Los gadafistas de Tahuerga quieren (y no pueden) volver a casa

Una tribu negra acusada de violar a mujeres tiene prohibido regresar a su ciudad

Francisco Peregil
Trípoli, El País
Los tahuerga quieren volver a su pueblo y las autoridades de Misrata nos los dejan. La cicatriz de la guerra continúa abierta. Los esfuerzos de la ONU y las asociaciones como Human Rights Watch no han dado ningún fruto. Los tahuerga son una tribu negra, en su mayor parte gadafista, que vivía a 40 minutos en coche de Misrata, la ciudad cuyas milicias capturaron y mataron a Muamar el Gadafi, el 20 de octubre de 2011. De entre todos los gadafistas, la gente de Misrata odia especialmente a esta tribu porque, aseguran, muchos de ellos violaron a sus mujeres.


Un mes antes de capturar a Gadafi varios rebeldes de Misrata quemaron decenas de casas en Tahuerga mientras algunos francotiradores gadafistas resistían desde los edificios más altos. En la crónica del 5 de octubre de 2011 este diario relataba: “Tahuerga tiene el aspecto tremebundo de los lugares donde la gente tuvo que salir de la noche a la mañana corriendo: la ropa aún tendida en los patios, las mantas liadas en bolsas de plástico, en medio de la calle, sin tiempo para meterla en algún coche, las tiendas saqueadas, los documentos de identidad esparcidos en los patios junto a los zapatos de toda la familia, los coches incendiados y pintadas donde se puede leer “Aquí vive una puta”, “La gente de esta casa es mala”.

Localizador de la localidad libia de Tahuerga

Sobre muchos tejados ondeaba la bandera verde de Gadafi y uno de los rebeldes de Misrata que cercaba a los francotiradores de Tahuerga comentó: “Esta gente era peor aún que las tropas de Gadafi, mucho peor. Trabajaban casi todos en Misrata, a media hora de aquí. Venían a nuestros hospitales. Estos edificios se construyeron con arena y ladrillos de nuestra ciudad. Sin Misrata, no habrían sido nada. Y nunca tuvimos problemas con ellos. Pero cuando Gadafi atacó Misrata, fueron ellos los que violaron a nuestras mujeres. Solo ellos”.

Ante la denuncia posterior de Human Rights Watch el Consejo Militar de Misrata alegó en 2012 que los incendios y demoliciones de casas fueron “acciones individuales” cometidas por personas que habían sufrido “el peor de los abusos” en manos de la gente de Tahuerga.

Cinco años después, Tahuerga continúa vacía. Sus 42.000 habitantes viven desperdigados en varias ciudades de Libia, sin permiso de Misrata para regresar. En Trípoli hay tres campos de refugiados donde viven unos 5.000 de Tahuerga. Casi ninguno quiere que se les haga fotos. Y el nombre que ofrecen es falso o recurren a un apodo. Cualquier cosa que digan no va a expresar mejor que esa decisión el miedo que sienten.

En uno de esos tres campos, situado en el sur de la capital, hay enormes bloques de pisos que se quedaron a medio construir en 2011. Estaban destinados a multinacionales que, de momento, han renunciado a instalarse en Trípoli. Sobre las paredes de uno de esos bloques se puede leer: “Nunca olvidaremos al Ejército”. Junto a los bloques de cemento abandonados hay barracones donde viven unas mil personas. El Gobierno de Trípoli, no reconocido por la comunidad internacional, les ha cedido ese terreno donde subsisten como pueden. “Somos refugiados. ¿Cómo puede vivir un refugiado en un lugar así si no es condiciones horribles?”, asegura quien dice llamarse Omar Mohamed Alí, de 50 años.

"La mitad de la gente de aquí no cobra ningún salario y hay solo nueve baños para 250 familias"

Omar Mohamed Alí, de la tribu tahuerga

“La mitad de la gente de aquí no cobra ningún salario”, añade Omar, “la medicina es muy cara, como en todo el país, y hay solo nueve baños para 250 familias. Es contrario al islam compartir baño con mujeres y a veces no hay más remedio. Para evitar esas situaciones hemos acordado que los hombres no vayan antes de las dos de la tarde. Pero aún así, es muy complicado. Sobre todo, para los más ancianos”.

Omar Alsalá, de 47 años, vive en una caseta con dos habitaciones junto a su esposa y cinco hijos. “La mayoría de las familias solo tienen una habitación”, comenta. Alsalá prefiere no salir de Trípoli para evitar represalias. “Si tengo que ir, por ejemplo, a Tarjuna (en las afueras de la capital) antes tengo que hacer llamadas a algún amigo para ver cómo está la carretera”.

Husane Salá, de 48 años, también dispone de dos habitaciones. Lo único que pide es volver a Tahuerga. La ciudad, incluso antes de ser quemada, no era especialmente bella. “Pero es la tierra de nuestros abuelos. Si nos devuelven nuestra tierra yo podría dormir en el suelo”.

Cuando se le pregunta a Salá sobre las violaciones que supuestamente cometieron muchos de sus paisanos, responde: “En Libia todos estábamos bajo el control de Gadafi”. Salem Ibrahim, que lleva la administración del campo, a sus 28 años, aclara: “El Ejército que entró en Misrata no solo lo integraba gente de Tahuerga, también había soldados del sur, de raza negra”.

El intérprete que trabaja con este diario, originario de Misrata, comenta a Salem Ibrahim que hay vídeos en los que se ve a gente de Tahuerga violando a mujeres en Misrata. Ibrahim alega que es solo un vídeo el que circula. “Y en cualquier caso”, añade, “no se puede criminalizar a todo un pueblo porque alguien de ese pueblo haya cometido un crimen”.

Ibrahim reconoce que ahora la situación en Trípoli ha mejorado. “Hace unos años, después de 2011, salías a buscar trabajo en la ciudad y puede que nunca más volvieras aquí. A veces llegaban gente de fuera y nos disparaban. Hemos perdido a cuatro personas. Y las condiciones de vida son las que ustedes ven: falta espacio, la escuela que tenemos se inunda cada vez que llueve en invierno. El mes pasado hubo un incendio en este campo y el año pasado otro, porque es muy difícil cocinar aquí”. Omar Mohamed Alí concluye: “Los libios tenemos que sentarnos a dialogar, no podemos resucitar a los muertos”.

A los Tahuerga de Trípoli les separan de su ciudad fantasma solo dos horas y media de coche hacia el este y cuatro controles de policía en la carretera. Por ahora, la distancia es insalvable.

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