Agónico pase a cuartos del Atlético de Madrid
Tras una prórroga y 16 penaltis, el equipo de Simeone elimina al PSV con más sufrimiento del esperado. Narsingh falló el 15º penalti y Juanfran marcó el decisivo ante un Calderón entregado.
Madrid, As
"Nunca dejes de creer”. A las 23:29 horas, ese cartel que el Calderón había sacado cuando el partido comenzaba, era el clavo ardiendo de la grada. Porque un aficionado del Atleti nunca deja de creer, eso jamás, pero ayer no podía evitar rezar el Padre Nuestro mientras Juanfran se dirigía, imperturbable, al punto de penalti. El suyo era el momento del partido. El penalti número dieciséis de la tanda. El octavo para el Atlético. El decisivo. El PSV los había metido todos menos, justo, el anterior, su número ocho, ese que Narsingh había enviado al palo justo antes de que le tocara a Juanfran. Era el turno del lateral.
Y Juanfran, tranquilo, como si el destino de millones de corazones no dependiera de él, posó el balón en el punto de cal, dio seis pasos atrás, miro a Zoet como lo hubiera hecho el mismísimo Clint Eastwood antes de un duelo de honor y disparó con la derecha. El balón entró como un obús, raso, pegado al palo derecho y el Calderón, al fin, exhaló 130 minutos de sufrimiento extremo, en un grito afónico que hubiera podido escucharse en el corazón de Holanda. Porque sufrir, la grada sufrió un rato largo. Sufrir para ganar al PSV. Sufrir para alcanzar los cuartos de la Champions. Sufrir porque esto es el Atleti y ya se sabe: te mata, pero también te da la vida.
Y el Calderón, ayer, tuvo que pasar una eternidad para llegar hasta ese momento. Una eternidad de 210 minutos sin gol: los 90’ de Eindhoven y los 120’ del Calderón. Porque sí, a las 23:28, Cocú tenía el partido donde quería: en los penaltis. Y lo tenía ahí después de una prórroga donde no pasó nada salvo el tiempo, que precedió un giro inesperado en el guión: Lucas debía saltar al campo en el 88’ sustituyendo a Godín, lesionado. Peor no se le podía poner todo al Cholo, que debía dejar sentados a Correa y a Vietto, mientras su líder espiritual se iba y su Atleti eran once futbolistas al borde de un ataque de nervios.
Y lo tuvo ahí el PSV, a un penalti, porque el partido había llegado al 90’ instalado en el 0-0, después de que Griezmann enviara a las piernas de Zoet un remate a bocajarro en la primera parte y, en la segunda, Oblak, en otro de sus milagros, mandara con la muñeca un remate de Locadia al palo. Estas fueron las dos ocasiones más claras de un partido marcado por los nervios de un Atleti que nunca se sintió cómodo ante un PSV inferior, pero bien plantado sobre un muro de piernas en su área, el orden de Guardado y las paradas de Zoet.
Sólo con la entrada de Torres, en el 55’ y más tarde, en el 75’, con Kranevitter, fue superior el Atlético. Pero ni los desmarques, ni la zancada de El Niño lograron volcar el partido. Y fue en el 85’, al enviar Torres un balón al palo, cuando el Calderón lo supo: el partido estaba para el sufrimiento. Y para la épica. Y para los héroes que, con Simeone, siempre aparecen. Ayer fue Juanfran. El resto se sabe: a veces, sufriendo, se puede ser feliz, muy feliz.
Madrid, As
"Nunca dejes de creer”. A las 23:29 horas, ese cartel que el Calderón había sacado cuando el partido comenzaba, era el clavo ardiendo de la grada. Porque un aficionado del Atleti nunca deja de creer, eso jamás, pero ayer no podía evitar rezar el Padre Nuestro mientras Juanfran se dirigía, imperturbable, al punto de penalti. El suyo era el momento del partido. El penalti número dieciséis de la tanda. El octavo para el Atlético. El decisivo. El PSV los había metido todos menos, justo, el anterior, su número ocho, ese que Narsingh había enviado al palo justo antes de que le tocara a Juanfran. Era el turno del lateral.
Y Juanfran, tranquilo, como si el destino de millones de corazones no dependiera de él, posó el balón en el punto de cal, dio seis pasos atrás, miro a Zoet como lo hubiera hecho el mismísimo Clint Eastwood antes de un duelo de honor y disparó con la derecha. El balón entró como un obús, raso, pegado al palo derecho y el Calderón, al fin, exhaló 130 minutos de sufrimiento extremo, en un grito afónico que hubiera podido escucharse en el corazón de Holanda. Porque sufrir, la grada sufrió un rato largo. Sufrir para ganar al PSV. Sufrir para alcanzar los cuartos de la Champions. Sufrir porque esto es el Atleti y ya se sabe: te mata, pero también te da la vida.
Y el Calderón, ayer, tuvo que pasar una eternidad para llegar hasta ese momento. Una eternidad de 210 minutos sin gol: los 90’ de Eindhoven y los 120’ del Calderón. Porque sí, a las 23:28, Cocú tenía el partido donde quería: en los penaltis. Y lo tenía ahí después de una prórroga donde no pasó nada salvo el tiempo, que precedió un giro inesperado en el guión: Lucas debía saltar al campo en el 88’ sustituyendo a Godín, lesionado. Peor no se le podía poner todo al Cholo, que debía dejar sentados a Correa y a Vietto, mientras su líder espiritual se iba y su Atleti eran once futbolistas al borde de un ataque de nervios.
Y lo tuvo ahí el PSV, a un penalti, porque el partido había llegado al 90’ instalado en el 0-0, después de que Griezmann enviara a las piernas de Zoet un remate a bocajarro en la primera parte y, en la segunda, Oblak, en otro de sus milagros, mandara con la muñeca un remate de Locadia al palo. Estas fueron las dos ocasiones más claras de un partido marcado por los nervios de un Atleti que nunca se sintió cómodo ante un PSV inferior, pero bien plantado sobre un muro de piernas en su área, el orden de Guardado y las paradas de Zoet.
Sólo con la entrada de Torres, en el 55’ y más tarde, en el 75’, con Kranevitter, fue superior el Atlético. Pero ni los desmarques, ni la zancada de El Niño lograron volcar el partido. Y fue en el 85’, al enviar Torres un balón al palo, cuando el Calderón lo supo: el partido estaba para el sufrimiento. Y para la épica. Y para los héroes que, con Simeone, siempre aparecen. Ayer fue Juanfran. El resto se sabe: a veces, sufriendo, se puede ser feliz, muy feliz.