Lula da Silva será el ministro más importante de Dilma Rousseff
El expresidente, acusado en el Caso Petrobras, pasa a ser aforado
Antonio Jiménez Barca
São Paulo, El País
Lula está de vuelta. El carismático presidente que gobernó Brasil desde 2003 a 2010 regresa al epicentro del poder: será ministro de la Casa Civil, un puesto equivalente al de primer ministro, en el convulso y zarandeado Gobierno de Dilma Rousseff, la mujer que él mismo eligió para sucederle. Pero Lula vuelve en circunstancias muy distintas a las que se fue. Entonces gozaba de más de un 80% de popularidad. Hoy arrastra más de un 47% de rechazo. Y una imagen perseguirá para siempre ya su currículum: el pasado 4 de marzo, la policía le despertó en su casa de São Paulo y lo condujo, para interrogarle, a un comisaría del aeropuerto de Congonhas, acusándole de haberse beneficiados de algunas empresas relacionadas con el Caso Petrobras.
Esa es una de las razones que empujan a Lula a convertirse en ministro. Con el cargo pasará a ser aforado, gozará de un grado superior de inmunidad, con lo que podrá sortear los inmediatos embates de la justicia, que se tornaban inminentes. A partir de ahora, el juez que instruye el macrocaso Petrobras, Sérgio Moro, enemigo declarado de Lula, no podrá enviarlo a la cárcel. Deberá hacerlo el Supremo Tribunal Federal de Brasil.
Para el diputado Antonio Imbassahy, de la oposición, Lula, simplemente, ha huido por la puerta del fondo. El hasta ahora ministro de la Casa Civil, Jacques Wagner, del mismo partido que el ex presidente y Rousseff, el Partido de los Trabajadores (PT), replica que el Supremo Tribunal Federal es tan duro e implacable como el de Moro. Sea como sea, las acusaciones de corrupción van a perseguir al nuevo ministro, que, además, las instala a partir de ahora en el corazón de un Gobierno ya de por sí inestable, fragilizado y con un rechazo popular que roza el 90%.
Pero, aunque Lula trate de esconderse de la justicia con este movimiento de enroque, no se va a esconder políticamente. Eso no va con él. De hecho, hay quien considera que su llegada al Gobierno, con toda su historia y su carisma a cuestas, da por finiquitado ya el segundo mandato de Dilma Rousseff. Sus relaciones personales nunca han sido buenas del todo, debido a que tienen caracteres muy distintos: Lula es más imprevisible, locuaz, impulsivo, simpático, y proclive a delegar; Rousseff es más concienzuda, solitaria, estudiosa, metódica, acaparadora y terca. Algunos especialistas brasileños ya preconizan que Lula llevará al Gobierno sus viejas recetas económicas, basadas en la expansión del crédito y en el gasto público, que tanto éxito le dieron en sus ocho años de Gobierno. Sus defensores alegan que la economía brasileña, que el año pasado retrocedió un 3,8% y que este año va camino de repetir esa cifra, necesita un chispazo para volver a ponerla en marcha. Sus detractores, entre los que se cuentan la mayoría de los economistas, auguran un descalabro mayúsculo y los mercados, simplemente, no quieren ni oír hablar de las viejas fórmulas. Bastó el anuncio de que Lula va a ser ministro para que la bolsa brasileña bajase y el dólar subiese. Ya lo había hecho el día anterior, cuando la expectativa recorrió todas las redacciones de periódicos. El director del Banco Central de Brasil, Alexandre Tombini, según varios medios brasileños, ha amenazado con dimitir si se cambia la deriva económica del Gobierno. La misma Dilma Rousseff ha practicado, desde que asumió el segundo mandato, en enero de 2015, una política económica restrictiva. Con lo que a partir de hoy se verá quién manda en Brasilia, si el hiperactivo mentor reconvertido en ministro de su pupila o la adusta presidenta que da cobijo al mentor. Ya circulan chistes en Brasil relativos a que Dilma Rousseff se va a convertir en una especie de Reina Madre sin poder efectivo.
Dilma Rousseff compareció ante la prensa horas después del anuncio. Y quiso aclarar que ella está “muy feliz” con la decisión del expresidente y que él contará “con todo el poder que necesite para trabajar por Brasil”. “Quien acuse a Lula de esconderse de la justicia es que no confía en el Supremo Tribunal Federal, que es quien le va a juzgar”, añadió. “No se van a tocar las reservas federales y el presidente Lula (ella se refiere a él con el tratamiento protocolario de presidente) siempre ha estado comprometido con la inflación y el equilibrio fiscal”, concluyó.
Lula también llega al Gobierno con una misión clara y urgente: conseguir, gracias a su mayor poder de negociación (fruto de su carácter y de su historia política) que se aglutinen en torno al grupo parlamentario del Gobierno los suficientes diputados como para bloquear desde el principio el proceso de destitución parlamentaria que amenaza con derrocar a Dilma Rousseff en menos de dos meses. La tarea de Lula será la de evitar que los volubles diputados del Partido do Movimento Democrático de Brasil (PMDB), de centro, actualmente aliados del PT, abandonen el agujereado barco del Gobierno en el momento decisivo. Algo difícil después de que el domingo se celebraran las mayores manifestaciones, en contra de Rousseff y de Lula, de la historia de Brasil.
Antonio Jiménez Barca
São Paulo, El País
Lula está de vuelta. El carismático presidente que gobernó Brasil desde 2003 a 2010 regresa al epicentro del poder: será ministro de la Casa Civil, un puesto equivalente al de primer ministro, en el convulso y zarandeado Gobierno de Dilma Rousseff, la mujer que él mismo eligió para sucederle. Pero Lula vuelve en circunstancias muy distintas a las que se fue. Entonces gozaba de más de un 80% de popularidad. Hoy arrastra más de un 47% de rechazo. Y una imagen perseguirá para siempre ya su currículum: el pasado 4 de marzo, la policía le despertó en su casa de São Paulo y lo condujo, para interrogarle, a un comisaría del aeropuerto de Congonhas, acusándole de haberse beneficiados de algunas empresas relacionadas con el Caso Petrobras.
Esa es una de las razones que empujan a Lula a convertirse en ministro. Con el cargo pasará a ser aforado, gozará de un grado superior de inmunidad, con lo que podrá sortear los inmediatos embates de la justicia, que se tornaban inminentes. A partir de ahora, el juez que instruye el macrocaso Petrobras, Sérgio Moro, enemigo declarado de Lula, no podrá enviarlo a la cárcel. Deberá hacerlo el Supremo Tribunal Federal de Brasil.
Para el diputado Antonio Imbassahy, de la oposición, Lula, simplemente, ha huido por la puerta del fondo. El hasta ahora ministro de la Casa Civil, Jacques Wagner, del mismo partido que el ex presidente y Rousseff, el Partido de los Trabajadores (PT), replica que el Supremo Tribunal Federal es tan duro e implacable como el de Moro. Sea como sea, las acusaciones de corrupción van a perseguir al nuevo ministro, que, además, las instala a partir de ahora en el corazón de un Gobierno ya de por sí inestable, fragilizado y con un rechazo popular que roza el 90%.
Pero, aunque Lula trate de esconderse de la justicia con este movimiento de enroque, no se va a esconder políticamente. Eso no va con él. De hecho, hay quien considera que su llegada al Gobierno, con toda su historia y su carisma a cuestas, da por finiquitado ya el segundo mandato de Dilma Rousseff. Sus relaciones personales nunca han sido buenas del todo, debido a que tienen caracteres muy distintos: Lula es más imprevisible, locuaz, impulsivo, simpático, y proclive a delegar; Rousseff es más concienzuda, solitaria, estudiosa, metódica, acaparadora y terca. Algunos especialistas brasileños ya preconizan que Lula llevará al Gobierno sus viejas recetas económicas, basadas en la expansión del crédito y en el gasto público, que tanto éxito le dieron en sus ocho años de Gobierno. Sus defensores alegan que la economía brasileña, que el año pasado retrocedió un 3,8% y que este año va camino de repetir esa cifra, necesita un chispazo para volver a ponerla en marcha. Sus detractores, entre los que se cuentan la mayoría de los economistas, auguran un descalabro mayúsculo y los mercados, simplemente, no quieren ni oír hablar de las viejas fórmulas. Bastó el anuncio de que Lula va a ser ministro para que la bolsa brasileña bajase y el dólar subiese. Ya lo había hecho el día anterior, cuando la expectativa recorrió todas las redacciones de periódicos. El director del Banco Central de Brasil, Alexandre Tombini, según varios medios brasileños, ha amenazado con dimitir si se cambia la deriva económica del Gobierno. La misma Dilma Rousseff ha practicado, desde que asumió el segundo mandato, en enero de 2015, una política económica restrictiva. Con lo que a partir de hoy se verá quién manda en Brasilia, si el hiperactivo mentor reconvertido en ministro de su pupila o la adusta presidenta que da cobijo al mentor. Ya circulan chistes en Brasil relativos a que Dilma Rousseff se va a convertir en una especie de Reina Madre sin poder efectivo.
Dilma Rousseff compareció ante la prensa horas después del anuncio. Y quiso aclarar que ella está “muy feliz” con la decisión del expresidente y que él contará “con todo el poder que necesite para trabajar por Brasil”. “Quien acuse a Lula de esconderse de la justicia es que no confía en el Supremo Tribunal Federal, que es quien le va a juzgar”, añadió. “No se van a tocar las reservas federales y el presidente Lula (ella se refiere a él con el tratamiento protocolario de presidente) siempre ha estado comprometido con la inflación y el equilibrio fiscal”, concluyó.
Lula también llega al Gobierno con una misión clara y urgente: conseguir, gracias a su mayor poder de negociación (fruto de su carácter y de su historia política) que se aglutinen en torno al grupo parlamentario del Gobierno los suficientes diputados como para bloquear desde el principio el proceso de destitución parlamentaria que amenaza con derrocar a Dilma Rousseff en menos de dos meses. La tarea de Lula será la de evitar que los volubles diputados del Partido do Movimento Democrático de Brasil (PMDB), de centro, actualmente aliados del PT, abandonen el agujereado barco del Gobierno en el momento decisivo. Algo difícil después de que el domingo se celebraran las mayores manifestaciones, en contra de Rousseff y de Lula, de la historia de Brasil.