La grave crisis del Oporto está afectando también a Casillas
Porto, As
El domingo el Oporto volvió a perder el tren de la liga portuguesa. La derrota en Braga (3-1) se abrió y se cerró con dos fallos garrafales de jugadores españoles; en el primer gol, Marcano dejó el balón a placer de Hassan, en el tercero y último Casillas salió a pasear por el centro del campo. Pero la crisis del equipo no es culpa de ellos.
De los once jugadores que saltaron al campo, sólo cinco estaban en la anterior temporada; y ninguno hace dos. En esta temporada se dieron una docena de bajas y otras tantas altas en el primer equipo. Es tal el chorreo de jugadores que entran que a veces se duda de si detrás hay un plan deportivo o es un ficho porque será un buen negocio.
El Oporto tiene el presupuesto más generoso de la liga (en torno a 100 millones de euros), el doble que el Benfica, pero desde hace tres temporadas no se traduce en títulos. En el mejor de los casos, este año aspira a ganar la final de la Copa, que disputará contra su verdugo del domingo, el Braga, con un presupuesto de 10 millones.
Sin proyecto. En el verano de 2014, el Bernabéu portugués, Pinto da Costa (presidente desde 1982) decidió dar uno de sus audaces golpes de timón (antes se había inventado a Mourinho y Villas-Boas) para que el equipo cambiara totalmente de estilo de juego: del contraataque al tiqui-taca. Fichó personalmente a Julen Lopetegui, y el vasco, efectivamente, creó un equipo donde el cariño a la pelota y la posesión eran las tablas de Moisés. Un buen desempeño en la Champions salvó deportiva y económicamente al club, pero se fue Lopetegui y con Peseiro ya van seis entrenadores en tres años. Aunque jugadores hay para formar tres equipos, los defectos del equipo se mantienen: lentitud, parsimonia en el pase y una preocupante falta de nervio.
Casillas, sí, hizo una tontería en el tercer gol del domingo, y se le escapó un balón contra el Guimarães; pero, en general, ha cumplido. Ha realizado buenos partidos, pero milagros no hace. Ni él ni Peseiro. Solo queda Pinto da Costa.
El domingo el Oporto volvió a perder el tren de la liga portuguesa. La derrota en Braga (3-1) se abrió y se cerró con dos fallos garrafales de jugadores españoles; en el primer gol, Marcano dejó el balón a placer de Hassan, en el tercero y último Casillas salió a pasear por el centro del campo. Pero la crisis del equipo no es culpa de ellos.
De los once jugadores que saltaron al campo, sólo cinco estaban en la anterior temporada; y ninguno hace dos. En esta temporada se dieron una docena de bajas y otras tantas altas en el primer equipo. Es tal el chorreo de jugadores que entran que a veces se duda de si detrás hay un plan deportivo o es un ficho porque será un buen negocio.
El Oporto tiene el presupuesto más generoso de la liga (en torno a 100 millones de euros), el doble que el Benfica, pero desde hace tres temporadas no se traduce en títulos. En el mejor de los casos, este año aspira a ganar la final de la Copa, que disputará contra su verdugo del domingo, el Braga, con un presupuesto de 10 millones.
Sin proyecto. En el verano de 2014, el Bernabéu portugués, Pinto da Costa (presidente desde 1982) decidió dar uno de sus audaces golpes de timón (antes se había inventado a Mourinho y Villas-Boas) para que el equipo cambiara totalmente de estilo de juego: del contraataque al tiqui-taca. Fichó personalmente a Julen Lopetegui, y el vasco, efectivamente, creó un equipo donde el cariño a la pelota y la posesión eran las tablas de Moisés. Un buen desempeño en la Champions salvó deportiva y económicamente al club, pero se fue Lopetegui y con Peseiro ya van seis entrenadores en tres años. Aunque jugadores hay para formar tres equipos, los defectos del equipo se mantienen: lentitud, parsimonia en el pase y una preocupante falta de nervio.
Casillas, sí, hizo una tontería en el tercer gol del domingo, y se le escapó un balón contra el Guimarães; pero, en general, ha cumplido. Ha realizado buenos partidos, pero milagros no hace. Ni él ni Peseiro. Solo queda Pinto da Costa.