Las protestas aíslan aún más a Rousseff en el Congreso
A pocos días de comenzar el impeachment, la presidenta brasileña pierde aliados decisivos
Antonio Jiménez Barca
São Paulo, El País
Las multitudinarias manifestaciones de protesta del domingo contra la presidenta brasileña Dilma Rousseff -las mayores de la historia democrática del país- la colocan directamente al borde del abismo político. La presión de las calles se traslada automáticamente al Congreso, donde los aliados de Rousseff comienzan a mirar para otro lado justo cuando ésta más los necesita: a tres días de que comience a rodar el mecanismo imprevisible de la destitución parlamentaria (impeachment). Hay analistas que ya especulan con la caída de la presidenta brasileña en mayo.
Hubo un lema simple muy coreado en las impactantes marchas del domingo: “Fora Dilma”. En Brasilia, un tipo gracioso se disfrazó de Rousseff y se colocó un cartel en el pecho: “Fora eu (Fuera yo)”. Es decir: las protestas, más allá de servir de desahogo contra el Partido de los Trabajadores (PT) y de señalar a Luiz Inácio Lula da Silva, acusado por la policía de beneficiarse de la trama de Petrobras, tienen un objetivo claro: desalojar a la presidenta del poder a fin de que no acabe su segundo mandato.
Hace meses, los expertos y analistas políticos calculaban que las posibilidades de que Rousseff dejara el cargo antes de 2018 eran escasas, a pesar del naufragio de la economía, sus dificultades políticas en un Congreso hostil y el goteo constante de altos cargos implicados en la maraña corrupta de Petrobras. Esos mismos analistas creían que Rousseff encontraría una salida al laberinto. Hoy, después de que los cerrojos económicos y políticos se hayan ido apretando cada vez más y después de contemplar en la televisión la riada incontenible del domingo de cientos de miles de personas pidiendo su destitución, las tornas han cambiado. Hay quien considera que las posibilidades de que Rousseff se vaya por la puerta pequeña rozan el 65%. Y para ello recuerdan que este miércoles, con una decisión del Tribunal Supremo Federal de Brasil que especificará la manera de constituirse la primera de las comisiones, el proceso echa a andar. En mayo, si todo se desarrolla como está previsto, llegará al Congreso. Si entonces Rousseff cuenta con un tercio de los diputados, logrará bloquear el impeachment. Hasta ahora, con sus aliados de centro del Partido do Movimento Democrático Brasileño (PMDB), partido del vicepresidente Michel Temer, este apoyo se daba por descontado. Ahora, estos aliados volubles amenazan con volverle la espalda a Rousseff (como han visto que hace la población). Por lo pronto, el pasado sábado decidieron no aceptar más cargos provenientes del Gobierno y se dan un mes para estudiar su estrategia general.
Si Rousseff no para en el Congreso la bola de nieve de la destitución parlamentaria, ésta pasará al Senado. Ahí bastará una mayoría simple para que el proceso se discuta. A partir de ese momento, la presidenta queda apartada temporalmente del cargo hasta que el proceso, que puede durar meses, se incline para un lado o para otro. Bastará eso para que Rousseff caiga, ya que la mayoría de expertos y diputados de Brasilia considera que si la presidenta se va, aunque sea de forma teóricamente provisional, no volverá, dado el desgaste político asumido. Es decir: Rousseff puede estar fuera en dos meses. En ese caso, asumiría la presidencia el vicepresidente Michel Temer.
Mientras, con el país expectante y polarizado, se han hecho públicas las declaraciones del expresidente Lula ante la policía, en la comisaría del aeropuerto de Congonhas, en São Paulo, el pasado 4 de marzo, cuando los agentes le sacaron a las seis de la mañana de su casa, acusado de aceptar regalos (un piso en la playa, una casa de campo) de empresas relacionadas con la trama corrupta de Petrobras. El expresidente, que ha inflamado las calles de Brasil ya sea a su favor o en su contra, calificó la investigación, ante los propios policías, de “ultraje homérico”. Después se defendió asegurando que no son de su propiedad ni el apartamento de la playa ni la casa de campo aportados como pruebas por los agentes. “Estoy participando del caso más complicado de la historia de Brasil, porque tengo un apartamento que no es mío, que no pagué, yo quiero ver el dinero que pagué ahí, y el fiscal dice que es mío, la revista Veja dice que es mío, el periódico Folha de S. Paulo dice que es mío y la Policía Federal inventa toda una historia sobre eso”.
Hay miembros del Partido de los Trabajadores que son favorables a que Lula ingrese en el Ejecutivo. Por un lado, al ser aforado, quedaría más protegido contra lo que consideran un atropello jurídico. Por otro lado, el expresidente, negociador nato, experto en manejarse en tierra de nadie, sería el candidato ideal para tratar de mantener los últimos puentes políticos entre el PT y el PMDB de cara a mantener con vida a Rousseff durante el proceso de destitución parlamentaria.
Por lo pronto, el lunes por la tarde se produjo un cambio en el Ejecutivo: el ministro de Justicia, Wllington César Lima, dimitió, siendo sustituido por el vice-fiscal general de la RepúblicaEugênio José Guilheme de Aragão.
Antonio Jiménez Barca
São Paulo, El País
Las multitudinarias manifestaciones de protesta del domingo contra la presidenta brasileña Dilma Rousseff -las mayores de la historia democrática del país- la colocan directamente al borde del abismo político. La presión de las calles se traslada automáticamente al Congreso, donde los aliados de Rousseff comienzan a mirar para otro lado justo cuando ésta más los necesita: a tres días de que comience a rodar el mecanismo imprevisible de la destitución parlamentaria (impeachment). Hay analistas que ya especulan con la caída de la presidenta brasileña en mayo.
Hubo un lema simple muy coreado en las impactantes marchas del domingo: “Fora Dilma”. En Brasilia, un tipo gracioso se disfrazó de Rousseff y se colocó un cartel en el pecho: “Fora eu (Fuera yo)”. Es decir: las protestas, más allá de servir de desahogo contra el Partido de los Trabajadores (PT) y de señalar a Luiz Inácio Lula da Silva, acusado por la policía de beneficiarse de la trama de Petrobras, tienen un objetivo claro: desalojar a la presidenta del poder a fin de que no acabe su segundo mandato.
Hace meses, los expertos y analistas políticos calculaban que las posibilidades de que Rousseff dejara el cargo antes de 2018 eran escasas, a pesar del naufragio de la economía, sus dificultades políticas en un Congreso hostil y el goteo constante de altos cargos implicados en la maraña corrupta de Petrobras. Esos mismos analistas creían que Rousseff encontraría una salida al laberinto. Hoy, después de que los cerrojos económicos y políticos se hayan ido apretando cada vez más y después de contemplar en la televisión la riada incontenible del domingo de cientos de miles de personas pidiendo su destitución, las tornas han cambiado. Hay quien considera que las posibilidades de que Rousseff se vaya por la puerta pequeña rozan el 65%. Y para ello recuerdan que este miércoles, con una decisión del Tribunal Supremo Federal de Brasil que especificará la manera de constituirse la primera de las comisiones, el proceso echa a andar. En mayo, si todo se desarrolla como está previsto, llegará al Congreso. Si entonces Rousseff cuenta con un tercio de los diputados, logrará bloquear el impeachment. Hasta ahora, con sus aliados de centro del Partido do Movimento Democrático Brasileño (PMDB), partido del vicepresidente Michel Temer, este apoyo se daba por descontado. Ahora, estos aliados volubles amenazan con volverle la espalda a Rousseff (como han visto que hace la población). Por lo pronto, el pasado sábado decidieron no aceptar más cargos provenientes del Gobierno y se dan un mes para estudiar su estrategia general.
Si Rousseff no para en el Congreso la bola de nieve de la destitución parlamentaria, ésta pasará al Senado. Ahí bastará una mayoría simple para que el proceso se discuta. A partir de ese momento, la presidenta queda apartada temporalmente del cargo hasta que el proceso, que puede durar meses, se incline para un lado o para otro. Bastará eso para que Rousseff caiga, ya que la mayoría de expertos y diputados de Brasilia considera que si la presidenta se va, aunque sea de forma teóricamente provisional, no volverá, dado el desgaste político asumido. Es decir: Rousseff puede estar fuera en dos meses. En ese caso, asumiría la presidencia el vicepresidente Michel Temer.
Mientras, con el país expectante y polarizado, se han hecho públicas las declaraciones del expresidente Lula ante la policía, en la comisaría del aeropuerto de Congonhas, en São Paulo, el pasado 4 de marzo, cuando los agentes le sacaron a las seis de la mañana de su casa, acusado de aceptar regalos (un piso en la playa, una casa de campo) de empresas relacionadas con la trama corrupta de Petrobras. El expresidente, que ha inflamado las calles de Brasil ya sea a su favor o en su contra, calificó la investigación, ante los propios policías, de “ultraje homérico”. Después se defendió asegurando que no son de su propiedad ni el apartamento de la playa ni la casa de campo aportados como pruebas por los agentes. “Estoy participando del caso más complicado de la historia de Brasil, porque tengo un apartamento que no es mío, que no pagué, yo quiero ver el dinero que pagué ahí, y el fiscal dice que es mío, la revista Veja dice que es mío, el periódico Folha de S. Paulo dice que es mío y la Policía Federal inventa toda una historia sobre eso”.
Hay miembros del Partido de los Trabajadores que son favorables a que Lula ingrese en el Ejecutivo. Por un lado, al ser aforado, quedaría más protegido contra lo que consideran un atropello jurídico. Por otro lado, el expresidente, negociador nato, experto en manejarse en tierra de nadie, sería el candidato ideal para tratar de mantener los últimos puentes políticos entre el PT y el PMDB de cara a mantener con vida a Rousseff durante el proceso de destitución parlamentaria.
Por lo pronto, el lunes por la tarde se produjo un cambio en el Ejecutivo: el ministro de Justicia, Wllington César Lima, dimitió, siendo sustituido por el vice-fiscal general de la RepúblicaEugênio José Guilheme de Aragão.