Las FARC y el Gobierno de Colombia postergan la firma de la paz
El aplazamiento del acuerdo previsto para este miércoles aumenta el escepticismo sobre el proceso
Javier Lafuente
Bogotá, El País
De pasar a la Historia, a ser historia. El 23 de marzo de 2016 será recordado como el día en que se pudo firmar la paz entre el Gobierno de Colombia y las FARC, pero no se logró. Secreto a voces desde principios de año, en las últimas semanas ambas partes deslizaron que no se lograría un acuerdo este miércoles. Sin embargo, ni el Gobierno ni la guerrilla han salido públicamente a decir que no se conseguiría ni por qué. El aplazamiento de la rúbrica no hace peligrar el proceso de paz, pero supone otro mazazo a la credibilidad y al escepticismo que hay en torno a las negociaciones que celebran en Cuba desde hace más de tres años. Cuanto más cerca está el mayor anhelo de las últimas cinco décadas, los colombianos se sienten más indiferentes. A finales de febrero el 80% pensaba que no se firmaría un acuerdo en la fecha programada.
Las delegaciones seguían trabajando este miércoles para tratar de salir del paso con algún anuncio que transmitiese confianza a la opinión pública. Según conocedores de las conversaciones, podría haber algún avance concreto, pero no de la magnitud de un cese bilateral del fuego, como se especuló en vista de que no se lograría el acuerdo definitivo. Además, se trabaja en un cronograma a seguir en las próximas semanas. Aunque casi con toda seguridad se descarta que se vuelva a poner un plazo concreto, las negociaciones se podrían extender hasta finales de mayo o junio, coinciden al menos cuatro fuentes próximas a ambas partes.
El presidente, Juan Manuel Santos, y el líder de las FARC, alias Timochenko, se dieron el pasado 23 de septiembre seis meses para llegar a un acuerdo final. Fue la primera vez que se fijó una fecha concreta en tres años de conversaciones, lo que ha permitido avanzar considerablemente en el desenlace del pacto final, pero no ha sido suficiente. El bloqueo en el acuerdo de justicia, que se demoró hasta diciembre, ha sido a la postre decisivo, como argumentaron las FARC en su día.
Las delegaciones llevan reunidas desde el pasado 1 de marzo a un ritmo intenso, coinciden en apuntar desde ambas partes. Nunca se habían sentado durante tanto tiempo seguido a negociar. En esta ocasión, las zonas y la manera en que quedarán concentrados los guerrilleros después del cese bilateral ha sido el principal escollo. A grandes rasgos las principales diferencias giraban en torno a cuándo debería empezar a aplicarse la amnistía a los guerrilleros que no tienen delitos graves –las FARC defienden que en el momento de la firma del acuerdo; el Gobierno, con la entrega de las armas– y las zonas y la forma en que las FARC deberían concentrarse. El Gobierno pretende que esos lugares no estén próximos a la población civil. Para las FARC eso supone aceptar "cárceles a cielo abierto", según el término que han utilizado varios miembros de la delegación, y no están por la labor.
Detrás de este último escollo se esconde la polémica del acto pedagógico en la localidad de Conejo, el mes pasado, en el que los negociadores de las FARC aparecieron con guerrilleros armados. Los críticos con el proceso salieron en tromba a decir que era un reflejo de lo que ocurriría tras la firma del acuerdo. El Gobierno suspendió temporalmente las visitas de los negociadores de las FARC a los campamentos. Incluso Santos lanzó un ultimátum de cara al 23 de marzo que no ha servido de mucho: “El pueblo colombiano quiere y exige definiciones ya para recuperar la confianza en el proceso. De no ser así, los colombianos entenderemos que las FARC no estaban preparadas para la paz”.
Hay muchos aspectos que hacen creer que el proceso de paz es “irreversible”, una expresión que ha acuñado el propio Santos, bastante reacio a utilizarla hasta principios de año. La implicación de la comunidad internacional es total y fallarla supondría un riesgo considerable para el futuro de Santos y de la guerrilla. El Consejo de Seguridad de la ONU verificará el cese al fuego bilateral y la dejación de armas. Además, la reunión de esta semana del secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, con los negociadores del Gobierno y de las FARC supone el espaldarazo de la primera potencia mundial.
Lo más sintomático de la reunión de Kerry con la cúpula guerrillera, incluido su líder, Timochenko, fue la reacción de los miembros de las FARC tras el encuentro. Se lanzaron a las redes sociales para calificar lo “positivo” e “histórico” que había sido. Nunca antes un dirigente de estadounidense de tan alto rango se había reunido con ellos cuando aún integran la lista de organizaciones terroristas de Estados Unidos. Pese a que el Departamento de Estado fue muy escueto a la hora de valorar el encuentro, varias fuentes conocedoras del mismo valoran la trascendencia de lo tratado. Kerry, destacan, habló muy claro y abordó con la guerrilla todos sus reclamos. Hubo un aspecto que para las FARC fue clave y es que reconoció la preocupación por la violencia paramilitar. Estados Unidos, como anunció el jefe negociador del Gobierno, Humberto de la Calle, se comprometió a ayudar en materia de seguridad. Aunque no se concretó ese tipo de colaboración, no se puede obviar que la ayuda militar y de inteligencia de Estados Unidos mediante el Plan Colombia contribuyó a mermar a las FARC. Sin su presencia activa, esos mismos mecanismos podrían ir dirigidos a lo que el Gobierno denomina bandas criminales y la guerrilla sigue llamando paramilitares.
Con Estados Unidos, la ONU, América Latina y la Unión Europea de su lado, Colombia ya no puede recabar más apoyo internacional. El respaldo exterior es, sin embargo, inversamente proporcional al que tiene dentro de Colombia, donde, al fin y al cabo, se tendrá que desarrollar el posconflicto. Al Departamento de Estado no le gustó la furibunda reacción del expresidente Álvaro Uribe, que llegó a decir que se sentía “molesto” porque el Gobierno de Estados Unidos se reuniese con las FARC. Las distancias del uribismo con el proceso de paz siguen siendo muy abismales cuando se atisba su desenlace. La polarización en Colombia es uno de los mayores riesgos para la implementación y refrendación de los acuerdos. Mientras ese momento llega, algunos colombianos decidieron tomarse el 23 de marzo con humor. En las redes sociales aparecieron memes que recordaban que sí se llegó en la fecha prevista a La Paz, la capital de Bolivia, donde este jueves la selección jugará un partido clasificatorio para el Mundial de Rusia.
Javier Lafuente
Bogotá, El País
De pasar a la Historia, a ser historia. El 23 de marzo de 2016 será recordado como el día en que se pudo firmar la paz entre el Gobierno de Colombia y las FARC, pero no se logró. Secreto a voces desde principios de año, en las últimas semanas ambas partes deslizaron que no se lograría un acuerdo este miércoles. Sin embargo, ni el Gobierno ni la guerrilla han salido públicamente a decir que no se conseguiría ni por qué. El aplazamiento de la rúbrica no hace peligrar el proceso de paz, pero supone otro mazazo a la credibilidad y al escepticismo que hay en torno a las negociaciones que celebran en Cuba desde hace más de tres años. Cuanto más cerca está el mayor anhelo de las últimas cinco décadas, los colombianos se sienten más indiferentes. A finales de febrero el 80% pensaba que no se firmaría un acuerdo en la fecha programada.
Las delegaciones seguían trabajando este miércoles para tratar de salir del paso con algún anuncio que transmitiese confianza a la opinión pública. Según conocedores de las conversaciones, podría haber algún avance concreto, pero no de la magnitud de un cese bilateral del fuego, como se especuló en vista de que no se lograría el acuerdo definitivo. Además, se trabaja en un cronograma a seguir en las próximas semanas. Aunque casi con toda seguridad se descarta que se vuelva a poner un plazo concreto, las negociaciones se podrían extender hasta finales de mayo o junio, coinciden al menos cuatro fuentes próximas a ambas partes.
El presidente, Juan Manuel Santos, y el líder de las FARC, alias Timochenko, se dieron el pasado 23 de septiembre seis meses para llegar a un acuerdo final. Fue la primera vez que se fijó una fecha concreta en tres años de conversaciones, lo que ha permitido avanzar considerablemente en el desenlace del pacto final, pero no ha sido suficiente. El bloqueo en el acuerdo de justicia, que se demoró hasta diciembre, ha sido a la postre decisivo, como argumentaron las FARC en su día.
Las delegaciones llevan reunidas desde el pasado 1 de marzo a un ritmo intenso, coinciden en apuntar desde ambas partes. Nunca se habían sentado durante tanto tiempo seguido a negociar. En esta ocasión, las zonas y la manera en que quedarán concentrados los guerrilleros después del cese bilateral ha sido el principal escollo. A grandes rasgos las principales diferencias giraban en torno a cuándo debería empezar a aplicarse la amnistía a los guerrilleros que no tienen delitos graves –las FARC defienden que en el momento de la firma del acuerdo; el Gobierno, con la entrega de las armas– y las zonas y la forma en que las FARC deberían concentrarse. El Gobierno pretende que esos lugares no estén próximos a la población civil. Para las FARC eso supone aceptar "cárceles a cielo abierto", según el término que han utilizado varios miembros de la delegación, y no están por la labor.
Detrás de este último escollo se esconde la polémica del acto pedagógico en la localidad de Conejo, el mes pasado, en el que los negociadores de las FARC aparecieron con guerrilleros armados. Los críticos con el proceso salieron en tromba a decir que era un reflejo de lo que ocurriría tras la firma del acuerdo. El Gobierno suspendió temporalmente las visitas de los negociadores de las FARC a los campamentos. Incluso Santos lanzó un ultimátum de cara al 23 de marzo que no ha servido de mucho: “El pueblo colombiano quiere y exige definiciones ya para recuperar la confianza en el proceso. De no ser así, los colombianos entenderemos que las FARC no estaban preparadas para la paz”.
Hay muchos aspectos que hacen creer que el proceso de paz es “irreversible”, una expresión que ha acuñado el propio Santos, bastante reacio a utilizarla hasta principios de año. La implicación de la comunidad internacional es total y fallarla supondría un riesgo considerable para el futuro de Santos y de la guerrilla. El Consejo de Seguridad de la ONU verificará el cese al fuego bilateral y la dejación de armas. Además, la reunión de esta semana del secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, con los negociadores del Gobierno y de las FARC supone el espaldarazo de la primera potencia mundial.
Lo más sintomático de la reunión de Kerry con la cúpula guerrillera, incluido su líder, Timochenko, fue la reacción de los miembros de las FARC tras el encuentro. Se lanzaron a las redes sociales para calificar lo “positivo” e “histórico” que había sido. Nunca antes un dirigente de estadounidense de tan alto rango se había reunido con ellos cuando aún integran la lista de organizaciones terroristas de Estados Unidos. Pese a que el Departamento de Estado fue muy escueto a la hora de valorar el encuentro, varias fuentes conocedoras del mismo valoran la trascendencia de lo tratado. Kerry, destacan, habló muy claro y abordó con la guerrilla todos sus reclamos. Hubo un aspecto que para las FARC fue clave y es que reconoció la preocupación por la violencia paramilitar. Estados Unidos, como anunció el jefe negociador del Gobierno, Humberto de la Calle, se comprometió a ayudar en materia de seguridad. Aunque no se concretó ese tipo de colaboración, no se puede obviar que la ayuda militar y de inteligencia de Estados Unidos mediante el Plan Colombia contribuyó a mermar a las FARC. Sin su presencia activa, esos mismos mecanismos podrían ir dirigidos a lo que el Gobierno denomina bandas criminales y la guerrilla sigue llamando paramilitares.
Con Estados Unidos, la ONU, América Latina y la Unión Europea de su lado, Colombia ya no puede recabar más apoyo internacional. El respaldo exterior es, sin embargo, inversamente proporcional al que tiene dentro de Colombia, donde, al fin y al cabo, se tendrá que desarrollar el posconflicto. Al Departamento de Estado no le gustó la furibunda reacción del expresidente Álvaro Uribe, que llegó a decir que se sentía “molesto” porque el Gobierno de Estados Unidos se reuniese con las FARC. Las distancias del uribismo con el proceso de paz siguen siendo muy abismales cuando se atisba su desenlace. La polarización en Colombia es uno de los mayores riesgos para la implementación y refrendación de los acuerdos. Mientras ese momento llega, algunos colombianos decidieron tomarse el 23 de marzo con humor. En las redes sociales aparecieron memes que recordaban que sí se llegó en la fecha prevista a La Paz, la capital de Bolivia, donde este jueves la selección jugará un partido clasificatorio para el Mundial de Rusia.