Cuando la Semana Santa iba en serio

Bajo el franquismo, comer carne en estas fechas era una actividad sospechosa. Pese a las procesiones, la Pascua ha cambiado mucho

Guillermo Altares
Madrid, El País
De los viejos tiempos, de la época en la que la Semana Santa iba en serio, quedan las películas de romanos en televisión, aunque las de temática sagrada –¡cuántas veces hemos visto Ben Hur, Rey de reyes, Barrabás o La túnica sagrada!– dieron paso a todo tipo de péplum que, como Espartaco, no tienen nada que ver con la historia bíblica. También persisten liberaciones de presos a petición de cofradías, costumbres gastronómicas y un mayor consumo de pescado. Incluso en las grandes ciudades se pueden ver palmas en los balcones desde el Domingo de Ramos, en el que se conmemora la llegada triunfal de Jesús a Jerusalén antes de su captura y ajusticiamiento en la cruz, el viernes siguiente según la tradición.


Y, naturalmente, están las procesiones. En muchas ciudades españolas, incluyendo la capital, siguen teniendo un enorme arraigo y una imponente presencia callejera, como acontecimientos religiosos, pero también sociales y turísticos. Sin embargo, pese a su inconfundible importancia actual, resulta difícil imaginar cómo era la Semana Santa bajo la dictadura franquista, cuando cerraban los cines y los teatros, comer carne podía representar un auténtico problema con las fuerzas de seguridad (y los vecinos) y toda la vida política y social giraba en torno a este acontecimiento que no tenía nada que ver con unas vacaciones de primavera.

“Durante las posguerra y los cincuenta cerraba realmente todo, en algunos casos hasta los bares, las iglesias no podían tocar campanas, había una vigilancia para que no se comiera carne”, explica el historiador Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y uno de los grandes expertos en el franquismo, autor entre otros del ensayo La iglesia de Franco. “Coincidió que el 1 de abril de 1939, día oficial de la Victoria, era sábado de pasión, el día anterior al Domingo de Ramos, y la Semana Santa fue una extraordinaria ocasión para restaurar en algunas ciudades como Madrid, Valencia o Barcelona la liturgia de fechas tan señaladas, el triunfo de la Ciudad de Dios y la Resurrección de España”, prosigue este historiador. “Era el inicio de una nueva liturgia barroca, político-religiosa, llena de gestos, creencias y fervor, con el Cristo crucificado saliendo de las iglesias hacia las procesiones y la multitud recibiéndole con el saludo fascista”.

Las cosas empezaron a cambiar en los años sesenta, cuando comenzaron a relajarse las costumbres y, con el desarrollo económico, el Seat 600 y el turismo, esos primeros días de primavera empezaron a transformarse en unas vacaciones. La Semana Santa se convirtió en otra cosa y otras tradiciones importadas fueron mezclándose con las cristianas, los conejos de Pascua, que nacen en la Alemania protestante, con los pescados en escabeche o las monas. Como ocurre en la mayoría de las celebraciones religiosas que tienen que ver con la agricultura y el cambio de las estaciones, las fiestas paganas no andan nunca muy lejos.

La Pascua judía, durante la que Jesús fue ajusticiado en Jerusalén, es una celebración relacionada con la primavera, que el calendario hebreo sitúa entre los días 15 y 21 del mes de Nisán. Este año, por ejemplo, tiene lugar a partir del 22 de abril. Algunos años coincide con la Semana Santa cristiana, establecida en el Concilio de Nicea (325), que decretó que la Pascua que conmemora la resurrección de Cristo debía celebrarse el primer domingo después de la primera luna llena del equinoccio de primavera (entre el 22 de marzo y el 25 de abril). La palabra Pascua viene del griego y el latín que a su vez tiene su origen en el hebreo Pésaj. En cambio, Easter, que se utiliza en el mundo anglosajón, tiene una etimología muy diferente.

“El origen de la palabra Easter es pagano, no judío”, afirma Carl Savage, profesor de arqueología bíblica en la Universidad de Drew (Estados Unidos). “La palabra viene seguramente de los festivales en honor de la diosa Eostre, que pudieron asimilarse luego con la celebración cristiana asociada a la resurrección de Jesús”. Los huevos de Pascua, por ejemplo, forman parte de la tradición cristiana, pero también de celebraciones muy anteriores, relacionadas con los alimentos de los que todavía se puede sacar energía al final del invierno. De huevos de aves decorados se pasó, en el siglo XIX en Francia y Alemania, a los huevos de chocolate. Desde aquella época en la que la Semana Santa iba en serio hasta el consumo han cambiado mucho las cosas. Todo, salvo las películas de romanos.

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