Las estrellas efímeras de los Oscar
Barbara Ayuso
Madrid, El País
Cuando Humphrey Bogart coincidía con algún ganador de un Oscar, jamás le felicitaba. En lugar de eso, esperaba a que se apagasen los aplausos y las alabanzas, y le susurraba con discreción: "Nunca trates de conseguir el segundo. Es la única forma de sobrevivir". Él nunca logró una segunda estatuilla después de La Reina de África, pero prolongó su estela cinco años más sin que el éxito le devorase. Sabía, porque lo había visto, que de la cumbre al suelo hay un solo paso, y una vez se desciende la escalinata de los premiados uno ya está abajo. Y allí no siempre hay trabajo.
Hoy, igual que entonces, ser portador de un Oscar no es garantía de nada. Que el galardón relanza la carrera de actores y actrices es solo una verdad a medias, la cara más dulce de Hollywood. En el reverso se van depositando las trayectorias truncadas de muchos intérpretes, naufragados en las promesas de todo lo que les auguraba el premio pero jamás llegó.
"¿Dónde está Roberto Benigni?" se preguntan muchos en Hollywood. Su arrebato de locura cuando en 1999 ganó el Oscar por La vida es bella, se recuerda como un espejismo. Parecía que el cineasta italiano cogía por fin el tren de la taquilla norteamericana, pero nada más lejos de la realidad. La belleza de la vida se esfumó y pasó a convertirse en una sucesión de descalabros comerciales que desembocó en el peor lugar posible: nominado a un premio Razzie por su película Pinocho.
Pero en la industria ya se sabe que los Razzie y los Oscars son vasos comunicantes. Uno puede pasar de izar la estatuilla dorada por Monster's Ball, y poco después verse como la reina de lo peor del año, como le sucedió a Halle Berry. Aunque lo asumió con ironía y acudió a la gala a recoger su infausto reconocimiento por Catwoman, lo cierto es que su carrera jamás se recuperó y sus últimas interpretaciones han sido fiascos rotundos. Algo que muchos achacan a una especie de maldición, que la actriz contagió al actor Adrien Brody cuando la besó en el escenario al coronarse como mejor actor por El Pianista. Fue uno de los actores más jóvenes en llevarse la estatuilla, y también uno de los que más rápido trastabilló el paso de su trayectoria para ser un habitual de los Razzie. De trabajar con Roman Polanski pasó a coprotagonizar cintas con Lindsay Lohan y los pequeños roles en películas de más renombre no consiguen sacarle a flote. "Mi carrera no ha sido como yo esperaba" reconoció en una entrevista hace unos años, en la que evidenciaba que la fábrica de sueños también tiene su cuota pesadillesca.
Oscar que nadie recuerda
Algo que pocos actores aceptan reconocer, al menos públicamente. En parte, porque eso les obliga a refrescarle la memoria al público, recordando que ellos un día, ganaron un Oscar, aunque todos lo hayan olvidado.
Esto le sucede a Cuba Gooding Jr., el actor de Papá Canguro y Boat Trip: este barco es un peligro, al que cuesta rememorar como aquél flamante mejor actor de reparto por Jerry Maguire que le preguntaba a Tom Cruise dónde estaba su dinero. "¿Dónde están mi brillante trayectoria?" se pregunta ahora, mientras trata de redimirse en la televisión.
Lo cierto es que el punto de inflexión que supone un premio Oscar, comporta una carga explosiva difícil de determinar. A veces revaloriza al laureado, que continúa recibiendo guiones y flashes, manteniendo una línea de películas de calidad. A otros el éxito les provoca una peor digestión, con cambios de rumbo de los que desastran carreras.
Si no, atiendan a las trayectorias posteriores al Oscar de Hilary Swank, Kim Basinger, Geena Davis, Helen Hunt, Timothy Hutton, Mira Sorvino o Renee Zellweger. ¿Qué fue de ellos? O bien besaron a Adrien Brody o desoyeron la voz de la experiencia de Humphrey Bogart.
Madrid, El País
Cuando Humphrey Bogart coincidía con algún ganador de un Oscar, jamás le felicitaba. En lugar de eso, esperaba a que se apagasen los aplausos y las alabanzas, y le susurraba con discreción: "Nunca trates de conseguir el segundo. Es la única forma de sobrevivir". Él nunca logró una segunda estatuilla después de La Reina de África, pero prolongó su estela cinco años más sin que el éxito le devorase. Sabía, porque lo había visto, que de la cumbre al suelo hay un solo paso, y una vez se desciende la escalinata de los premiados uno ya está abajo. Y allí no siempre hay trabajo.
Hoy, igual que entonces, ser portador de un Oscar no es garantía de nada. Que el galardón relanza la carrera de actores y actrices es solo una verdad a medias, la cara más dulce de Hollywood. En el reverso se van depositando las trayectorias truncadas de muchos intérpretes, naufragados en las promesas de todo lo que les auguraba el premio pero jamás llegó.
"¿Dónde está Roberto Benigni?" se preguntan muchos en Hollywood. Su arrebato de locura cuando en 1999 ganó el Oscar por La vida es bella, se recuerda como un espejismo. Parecía que el cineasta italiano cogía por fin el tren de la taquilla norteamericana, pero nada más lejos de la realidad. La belleza de la vida se esfumó y pasó a convertirse en una sucesión de descalabros comerciales que desembocó en el peor lugar posible: nominado a un premio Razzie por su película Pinocho.
Pero en la industria ya se sabe que los Razzie y los Oscars son vasos comunicantes. Uno puede pasar de izar la estatuilla dorada por Monster's Ball, y poco después verse como la reina de lo peor del año, como le sucedió a Halle Berry. Aunque lo asumió con ironía y acudió a la gala a recoger su infausto reconocimiento por Catwoman, lo cierto es que su carrera jamás se recuperó y sus últimas interpretaciones han sido fiascos rotundos. Algo que muchos achacan a una especie de maldición, que la actriz contagió al actor Adrien Brody cuando la besó en el escenario al coronarse como mejor actor por El Pianista. Fue uno de los actores más jóvenes en llevarse la estatuilla, y también uno de los que más rápido trastabilló el paso de su trayectoria para ser un habitual de los Razzie. De trabajar con Roman Polanski pasó a coprotagonizar cintas con Lindsay Lohan y los pequeños roles en películas de más renombre no consiguen sacarle a flote. "Mi carrera no ha sido como yo esperaba" reconoció en una entrevista hace unos años, en la que evidenciaba que la fábrica de sueños también tiene su cuota pesadillesca.
Oscar que nadie recuerda
Algo que pocos actores aceptan reconocer, al menos públicamente. En parte, porque eso les obliga a refrescarle la memoria al público, recordando que ellos un día, ganaron un Oscar, aunque todos lo hayan olvidado.
Esto le sucede a Cuba Gooding Jr., el actor de Papá Canguro y Boat Trip: este barco es un peligro, al que cuesta rememorar como aquél flamante mejor actor de reparto por Jerry Maguire que le preguntaba a Tom Cruise dónde estaba su dinero. "¿Dónde están mi brillante trayectoria?" se pregunta ahora, mientras trata de redimirse en la televisión.
Lo cierto es que el punto de inflexión que supone un premio Oscar, comporta una carga explosiva difícil de determinar. A veces revaloriza al laureado, que continúa recibiendo guiones y flashes, manteniendo una línea de películas de calidad. A otros el éxito les provoca una peor digestión, con cambios de rumbo de los que desastran carreras.
Si no, atiendan a las trayectorias posteriores al Oscar de Hilary Swank, Kim Basinger, Geena Davis, Helen Hunt, Timothy Hutton, Mira Sorvino o Renee Zellweger. ¿Qué fue de ellos? O bien besaron a Adrien Brody o desoyeron la voz de la experiencia de Humphrey Bogart.