El Papa y el patriarca ruso inician en Cuba la reconciliación de católicos y ortodoxos
Es la primera reunión en la historia de los líderes de ambas Iglesias, separadas en 1054
Pablo Ordaz
La Habana, El País
La sala de espera de un aeropuerto lejano. Tras un milenio de desencuentros, el papa de la Iglesia católica y el patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa —conscientes ambos del poder de los símbolos— decidieron que su abrazo histórico se produjese en un lugar abonado por la alegría de los reencuentros y la tristeza de las despedidas. En el aeropuerto de La Habana, y con Raúl Castro de testigo, Francisco y Cirilo pusieron la primera piedra para conjurar las diferencias entre católicos y ortodoxos iniciadas en el siglo IV y que desembocaron en el cisma de 1054.
Además de limar las viejas rencillas, el Papa y el Patriarca tienen un motivo urgente para trabajar juntos: la brutal persecución, casi un genocidio, que sufren los cristianos en Oriente Medio y el norte de África requiere que tanto Francisco como Cirilo utilicen su gran influencia política a favor de la estabilidad en la zona.
Por eso la declaración conjunta que puso fin al encuentro de La Habana insta a la comunidad internacional “a tomar medidas inmediatas para evitar un mayor desplazamiento de los cristianos de Oriente Medio. Levantando nuestras voces en defensa de los cristianos perseguidos, también nos solidarizamos con el sufrimiento de seguidores de otras tradiciones religiosas, que se han convertido en víctimas de la guerra civil, el caos y la violencia terrorista”, indica el texto. “En Siria e Irak esta violencia se ha cobrado miles de vidas, dejando sin hogar y medios de vida a millones de personas. Hacemos un llamamiento a la comunidad internacional a unirse para poner fin a la violencia y al terrorismo y al mismo tiempo, a través del diálogo, contribuir a la pronta obtención de la paz civil”.
El éxito del encuentro fue mimado por ambas partes hasta casi la paranoia. El mejor ejemplo es que el texto de la declaración conjunta fue guardado por los responsables del Vaticano bajo un cofre con siete cerrojos por temor a que una filtración —fortuita o mal intencionada— pudiese dar al traste con el encuentro. Es costumbre de la sala de prensa del Vaticano facilitar la labor de los periodistas anticipándoles los discursos del Papa con el compromiso de no hacerlos públicos hasta el momento de ser pronunciados.
Sin embargo, con la declaración conjunta se prefirió no arriesgar. No en vano, ya en los tiempos de Juan Pablo II y Alejo II también se llegó a hablar de un encuentro inminente en un país neutral que, finalmente, no se celebró. Bien es cierto que tanto el talante de Francisco como el de su “hermano Cirilo” —así lo llamó este viernes durante el vuelo papal— han logrado blindar el encuentro. De hecho, ya en 2014, Jorge Mario Bergoglio desveló durante su visita a Turquía que las negociaciones iban por buen camino: “Le he hecho saber [al patriarca ruso], y él también está de acuerdo, la voluntad de que nos reunamos. Le he dicho: yo voy a donde tú quieras: tú me llamas, y yo voy. Y él tiene la misma intención. Los dos queremos reunirnos, y queremos caminar hacia delante”.
El patriarca ruso llegó a La Habana el jueves y, como sucedió la tarde de este viernes con Francisco, fue recibido por Raúl Castro. También el presidente de Cuba contribuyó a que el recibimiento fuese idéntico para los dos líderes. Hasta su encuentro en el aeropuerto José Martí se programó de tal manera que los dos líderes religiosos entrasen “contemporáneamente” —según se lee en el programa oficial elaborado por el Vaticano— en la sala, acompañado Cirilo por el metropolita Hilarión, el actual responsable del diálogo con los católicos, y Francisco por el cardenal Kurt Koch.
Católicos y ortodoxos
Las viejas diferencias entre católicos y ortodoxos se acrecentaron al desaparecer la Unión Soviética y, de hecho, Juan Pablo II murió sin poder realizar su anhelada visita a Rusia por sus desencuentros con Alejo II. Aunque esa desconfianza extrema ha desaparecido entre Francisco y Cirilo, el patriarca sí estableció una “línea roja” para aceptar el encuentro: que la reunión no se celebrara en Europa por ser “el continente donde sucedieron los acontecimientos que causaron la trágica división de los cristianos entre Oriente y Occidente, y porque Europa está relacionada con la memoria de muchos lamentables sucesos”.
De ahí que, aprovechando el origen latinoamericano de Bergoglio, se escogiera una “región donde la cristiandad se desarrolla de forma dinámica”. Cuba reunía todas las ventajas. Por una parte, y como Cirilo destacó nada más llegar, “existe una larga relación de cooperación y amistad” entre la isla y Rusia. Por otra, Francisco y Castro construyeron durante meses, junto a Barack Obama, una alianza que remató con el anuncio del acercamiento de EE UU y Cuba. En pocos meses, Castro se ha convertido en el anfitrión de un abrazo esperado casi mil años entre católicos y ortodoxos. No se sabe si por la intercesión del Che o por la de la Virgen de la Caridad del Cobre, la historia se escribió esta tarde en una sala de espera de un aeropuerto lejano. Y al abrazarse el Papa le dijo a Cirilo: “Finalmente. Somos hermanos”.
Pablo Ordaz
La Habana, El País
La sala de espera de un aeropuerto lejano. Tras un milenio de desencuentros, el papa de la Iglesia católica y el patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa —conscientes ambos del poder de los símbolos— decidieron que su abrazo histórico se produjese en un lugar abonado por la alegría de los reencuentros y la tristeza de las despedidas. En el aeropuerto de La Habana, y con Raúl Castro de testigo, Francisco y Cirilo pusieron la primera piedra para conjurar las diferencias entre católicos y ortodoxos iniciadas en el siglo IV y que desembocaron en el cisma de 1054.
Además de limar las viejas rencillas, el Papa y el Patriarca tienen un motivo urgente para trabajar juntos: la brutal persecución, casi un genocidio, que sufren los cristianos en Oriente Medio y el norte de África requiere que tanto Francisco como Cirilo utilicen su gran influencia política a favor de la estabilidad en la zona.
Por eso la declaración conjunta que puso fin al encuentro de La Habana insta a la comunidad internacional “a tomar medidas inmediatas para evitar un mayor desplazamiento de los cristianos de Oriente Medio. Levantando nuestras voces en defensa de los cristianos perseguidos, también nos solidarizamos con el sufrimiento de seguidores de otras tradiciones religiosas, que se han convertido en víctimas de la guerra civil, el caos y la violencia terrorista”, indica el texto. “En Siria e Irak esta violencia se ha cobrado miles de vidas, dejando sin hogar y medios de vida a millones de personas. Hacemos un llamamiento a la comunidad internacional a unirse para poner fin a la violencia y al terrorismo y al mismo tiempo, a través del diálogo, contribuir a la pronta obtención de la paz civil”.
El éxito del encuentro fue mimado por ambas partes hasta casi la paranoia. El mejor ejemplo es que el texto de la declaración conjunta fue guardado por los responsables del Vaticano bajo un cofre con siete cerrojos por temor a que una filtración —fortuita o mal intencionada— pudiese dar al traste con el encuentro. Es costumbre de la sala de prensa del Vaticano facilitar la labor de los periodistas anticipándoles los discursos del Papa con el compromiso de no hacerlos públicos hasta el momento de ser pronunciados.
Sin embargo, con la declaración conjunta se prefirió no arriesgar. No en vano, ya en los tiempos de Juan Pablo II y Alejo II también se llegó a hablar de un encuentro inminente en un país neutral que, finalmente, no se celebró. Bien es cierto que tanto el talante de Francisco como el de su “hermano Cirilo” —así lo llamó este viernes durante el vuelo papal— han logrado blindar el encuentro. De hecho, ya en 2014, Jorge Mario Bergoglio desveló durante su visita a Turquía que las negociaciones iban por buen camino: “Le he hecho saber [al patriarca ruso], y él también está de acuerdo, la voluntad de que nos reunamos. Le he dicho: yo voy a donde tú quieras: tú me llamas, y yo voy. Y él tiene la misma intención. Los dos queremos reunirnos, y queremos caminar hacia delante”.
El patriarca ruso llegó a La Habana el jueves y, como sucedió la tarde de este viernes con Francisco, fue recibido por Raúl Castro. También el presidente de Cuba contribuyó a que el recibimiento fuese idéntico para los dos líderes. Hasta su encuentro en el aeropuerto José Martí se programó de tal manera que los dos líderes religiosos entrasen “contemporáneamente” —según se lee en el programa oficial elaborado por el Vaticano— en la sala, acompañado Cirilo por el metropolita Hilarión, el actual responsable del diálogo con los católicos, y Francisco por el cardenal Kurt Koch.
Católicos y ortodoxos
Las viejas diferencias entre católicos y ortodoxos se acrecentaron al desaparecer la Unión Soviética y, de hecho, Juan Pablo II murió sin poder realizar su anhelada visita a Rusia por sus desencuentros con Alejo II. Aunque esa desconfianza extrema ha desaparecido entre Francisco y Cirilo, el patriarca sí estableció una “línea roja” para aceptar el encuentro: que la reunión no se celebrara en Europa por ser “el continente donde sucedieron los acontecimientos que causaron la trágica división de los cristianos entre Oriente y Occidente, y porque Europa está relacionada con la memoria de muchos lamentables sucesos”.
De ahí que, aprovechando el origen latinoamericano de Bergoglio, se escogiera una “región donde la cristiandad se desarrolla de forma dinámica”. Cuba reunía todas las ventajas. Por una parte, y como Cirilo destacó nada más llegar, “existe una larga relación de cooperación y amistad” entre la isla y Rusia. Por otra, Francisco y Castro construyeron durante meses, junto a Barack Obama, una alianza que remató con el anuncio del acercamiento de EE UU y Cuba. En pocos meses, Castro se ha convertido en el anfitrión de un abrazo esperado casi mil años entre católicos y ortodoxos. No se sabe si por la intercesión del Che o por la de la Virgen de la Caridad del Cobre, la historia se escribió esta tarde en una sala de espera de un aeropuerto lejano. Y al abrazarse el Papa le dijo a Cirilo: “Finalmente. Somos hermanos”.