, se ha dado cuenta de una cosa: el interés de no excluir opciones.
Konrad Adenuer propugnaba la alianza de Alemania con Occidente. No creía que la reunificación estuviese cerca. Al mismo tiempo, dejó espacio al ala de los nacionalistas alemanes agrupados en torno a Jakob Kaiser. El canciller Ludwig Erhard fue un gaullista, aunque, simultáneamente, cuidó de que los atlantistas siguiesen desempeñando cargos en el partido. Al igual que el ministro de Exteriores Willy Brandt, el canciller federal Kurt Georg Kiesinger estimaba necesaria una nueva política hacia el Este, sin relegar por ello a las últimas filas de la Unión a los partidarios recalcitrantes de la doctrina Hallstein. Por último, Helmut Kohl fue un europeísta ferviente, un visionario de la paz en Europa. Aun así, pensando en su partido, esperó hasta lo indecente para reconocer la línea Oder-Neisse como frontera de Alemania.
¿Y qué hay de Angela Merkel? La canciller federal no solo ha despojado a su formación de su antiexclusivismo, sino que la ha privado de todos sus principios conservadores. Ya sea en política de defensa (servicio militar obligatorio) o en su postura con respecto a la familia, en la igualdad de género o en la política energética. Pasando de los principios de la economía de mercado del viejo partido de Ludwig Erhard al mutismo (la palabra clave es “salario mínimo”), la presidenta de la CDU lo ha desbaratado todo para no perder el paso del espíritu predominantemente izquierdista de los tiempos. Es más: la culpa de la debilidad de los socialdemócratas no es de su presidente, Sigmar Gabriel. La responsabilidad le corresponde a la canciller alemana. En una gran coalición de dos partidos de masas, en la que uno arrebata al otro todos los cargos y ambos captan a sus votantes en el mismo vivero, ambos socios se bloquean mutuamente y se debilitan hasta la crisis. Si el SPD solo pensase en sus intereses, tendría que abandonar la coalición hoy mismo. Está bien que, como partido estatal, no pierda de vista el interés común. Mientras tanto, el matrimonio con los socialdemócrata-cristianos no le está sentado bien a su salud.
La CDU y el SPD deberían saber lo que están haciendo. Solo una observación: no tendrían que asombrarse de que el electorado los perciba cada vez más como un solo partido con dos rostros (Merkel y Gabriel) y una canciller que lleva las riendas. Lo mismo se puede decir de la Unión en su propio terreno. Se escandaliza de que haya surgido Alternativa para Alemania y no ve que ha sido su manera de actuar la que la ha creado.
Con Angela Merkel, la CDU no solo ha dado la espalda a casi todos los principios del partido. También se ha comportado como un profano en política interior que descubre que hay un agujero en una tubería y se cree que va a poder reparar el daño atándole pañuelos alrededor, para luego quedarse tan contento con la engañosa solución. El agua no se puede contener. Si se intenta detenerla con una chapuza, se estanca y estalla en otro punto con un ímpetu que puede volverse peligroso. Alternativa para Alemania es el resultado de esta locura. En sus filas reúne a una proporción significativa de fuerzas que pertenecían a la CDU, pero que ya no se identifican con ella porque cierra filas en torno a la canciller y calumnia repetidamente a los “derechistas” calificándolos de “extrema derecha”, al tiempo que relega a la derecha moderada, que ocupa un lugar central en la sociedad, a un rincón que no le corresponde.
Así las cosas, no hace falta ser adivino. En las próximas elecciones a los parlamentos de los estados, habrá un ganador y un perdedor: Alternativa para Alemania y el ya no tan grande CDU/SPD. Con eso, el panorama de los partidos todavía no habrá dado un vuelco. Hasta ahora solo determinados movimientos juveniles, desde los nazis hasta los verdes, han conseguido constituirse como formaciones políticas estables. Pero quien siga creyendo que puede acabar con los numerosos problemas y preocupaciones —justificados o no— sencillamente diciendo que se va a ocupar de ellos, está arrojando al vertedero por mucho tiempo a toda una parte del centro político. Por lo tanto, no debe asombrarse de que Alternativa para Alemania tenga un largo futuro por delante.
Jacques Schusterdie, El País
No hace falta ser adivino para verlo venir: Alternativa para Alemania (AfD) será la ganadora de las elecciones. Es raro que a la Unión Cristiano-demócrata (CDU) y al Partido Socialista (SPD) les resulte sorprendente. Para afianzar a AfD solo tienen que seguir haciendo lo mismo que han hecho hasta ahora.
La palabra "populismo" es un concepto medusa: va fluyendo y, cuando se intenta atraparlo, vuelve sin forma al mar del sinsentido. Prácticamente nadie sabe qué es el populismo, y prácticamente nadie quiere reconocer que, en una democracia, forma parte del sistema, porque en ella el populus, el pueblo, es soberano, y sus representantes deben estar atentos a cómo respira la sociedad si quieren tener una presencia duradera en el Gobierno y en el Parlamento.
El término se ha convertido en un arma arrojadiza. Ahora, el concepto "populismo", igual que sucedió a finales de la década de 1960 con la palabra "fascista”, se ha transformado en una maza. Se agita y se arroja cada vez que una o varias personas, o un grupo numeroso, defienden posturas que una mayoría considera escandalosas.
La maza no está pensada para herir, sino para hacer callar al adversario de una vez por todas. Y hay algo más. Kurt Tucholsky lo describió en la década de 1920: “La bronca alemana se distingue de las demás broncas del mundo en que nunca se conforma con el caso concreto. Siempre tiene que resolver todo lo fundamental”.
A este respecto, no solo no ha cambiado nada hasta el momento. El deseo de hacer limpieza a fondo se ha hecho cada vez más intenso en los años en los que la corrección política ha perdido el sentido del toma y daca, el sarcasmo y la polémica. No importa lo digna de consideración que sea una aportación al debate. Hoy en día basta un descuido y, desde luego, una tontería, para que te callen la boca tachándote de populista de derechas. Todo el mundo se acuerda del caso de Thilo Sarrazin. En 2010, la propia canciller se vio obligada a advertir sobre el libro del político del SPD titulado Deutschland schafft sich ab (Alemania se descompone) para anunciar en el mismo instante que ella no lo había leído. Algunos de los supuestamente ignominiosos postulados del entonces senador de Finanzas de Berlín hoy forman parte de las políticas del Gobierno federal.
El miedo a lo incómodo y a las alternativas a veces anómalas, la obstinación que nace de él y el ímpetu de la batalla defensiva atestiguan el debilitamiento de la autoestima. A esto hay que añadir que la mezcla de sentimientos no solo se ha consolidado. Para colmo de males, se ha convertido en doctrina de los partidos de masas, y en particular de la CDU. A decir verdad, durante largos periodos de su historia, la Unión Cristiano-Demócrata ha sido efectivamente lo que sus adversarios afirmaban de ella: una formación que pivota y descansa sobre la figura del canciller. Sin embargo, se ha dado cuenta de una cosa: el interés de no excluir opciones.
Konrad Adenuer propugnaba la alianza de Alemania con Occidente. No creía que la reunificación estuviese cerca. Al mismo tiempo, dejó espacio al ala de los nacionalistas alemanes agrupados en torno a Jakob Kaiser. El canciller Ludwig Erhard fue un gaullista, aunque, simultáneamente, cuidó de que los atlantistas siguiesen desempeñando cargos en el partido. Al igual que el ministro de Exteriores Willy Brandt, el canciller federal Kurt Georg Kiesinger estimaba necesaria una nueva política hacia el Este, sin relegar por ello a las últimas filas de la Unión a los partidarios recalcitrantes de la doctrina Hallstein. Por último, Helmut Kohl fue un europeísta ferviente, un visionario de la paz en Europa. Aun así, pensando en su partido, esperó hasta lo indecente para reconocer la línea Oder-Neisse como frontera de Alemania.
¿Y qué hay de Angela Merkel? La canciller federal no solo ha despojado a su formación de su antiexclusivismo, sino que la ha privado de todos sus principios conservadores. Ya sea en política de defensa (servicio militar obligatorio) o en su postura con respecto a la familia, en la igualdad de género o en la política energética. Pasando de los principios de la economía de mercado del viejo partido de Ludwig Erhard al mutismo (la palabra clave es “salario mínimo”), la presidenta de la CDU lo ha desbaratado todo para no perder el paso del espíritu predominantemente izquierdista de los tiempos. Es más: la culpa de la debilidad de los socialdemócratas no es de su presidente, Sigmar Gabriel. La responsabilidad le corresponde a la canciller alemana. En una gran coalición de dos partidos de masas, en la que uno arrebata al otro todos los cargos y ambos captan a sus votantes en el mismo vivero, ambos socios se bloquean mutuamente y se debilitan hasta la crisis. Si el SPD solo pensase en sus intereses, tendría que abandonar la coalición hoy mismo. Está bien que, como partido estatal, no pierda de vista el interés común. Mientras tanto, el matrimonio con los socialdemócrata-cristianos no le está sentado bien a su salud.
La CDU y el SPD deberían saber lo que están haciendo. Solo una observación: no tendrían que asombrarse de que el electorado los perciba cada vez más como un solo partido con dos rostros (Merkel y Gabriel) y una canciller que lleva las riendas. Lo mismo se puede decir de la Unión en su propio terreno. Se escandaliza de que haya surgido Alternativa para Alemania y no ve que ha sido su manera de actuar la que la ha creado.
Con Angela Merkel, la CDU no solo ha dado la espalda a casi todos los principios del partido. También se ha comportado como un profano en política interior que descubre que hay un agujero en una tubería y se cree que va a poder reparar el daño atándole pañuelos alrededor, para luego quedarse tan contento con la engañosa solución. El agua no se puede contener. Si se intenta detenerla con una chapuza, se estanca y estalla en otro punto con un ímpetu que puede volverse peligroso. Alternativa para Alemania es el resultado de esta locura. En sus filas reúne a una proporción significativa de fuerzas que pertenecían a la CDU, pero que ya no se identifican con ella porque cierra filas en torno a la canciller y calumnia repetidamente a los “derechistas” calificándolos de “extrema derecha”, al tiempo que relega a la derecha moderada, que ocupa un lugar central en la sociedad, a un rincón que no le corresponde.
Así las cosas, no hace falta ser adivino. En las próximas elecciones a los parlamentos de los estados, habrá un ganador y un perdedor: Alternativa para Alemania y el ya no tan grande CDU/SPD. Con eso, el panorama de los partidos todavía no habrá dado un vuelco. Hasta ahora solo determinados movimientos juveniles, desde los nazis hasta los verdes, han conseguido constituirse como formaciones políticas estables. Pero quien siga creyendo que puede acabar con los numerosos problemas y preocupaciones —justificados o no— sencillamente diciendo que se va a ocupar de ellos, está arrojando al vertedero por mucho tiempo a toda una parte del centro político. Por lo tanto, no debe asombrarse de que Alternativa para Alemania tenga un largo futuro por delante.