Messi y Suárez aseguran la final con una paliza al Valencia


Barcelona, As
Transitaba el Barcelona por la cornisa tras unos partidos en los que el resultado era mucho mejor que el juego. Estaba el equipo de Luis Enrique en la tesitura de caerse del lado de la desidia o romper a jugar y darse un homenaje que le sirviera para descartar el partido de vuelta y adquirir el billete para la final de Copa y el esquizofrénico Valencia era el rival ideal para marcar el punto de inflexión. Pues el resultado fue tremendo: El Barça rompió a jugar y aplastó el Valencia por 7-0 con un hat-trick de Messi y un póker de Suárez ante un equipo que fue un guiñapo en manos del acorazado barcelonista, que por cierto, desperdició un penalti que Neymar chutó al poste.


El partido se planteaba como un duelo contra el tiempo. Neville planteó un esquema defensivo que le sirviera para llegar vivo a Mestalla y el Barça salió dispuesto a descartar el partido de vuelta. Los de Luis Enrique se salieron con la suya y destrozaron a un equipo sin alma, espíritu ni pundonor al que el Barça maltrató contra once y contra diez. Demostró el equipo de Luis Enrique que cuando se pone a jugar no hay rival en el mundo que le tosa. Es un equipo que en ocasiones puede gustarse hasta el ensimismamiento cuando opta por buscar paredes, caños, tacones o regates imposibles, pero al que la estética no le aprisiona porque a pesar de esa querencia por la estética, tiene un cargador de balas en la recámara que liquida cualquier discusión.

Este Barça es el ballet Bolshoi montado en un Panzer. Tiene momentos en los que baila y momentos en los que es un martillo pilón que no da opción al rival. Ayer fue un día de esos en los que los de Luis Enrique decidieron ser crueles con el rival. No aplastaron al contrario por inquina ni porque le tuvieran guardada una afrenta. Lo hicieron porque tocaba. El calendario les obligaba a tener una semana de descanso y los blaugrana decidieron que era la próxima. Adelantaron los deberes y el Valencia salió tarifando.

En una exhibición como la del Barça ante el Valencia sobran los análisis tácticos. Se podría hablar de como el plan de Neville para controlar las bandas del Barça se fue al garete a las primeras de cambio, de como no hay un central en el mundo ahora mismo que pueda cuerpear contra Luis Suárez o valorar como los dos meses de lesión de Messi le han permitido llegar a febrero como un toro desbocado.

Todas las lecturas tácticas que se puedan hacer sobre el partido se van al sumidero cuando hay un equipo con la potencialidad de este Barça que juega en busca de descanso. Fueron los blaugrana un huracán imparable para un Valencia que ya llegó dubitativo y que comprobó que el Camp Nou es el peor de los laboratorios para hacer experimentos.

A la media hora de partido el Barcelona había decidido la suerte de la ida de la semifinal con un 3-0 que les supo a poco. El Valencia sufrió desde el inicio del partido y el Barcelona se lo pasó pipa desde el mismo saque de centro. Y cuando el Barcelona se lo pasa bien sobre el campo, que Dios se apiade del rival.

Neymar falló al filo del descanso un penalti que dejaba al Valencia con diez por expulsion de Mustafi pero eso dejó a los de Neville con la sensación de que lo peor estaba por llegar. Y así fue. En la segunda parte, el Barça se permitió dar descanso a algunas de sus piezas clave mientras el rodillo seguía torturando a un Valencia que encima tenía que aguantar el cachondeo de la grada cuando Neville dio entrada a Cheryshev.

Nada más ingresar en el campo el ruso que se cargó al Madrid, el Barça marcó el cuarto gol y a partir de ahí todo fue, con la excepción del gol anulado a Rodrigo, una autopista en bajada para los blaugrana que se aseguraron la final de Copa con un 7-0 que es todo un aviso para navegantes. Cuando el Barça quiere o lo necesita, es absolutamente cruel. No le provoquen.

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