Donald Trump transforma al Partido Republicano
El favorito del 'Grand Old Party' conecta con la base conservadora reventando dogmas
Marc Bassets
Washington, El País
Donald Trump, guste o no a los dirigentes de la derecha estadounidense y a sus líderes de opinión, es el nuevo referente del Partido Republicano. El Grand Old Party —el gran y viejo partido de Lincoln, Eisenhower, Reagan y los Bush— puede caer en manos de un magnate de la construcción y los casinos que ofrece una síntesis ideológica extraña: una mezcla de propuestas ultraconservadoras con otras asociadas en Estados Unidos a posiciones progresistas. Y un punto en común: la improvisación.
Ni de izquierdas ni derechas, sino todo lo contrario: Trump, un político novato que en el pasado tuvo simpatías demócratas, redefine al Partido Republicano. Era el partido del big business, los intereses de las grandes corporaciones y los grupos de presión. Controlado por un establishment férreo, lograba imponer a un candidato pragmático y con experiencia para la nominación a las elecciones presidenciales.
Las tradiciones y las familias contaban. Su último presidente, George W. Bush, no era popular, tampoco en el partido, pero era un tabú, entre cualquier republicano con aspiraciones, cuestionar la invasión de Irak de 2003 y menos su papel en los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.
Para los republicanos, el apoyo a Israel era incondicional. La ortodoxia prescribía asimismo promover el comercio internacional frente al proteccionismo asociado a la base sindical del Partido Demócrata. Era el partido que se oponía al intervencionismo estatal y defendió una reducción al mínimo del estado del bienestar.
Estos son algunos de los dogmas que Trump ha reventado. La victoria en Carolina del Sur, el sábado, llega después de acusar a Bush de mentir sobre la guerra de Irak y sugerir que no protegió a EE UU ante el 11-S, una declaración que bordea las teorías conspirativas de los truthers, los que ponen en duda la verdad de los atentados.
Trump ha dicho que, ante el conflicto entre israelíes y palestinos, se considera neutral. Elogia al presidente ruso, Vladímir Putin, señalado como uno de los peores rivales de EE UU por el establishment republicano. Y sostiene que programas públicos como las pensiones de jubilación y la sanidad para mayores de 65 años deben mantenerse intactos, sin las reformas irrenunciables para su partido.
Trump combina estas propuestas, algunas de las cuales desbordan por la izquierda al Partido Demócrata, con posiciones próximas a la extrema derecha. La propuesta de cerrar las fronteras a los musulmanes, la de expulsar a los once millones de inmigrantes sin papeles y la retórica ultranacionalista (“Debemos cuidad de nuestra gente”, dijo en el último debate) dinamitan los esfuerzos de las élites republicanas para atraer a las minorías, clave en las elecciones presidenciales del futuro.
Si Trump se convierte en el nominado para las presidenciales de noviembre, será el líder de facto del Partido Republicano. Su ideología será la línea oficial del Grand Old Party. ¿Cómo definirla?
“Es el ‘trumpismo’”, responde a EL PAÍS, David Frum, uno de los conservadores que en artículos y conferencias ha intentado entender el fenómeno Trump. A Frum se le atribuye la autoría de la famosa frase del eje del mal en un discurso de George W. Bush, para quien escribió discursos cuando Bush era presidente.
“El trumpismo”, continúa Frum, “es la creencia en que Donald Trump es maravilloso y tiene respuesta a todos nuestros problemas”.
Frum ve improvisación detrás de muchas de las posiciones de Trump, más que a una doctrina definida. Un ejemplo es su equidistancia ante Israel y Palestina.
“Si le digo a usted que hay una elección en el estado indio de Bihar y hay un partido comunista y un partido extremista hindú, y le preguntó a favor de quién está. ¿Qué dirá? 'No lo sé'", dice. "La respuesta no valdría mucho la pena porque no habría pensado en ello. Muchas de las respuestas [Trump] se le ocurren al momento. Sería un error decir: esto significa esto o aquello, porque mañana quizá dará otra respuesta”.
Frum cree que Trump ha sabido conectar con los votantes republicanos en un momento en que las élites del partido se habían desconectado. Las élites defendían una política exterior agresiva, una reducción del estado del bienestar y una reforma migratoria. Los votantes, todo lo contrario. Trump lo ha entendido mejor que nadie.
Marc Bassets
Washington, El País
Donald Trump, guste o no a los dirigentes de la derecha estadounidense y a sus líderes de opinión, es el nuevo referente del Partido Republicano. El Grand Old Party —el gran y viejo partido de Lincoln, Eisenhower, Reagan y los Bush— puede caer en manos de un magnate de la construcción y los casinos que ofrece una síntesis ideológica extraña: una mezcla de propuestas ultraconservadoras con otras asociadas en Estados Unidos a posiciones progresistas. Y un punto en común: la improvisación.
Ni de izquierdas ni derechas, sino todo lo contrario: Trump, un político novato que en el pasado tuvo simpatías demócratas, redefine al Partido Republicano. Era el partido del big business, los intereses de las grandes corporaciones y los grupos de presión. Controlado por un establishment férreo, lograba imponer a un candidato pragmático y con experiencia para la nominación a las elecciones presidenciales.
Las tradiciones y las familias contaban. Su último presidente, George W. Bush, no era popular, tampoco en el partido, pero era un tabú, entre cualquier republicano con aspiraciones, cuestionar la invasión de Irak de 2003 y menos su papel en los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.
Para los republicanos, el apoyo a Israel era incondicional. La ortodoxia prescribía asimismo promover el comercio internacional frente al proteccionismo asociado a la base sindical del Partido Demócrata. Era el partido que se oponía al intervencionismo estatal y defendió una reducción al mínimo del estado del bienestar.
Estos son algunos de los dogmas que Trump ha reventado. La victoria en Carolina del Sur, el sábado, llega después de acusar a Bush de mentir sobre la guerra de Irak y sugerir que no protegió a EE UU ante el 11-S, una declaración que bordea las teorías conspirativas de los truthers, los que ponen en duda la verdad de los atentados.
Trump ha dicho que, ante el conflicto entre israelíes y palestinos, se considera neutral. Elogia al presidente ruso, Vladímir Putin, señalado como uno de los peores rivales de EE UU por el establishment republicano. Y sostiene que programas públicos como las pensiones de jubilación y la sanidad para mayores de 65 años deben mantenerse intactos, sin las reformas irrenunciables para su partido.
Trump combina estas propuestas, algunas de las cuales desbordan por la izquierda al Partido Demócrata, con posiciones próximas a la extrema derecha. La propuesta de cerrar las fronteras a los musulmanes, la de expulsar a los once millones de inmigrantes sin papeles y la retórica ultranacionalista (“Debemos cuidad de nuestra gente”, dijo en el último debate) dinamitan los esfuerzos de las élites republicanas para atraer a las minorías, clave en las elecciones presidenciales del futuro.
Si Trump se convierte en el nominado para las presidenciales de noviembre, será el líder de facto del Partido Republicano. Su ideología será la línea oficial del Grand Old Party. ¿Cómo definirla?
“Es el ‘trumpismo’”, responde a EL PAÍS, David Frum, uno de los conservadores que en artículos y conferencias ha intentado entender el fenómeno Trump. A Frum se le atribuye la autoría de la famosa frase del eje del mal en un discurso de George W. Bush, para quien escribió discursos cuando Bush era presidente.
“El trumpismo”, continúa Frum, “es la creencia en que Donald Trump es maravilloso y tiene respuesta a todos nuestros problemas”.
Frum ve improvisación detrás de muchas de las posiciones de Trump, más que a una doctrina definida. Un ejemplo es su equidistancia ante Israel y Palestina.
“Si le digo a usted que hay una elección en el estado indio de Bihar y hay un partido comunista y un partido extremista hindú, y le preguntó a favor de quién está. ¿Qué dirá? 'No lo sé'", dice. "La respuesta no valdría mucho la pena porque no habría pensado en ello. Muchas de las respuestas [Trump] se le ocurren al momento. Sería un error decir: esto significa esto o aquello, porque mañana quizá dará otra respuesta”.
Frum cree que Trump ha sabido conectar con los votantes republicanos en un momento en que las élites del partido se habían desconectado. Las élites defendían una política exterior agresiva, una reducción del estado del bienestar y una reforma migratoria. Los votantes, todo lo contrario. Trump lo ha entendido mejor que nadie.