El silencio sobre una decapitación desata la polémica sobre la censura rusa
Los ánimos de los moscovitas se encienden ante la falta de información de las televisiones estatales sobre el crimen perpetrado por una niñera de origen uzbeko
Pilar Bonet
Moscú, El País
En un intento de evitar las iras de la ciudadanía, las televisiones estatales rusas silenciaron deliberadamente el pasado lunes el macabro suceso ocurrido ese día en Moscú, cuando una niñera de origen uzbeko apareció en la calle portando la cabeza de una niña rusa de cuatro años. En lugar de tranquilizar los ánimos, los medios de comunicación estatales parecen haber logrado lo contrario, es decir, excitarlos y hacer que los rusos saquen sus propias conclusiones de la política informativa y la propaganda antioccidental con la que los bombardean. El evento del que fue protagonista la uzbeka Giulchejrá Bobokúlova, de 38 años, fue puntualmente recogido, no obstante, por otros medios, sobre todo en Internet, la radio y canales de televisión locales, además de agencias.
“Nos dicen que en Europa viven muy mal por culpa de los emigrantes, y aquí nos pasa lo mismo y lo callan”, afirmaba un hombre de mediana edad que había acudido el martes a la boca de metro donde la víspera la niñera procedente de Samarcanda se había paseado un mínimo de 20 minutos con la cabeza ensangrentada de la niña a la que degolló y decapitó y a cuya casa había prendido fuego. Hasta que la policía la redujo, la mujer gritaba: “Odio la democracia”, “soy una terrorista”, “soy una suicida, ¡cuántas de nuestras madres habéis exterminado vosotros!”.
“Gritaba 'Alá es grande' y advertía de que iban a exterminarnos a todos los rusos”, afirmaba uno de los ciudadanos concentrados en la boca de metro, junto a la que se amontonaban numerosos ramos de flores, juguetes y golosinas. Los moscovitas, entre ellos muchas familias con niños, venían a depositar aquí estas ofrendas en señal de solidaridad con la víctima. La mayoría se marchaban después, pero algunos se quedaban conversando y opinando en una concentración improvisada de un centenar de personas (vecinos, curiosos, gente de paso y jóvenes de aspecto deportivo que se declaraban “nacionalistas”). “Primero degüellan corderos y luego degüellan a los niños rusos”, decía uno de los presentes. “Los “churkis” están matando a los rusos. Tenemos que defendernos”, afirmaba otro, aludiendo con un término despectivo a los emigrantes procedentes de Asia Central y del Cáucaso. A nadie parecía interesarle que a la homicida le habían diagnosticado una esquizofrenia en 1999, según la policía de Uzbekistán. “Pronto los rusos comenzaremos a vengarnos”, “Si colgáramos aquí las cabezas de diez tadjikos, no pasaría esto”, afirmaba otro. “Que se vayan, no queremos emigrantes. Nosotros no vamos a trabajar a Asia Central. Para trabajar aquí bastan los rusos”, le replicaba un interlocutor. En Rusia viven diez milones de extranjeros, lo que supone el 7% de la población del país.
Junto a la boca de metro, había quien criticaba a la policía y a los servicios de Seguridad y quien acusaba a los agentes de ejercer sus competencias contra los jubilados que venden baratijas, pero no atreverse “contra la gente de Kadírov [Ramzán Kadírov, el jefe de Chechenia] y los terroristas”. Como contraste al silencio de la televisión estatal sobre la niña asesinada, los reunidos destacaban la gran atención recibida por el dolor de la familia de los pilotos rusos derribados en la frontera con Turquía el pasado noviembre.
Fuentes de los canales de televisión informaron al servicio RBK de que habían recibido recomendaciones de sus directivos de no dar el tema de la niña decapitada y lo atribuían al temor de que se radicalizaran los ánimos nacionalistas. El secretario de prensa del presidente, Dmitri Peskov, aseguró que el Kremlin no había dado recomendaciones en este sentido, pero afirmó que apoyaba la decisión de no mostrar el tema en las televisiones.
La “delicadeza” de los políticos rusos para no intranquilizar o provocar ideas perversas en la ciudadanía contrasta con el tono desabrido que emplean en relación a Occidente y a Ucrania. Entre los últimos episodios se encuentra la supuesta violación de una joven rusa por emigrantes en Alemania ante la pasividad de la policía. Tras una investigación, las autoridades alemanas han negado oficialmente esta historia. Otro sonado episodio de falsedad ocurrió en julio de 2014, cuando el primer canal de la televisión rusa, basándose en el testimonio de una supuesta refugiada, aseguró que un niño de seis años había sido crucificado por las tropas ucranias. En diciembre de aquel año, después de que el presidente Vladímir Putin fuera interpelado en público por su falta de reacción a las mentiras de los medios de información oficiales, ese mismo canal reconoció no tener pruebas de la crucifixión del niño, pero, en vez de disculparse, insistió en que la realidad en Ucrania era mucho peor que la fantasía de la fuente del relato.
Según el periodista Arkadi Bábchenko, el cultivo de la xenofobia, el odio, la agresividad, la intolerancia hacia los emigrantes y disidentes, a otras confesiones, al color de la piel, a las razas, a los puntos de vista y orientaciones políticas” ha dado su fruto. “Durante diez años han inculcado a la gente tal odio a todo lo ajeno que hasta en el Kremlin comprendieron que era mejor callarse” porque “cuando durante diez años la tarea de los noticiarios era solo aventar el odio, ahora ya no puedes explicar nada”, sentenció.
La niñera uzbeka dijo el miércoles que Alá la había mandado matar a la niña. La jueza ante la que compareció prolongó su detención hasta el 29 de abril, tras admitir que hay base para suponer la existencia de “cómplices e instigadores no identificados que están en libertad”. El diario Moskovski Komsomolets informó de que la detenida llevaba tres años trabajando con la familia y que la niña decapitada tenía problemas de desarrollo, se movía con dificultad y casi no podía hablar.
Pilar Bonet
Moscú, El País
En un intento de evitar las iras de la ciudadanía, las televisiones estatales rusas silenciaron deliberadamente el pasado lunes el macabro suceso ocurrido ese día en Moscú, cuando una niñera de origen uzbeko apareció en la calle portando la cabeza de una niña rusa de cuatro años. En lugar de tranquilizar los ánimos, los medios de comunicación estatales parecen haber logrado lo contrario, es decir, excitarlos y hacer que los rusos saquen sus propias conclusiones de la política informativa y la propaganda antioccidental con la que los bombardean. El evento del que fue protagonista la uzbeka Giulchejrá Bobokúlova, de 38 años, fue puntualmente recogido, no obstante, por otros medios, sobre todo en Internet, la radio y canales de televisión locales, además de agencias.
“Nos dicen que en Europa viven muy mal por culpa de los emigrantes, y aquí nos pasa lo mismo y lo callan”, afirmaba un hombre de mediana edad que había acudido el martes a la boca de metro donde la víspera la niñera procedente de Samarcanda se había paseado un mínimo de 20 minutos con la cabeza ensangrentada de la niña a la que degolló y decapitó y a cuya casa había prendido fuego. Hasta que la policía la redujo, la mujer gritaba: “Odio la democracia”, “soy una terrorista”, “soy una suicida, ¡cuántas de nuestras madres habéis exterminado vosotros!”.
“Gritaba 'Alá es grande' y advertía de que iban a exterminarnos a todos los rusos”, afirmaba uno de los ciudadanos concentrados en la boca de metro, junto a la que se amontonaban numerosos ramos de flores, juguetes y golosinas. Los moscovitas, entre ellos muchas familias con niños, venían a depositar aquí estas ofrendas en señal de solidaridad con la víctima. La mayoría se marchaban después, pero algunos se quedaban conversando y opinando en una concentración improvisada de un centenar de personas (vecinos, curiosos, gente de paso y jóvenes de aspecto deportivo que se declaraban “nacionalistas”). “Primero degüellan corderos y luego degüellan a los niños rusos”, decía uno de los presentes. “Los “churkis” están matando a los rusos. Tenemos que defendernos”, afirmaba otro, aludiendo con un término despectivo a los emigrantes procedentes de Asia Central y del Cáucaso. A nadie parecía interesarle que a la homicida le habían diagnosticado una esquizofrenia en 1999, según la policía de Uzbekistán. “Pronto los rusos comenzaremos a vengarnos”, “Si colgáramos aquí las cabezas de diez tadjikos, no pasaría esto”, afirmaba otro. “Que se vayan, no queremos emigrantes. Nosotros no vamos a trabajar a Asia Central. Para trabajar aquí bastan los rusos”, le replicaba un interlocutor. En Rusia viven diez milones de extranjeros, lo que supone el 7% de la población del país.
Junto a la boca de metro, había quien criticaba a la policía y a los servicios de Seguridad y quien acusaba a los agentes de ejercer sus competencias contra los jubilados que venden baratijas, pero no atreverse “contra la gente de Kadírov [Ramzán Kadírov, el jefe de Chechenia] y los terroristas”. Como contraste al silencio de la televisión estatal sobre la niña asesinada, los reunidos destacaban la gran atención recibida por el dolor de la familia de los pilotos rusos derribados en la frontera con Turquía el pasado noviembre.
Fuentes de los canales de televisión informaron al servicio RBK de que habían recibido recomendaciones de sus directivos de no dar el tema de la niña decapitada y lo atribuían al temor de que se radicalizaran los ánimos nacionalistas. El secretario de prensa del presidente, Dmitri Peskov, aseguró que el Kremlin no había dado recomendaciones en este sentido, pero afirmó que apoyaba la decisión de no mostrar el tema en las televisiones.
La “delicadeza” de los políticos rusos para no intranquilizar o provocar ideas perversas en la ciudadanía contrasta con el tono desabrido que emplean en relación a Occidente y a Ucrania. Entre los últimos episodios se encuentra la supuesta violación de una joven rusa por emigrantes en Alemania ante la pasividad de la policía. Tras una investigación, las autoridades alemanas han negado oficialmente esta historia. Otro sonado episodio de falsedad ocurrió en julio de 2014, cuando el primer canal de la televisión rusa, basándose en el testimonio de una supuesta refugiada, aseguró que un niño de seis años había sido crucificado por las tropas ucranias. En diciembre de aquel año, después de que el presidente Vladímir Putin fuera interpelado en público por su falta de reacción a las mentiras de los medios de información oficiales, ese mismo canal reconoció no tener pruebas de la crucifixión del niño, pero, en vez de disculparse, insistió en que la realidad en Ucrania era mucho peor que la fantasía de la fuente del relato.
Según el periodista Arkadi Bábchenko, el cultivo de la xenofobia, el odio, la agresividad, la intolerancia hacia los emigrantes y disidentes, a otras confesiones, al color de la piel, a las razas, a los puntos de vista y orientaciones políticas” ha dado su fruto. “Durante diez años han inculcado a la gente tal odio a todo lo ajeno que hasta en el Kremlin comprendieron que era mejor callarse” porque “cuando durante diez años la tarea de los noticiarios era solo aventar el odio, ahora ya no puedes explicar nada”, sentenció.
La niñera uzbeka dijo el miércoles que Alá la había mandado matar a la niña. La jueza ante la que compareció prolongó su detención hasta el 29 de abril, tras admitir que hay base para suponer la existencia de “cómplices e instigadores no identificados que están en libertad”. El diario Moskovski Komsomolets informó de que la detenida llevaba tres años trabajando con la familia y que la niña decapitada tenía problemas de desarrollo, se movía con dificultad y casi no podía hablar.