“¡Cómo iba a matar a Cruyff! Él era dios”

Madrid, El País
Aquel verano de 1977 Raimundo Calviño Garrido y Carlos González Verburg volvieron a juntarse en Seixo, Marín, frente al mar de la ría de Pontevedra. Eran ya dos hombres adultos. Se habían conocido de críos cuando Carlos regresó de Barcelona, donde había nacido. Era hijo de Abundio y Pieternella, una mujer holandesa que su padre había conocido en Cataluña. Como su padre, Carlos viró hacia el mar y se empleó en American Line. Fue durante muchos años, en Rotterdam, el mejor embajador de los gallegos que subían a Holanda a buscar un futuro.
Esa noche de primeros de septiembre Carlos y Raimundo, otro marinero, cenaron juntos para despedirse; Carlos volvía a Rotterdam. Raimundo recuerda la cena, el vino y las confidencias. Todos los detalles regresaron a su cabeza ocho días después, cuando el nombre de Carlos salió en los periódicos.



Aquella noche, Carlos y su amigo hablaron de fútbol, algo poco habitual

-Me dijo que volvería a Holanda a través de Barcelona porque tenía que hacer unas cosas. Mi amigo era una persona muy introvertida, muy callada. Hay algo que yo recuerdo de esa cena: hablamos un poco de fútbol. Lo recuerdo porque a Carlos no le gustaba especialmente el fútbol, aunque había jugado en Holanda y había conocido, no sé de qué modo, a Rinus Michels.

Carlos González Verburg era hincha del Real Madrid y del Ajax de Amsterdam. En aquella cena habló con rara amargura de la admiración que sentía por Cruyff. “Ese mocoso”, le llamaba (Carlos era 16 años mayor). “Es el mejor jugador del mundo, y nosotros no llegamos a nada”.

Carlos atravesaba la peor época de su vida. Se había separado de su mujer, la holandesa Wilhemina Engel, con la que había tenido cuatro hijos: Juanita, Norman, Carlos y William. Fumaba hierba en exceso, todo el día. Y su amigo Raimundo cree que por entonces ya había iniciado una relación con otra mujer con la que tuvo dos hijas que nunca reconoció legalmente, Elvira y Jennifer, pese mantener con ellas una relación extraordinaria.


Ocho días después de esa cena, Carlos, un hombre alto y atlético, atractivo, llamó a la puerta de la casa de los Cruyff en Barcelona. Eran las 21.30. Carlos sabía que Rinus Michels vivía en el Hotel Princesa Sofía, así que engañó a Danny, la esposa de Cruyff, diciéndole que traía un recado del entrenador para la estrella del Barcelona. Nada más irrumpir en la casa se desató una pesadilla para los Cruyff. Carlos encañonó al jugador en la cabeza con un rifle del 22, lo ató a una silla poniéndole esparadrapo en la boca y en los ojos; ató a su mujer, Danny, dejándola tirada en el suelo. Los tres hijos de la pareja estaban en sus habitaciones. Según el relato de Cruyff, que sólo habló del suceso en Catalunya Radio en 2008, y años después en L’Equipe, su mujer pudo liberarse y salir corriendo para avisar a los vecinos. La Vanguardia, al día siguiente del suceso, informó de que Danny había cogido el arma de Carlos aprovechando un descuido del delincuente, que la había dejado en el suelo para acomodar al astro.

Carlos trató de huir a la carrera por el garaje, pero fue rodeado por los vecinos. Fue detenido e internado en la Modelo, donde se corrió la voz de que aquel hombre había encañonado al mito culé y aterrorizado a su familia. A las pocas semanas cuatro presos lo rodearon y le dieron una paliza de muerte; Carlos pasó varias semanas en la enfermería. Fuera, mientras tanto, Cruyff decidía no acudir al Mundial de Argentina, donde se esperaba la coronación de la Naranja Mecánica. Nunca aclaró los motivos hasta 2008: antepuso la seguridad de su familia al fútbol, pasó varios meses con la policía durmiendo en casa y sus hijos yendo escoltados al colegio, y a una Copa del Mundo “si no vas al 200%, no puedes ir”.

Cruyff no habló del incidente hasta 2008 y fue clave para que no fuese al Mundial 78

Carlos González Verburg no pasó mucho tiempo en prisión. Se recuperó de la paliza gracias a la ayuda, entre otros, de un pariente lejano suyo, el pontevedrés Rafael González Adrio. González Adrio, exjugador de baloncesto de Barcelona y Real Madrid, se convirtió con el tiempo en un traumatólogo de prestigio, jefe de los servicios médicos del Barcelona durante 18 años y uno de los médicos de confianza de Johan Cruyff. Recuperado, González Verburg regresó primero a su pueblo, Seixo, antes de partir a Holanda; en Galicia los vecinos y familiares habían reunido el dinero necesario para pagarle la fianza. Raimundo recuerda el impacto de la noticia entre los vecinos. Corrió como nunca volvió a correr otra: “Carlos el de Abundio intentó secuestrar a Johan Cruyff”.

Raimundo Calviño Garrido y Carlos González Verburg eran gentes del mar, habitualmente personas de pocas palabras. Si uno no quiere hablar, el otro no pregunta. El asalto a la casa de Cruyff nunca fue tenido en cuenta por el grupo íntimo de amigos de Carlos. Se consideró un acto irracional y oscuro de un hombre que perdió momentáneamente las riendas de su vida y su cabeza, dañada por las drogas. Tampoco él supo explicar por qué lo hizo: su familia tenía dinero y le habían dejado a él y sus hermanos fincas del Pazo de Aguete, que pertenecía a familiares suyos. Un patrimonio grande que fueron vendiendo paulatinamente.

Carlos continuó viajando todos los años desde Rotterdam a Seixo. En coche, porque no se subía a un avión. Primero en un Seat Ibiza y luego en un Skoda. Un día Raimundo reunió fuerzas:

-Carlos, como foi que quixeches raptar a Cruyff.

Carlos, ya anciano, se echó a reir. Raimundo insistió. Carlos negó con la cabeza: “Estaba ata as papes de porros”.

-Pero fuches a Barcelona coa idea. Quixeches matalo?

-Que ía querer matalo! Cruyff era dios.

Hace dos años Carlos se partió la cadera en Galicia; fue ingresado primero en el Hospital Montecelo, luego en el Domínguez y finalmente en una residencia de Poio, la Ballesol, atendido siempre por Raimundo Calviño y su familia. Cuando estuvo recuperado su amigo lo llevó al aeropuerto para que lo recogiese su hija Elvira y lo llevasen de vuelta a Rotterdam. Desde allí Carlos llamó a Raimundo para decirle que algo había ido mal: le había dado una trombosis. Fue la última conversación de una amistad de 40 años. En la siguiente llamada desde Rotterdam, a los quince días, Raimundo supo que Carlos había muerto. Era el 5 de septiembre de 2014.

Después de la trombosis Carlos dictó unas últimas voluntades: que sus cenizas se llevasen a Galicia y fuesen tiradas al mar de Aguete. Que sonase, en su despedida, Un canto a Galicia de Julio Iglesias y la Canción del Mariachi interpretada por Antonio Banderas.

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